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Son seis y seis. Iván y sus cinco acólitos parecen muy borrachos, a juzgar por el escándalo que meten y la congestión de sus rostros. En cambio, Maya y los cinco ezhen no hacen ruido alguno. Los animales forman la familiar V de combate y el que ocupa el vértice es idéntico, excepto por el tamaño, a Alyosha, el mismo pelaje plateado, la misma letal elegancia, idénticos ojos, color cobalto. Pero su envergadura no supera la de un mastín, lo que significa que es poco más que un cachorro.
—¿No nos has humillado bastante, Andrei Koutnesov? —exclama Iván despectivamente—. ¿Es necesario que sigas cubriéndote de oprobio?
—Deberías estar durmiendo la borrachera, Iván —declara Andrei, haciendo gala de la misma calma glacial que caracteriza a su hermana.
—No dormiré tranquilo hasta que no recibas tu merecido —jadea el otro, cada vez más excitado.
—Estás ofreciendo un espectáculo deplorable a nuestra invitada.
—Solo un traidor regalaría un empate a un rival —acusa Iván—. ¿Lo hiciste a cambio de ser el amante de su amazona? ¿Lo eras ya cuando humillaste a tu país negándote a acabar con sus perros, como están proclamando todos los tubes?
—Tienes la lengua larga, camarada —suspira Andrei, paciente como un entrenador manejando a un perro torcido—. El día que los charlatanes compitan, ganarás muchas medallas.
La frase golpea a Iván como un gancho en la sien. Su rostro abotagado se contrae en un espasmo de rabia, los puños se cierran, amenazadores, las venas de su poderoso cuello se hinchan como ríos de lava hirviente. También sus secuaces se revuelven, temo que se abalancen sobre Andrei en cualquier instante. Sin pensarlo, busco una flecha en mi carcaj y la tenso en mi arco.
—Ah, la amazona no ha tenido bastante con sus Termópilas —declara Iván, con una carcajada—. Démosles la oportunidad de resarcirse. ¡Ataman, Filya, Graf! ¡Atakuyte!
Los cinco ezhen saltan hacia nosotros como movidos por un resorte, pero se detienen igual de bruscamente que han arrancado cuando Alyosha se interpone en su camino. Mientras lo hace, emite un solo gruñido. Los otros animales rompen la formación y empiezan a rodearle. Por un momento temo que le ataquen todos a la vez, pero en lugar de eso se limitan a reconstruir la V detrás del gigantesco caudillo, enfrentándose a Iván y su grupo. El único que no se mueve es el más joven. Su insensata insolencia me recuerda tanto a mi perrillo, que no puedo evitar corresponderla con otra. Me pongo el arco en bandolera y avanzo hacia él, con los brazos abiertos.
—Kurt —lo llamo—. Ven con Vega.
Él clava en mí sus insondables ojos azules, considera pausadamente mi oferta y decide aceptarla. Trota hacia mí, mis brazos rodean su cuello, siento su cálida lengua mojando mis mejillas. Si esto no es un sueño, me digo a mí misma, acabo de recuperar a mi cachorro.
Iván y sus compinches son como un puñado de mestizos frente a una jauría de pura sangres. Las tornas han cambiado de una manera que sería cómica, si la situación no fuera tan grave.
—Traidor… —repite Iván entre dientes, pero un gruñido de Alyosha le hace retroceder un paso y comprendo que no ha olvidado los colmillos del señor de los ezhen.
—Basta —ordena Maya—. Habrá tiempo mañana para exigir responsabilidades.
—Sestra… —murmura Andrei.
—No tengo nada más que decir. —Maya clava en mí su fría mirada—. La comisión de investigación reclamará vuestra presencia después de que se clausure oficialmente la Siberiana. Os quedan unas horas para preparar vuestra defensa. Aprovechadlas.
El aviso, me digo a mí misma, no puede estar más claro.