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Las apuestas a favor del campeón griego son tan elevadas que el charlatán no duda en asignarle a Yago el rol del perdedor antes de que intercambien el primer golpe.

—A mi izquierda, heroico como el valeroso Héctor —declama, con voz lúgubre—, ¡Yago Varela, de la palestra de Agua Amarga!

El aplauso, bastante tibio, tampoco deja lugar a dudas de lo que piensan los más de treinta mil espectadores que abarrotan el estadio de Fira, situado en la parte norte de la isla de Tera, o Santorini, como les gusta llamarla a los VIP. El armazón de la gigantesca carpa es un bosque de varillas de fibra de carbono, construido por un ejército de pequeños robots, alquilados a una compañía japonesa especializada en montajes automatizados. La lona que la cubre está trenzada con tejido fotovoltaico, que transforma la intensa luz mediterránea en la electricidad que alimenta los halógenos y activa los cubos instalados por doquier. Toda la estructura se ha levantado en solo tres días.

¡Tres días! A nosotros nos ha costado más tiempo viajar desde Madrid hasta Atenas en los autobuses fletados por los organizadores. Lo mejor del viaje ha sido el trayecto entre la capital helena y la isla de Santorini, a bordo de un veloz catamarán que parecía volar por encima del agua. Me pregunto cómo será volar en un avión de verdad. Pero eso solo lo saben los VIP.

Las holografías que los cubos proyectan son de una calidad magnífica. Mientras Yago saluda al público, nos muestran tomas de los millones de espectadores que siguen el espectáculo en los teatros de realidad aumentada que han proliferado como hongos en toda Eurosur. A mi lado, Carmona se revuelve inquieto, mientras las holos van pasando. Como todos los veteranos de este negocio, el viejo no acaba de acostumbrarse a las dimensiones, cada vez más gigantescas del espectáculo.

—¿Tú lo entiendes, niña? A la gente no le llega para pagar el alquiler, pero los shows están a reventar.

Panem et circenses, Alfredo. —No me cuesta nada imaginarme la respuesta de mi abuelo—. Panem et circenses.

—Igual a Héctor, el del tremolante casco —vocea el charlatán, levantando el brazo de mi socio, reclamando una segunda ronda de aplausos—. Metro noventa y tres de estatura, ochenta y ocho kilos de puro músculo, hoplita de la pareja revelación de este año en Eurosur. ¡Yago Varela, campeón íbero!

Los cubos muestran ahora las holografías que se retransmiten a los teatros virtuales, retocadas por la realidad aumentada. A pesar de lo acostumbrada que estoy a sus trucos, nunca dejan de asombrarme. En el cuadrilátero, Yago y Vladikas visten sencillos chándales, estampados con los colores de sus respectivas palestras. Pero en los tubes parecen ir ataviados con una armadura completa, peto y casco incluidos. El de Yago está coronado por un fiero penacho de brillante color naranja, su armadura reluce con destellos plateados, lleva espada al cinto y un gran escudo asegurado a la espalda, parece medir tres metros de estatura. El charlatán, cuyas gafas 3D le permiten superponer las ilusiones virtuales a las imágenes reales, se comporta como si realmente tuviera delante a un guerrero mitológico. Al público le encanta toda esta parafernalia, incluso los espectadores que se pueden pagar la entrada al espectáculo en directo no desactivarán las funciones de realidad aumentada en sus lentes hasta que el combate se ponga verdaderamente interesante. Es decir, hasta que empiece a brotar la sangre.

—A mi derecha, similar al divino Aquiles —se desgañita el charlatán ahora—, ¡Tassos Vladikas, de la palestra de Pyros, campeón heleno!

La ovación que se lleva Tassos es atronadora. Las holos de su feroz imagen, ataviado con armadura y casco dorados, llenan los tubes. Parece sacarle dos cabezas a Yago, aunque su ficha asegura que ambos tienen la misma estatura. Vladikas, eso sí, pesa ciento veinte kilos, es una mole maciza de músculos y grasa, con la cabeza atornillada a un cuello de toro y un tórax denso y peludo como el de un gorila.

—Estos helenos tienen mucha suerte, ¿no te parece? —resopla el viejo.

—¿A qué te refieres? —pregunto, siguiéndole la corriente, aunque sé perfectamente que está pensando.

—Demasiada casualidad que la Ateniense salga siempre como les conviene. Imagínate que ese tarugo hubiera tenido que correr la maratón con tantos kilos a cuestas. Claramente, sabían de antemano que le iba a tocar el combate. Te digo que hay tongo.

—No les va a servir de nada —opino—. Yago lleva todo el año preparándose para medirse con él. Y le tiene ganas.

—Tienes razón —asiente Carmona, pasándose una mano por la calva—. La verdad es que no le arriendo la ganancia al griego.

Spartana
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