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Son apenas las once de la mañana cuando salgo del despacho de mi tutora. El cielo está tan azul como si el mundo fuera una acuarela recién pintada y al gobierno todavía no se le ha ocurrido cobrar un impuesto por disfrutar de él. Aunque es un largo trecho, decido caminar de vuelta a casa de mis abuelos, disfrutando del día de primavera. Evitando el metro, además, puedo ahorrarme el espectáculo de los mendigos, zumbando a mi alrededor como moscones. Lo peor son los niños, cada vez hay más y cada vez están más desesperados. Te persiguen a lo largo de los andenes, dispuestos a tirarse a las vías por unos céntimos o a tirar al que tengan más cerca para arrebatárselos. Algunas veces me lleno los bolsillos de golosinas y las reparto entre las bandadas de críos que me siguen. Conmueve ver cómo se conforman, la felicidad con que se aferran a la minúscula galleta, a la fruta confitada o al mero caramelo cuando no puedo hacerme con otra cosa.
Bajo por el paseo de la Castellana, que se me antoja como el Nilo de los faraones, el gran río que atravesaba el desierto creando un vergel a su paso. Cerca del paseo la Rublyovka prospera, los negocios florecen, los autos de lujo circulan por la amplia avenida sombreada por álamos y plátanos de indias, sus carrocerías relucientes al sol de la mañana, desplazándose casi sin ruido gracias a sus potentes motores eléctricos. Es obvio que la mayoría de la gente con la que me cruzo compra su ropa en las tiendas elegantes que salpican la zona y no en los economatos del gobierno o el rastro clandestino, como los vecinos de mi barrio.
Cuando llego a Colón reparo en que ya han instalado los dispositivos automáticos que se pondrán en funcionamiento apenas entre en vigor, dentro de muy poco, la Ley de Sectores. Junto a los aparatos hay un grupo de chavales pegando carteles, y repartiendo octavillas, convocando una gran manifestación en contra de la nueva barbaridad del gobierno. Es curioso que para organizar una protesta pública haya que recurrir a pegar papel en las paredes o repartírselo a los transeúntes, pero la red y todas las cadenas de noticieros están controladas, así que no hay otra manera de llamar la atención que recurrir al anticuado celuloide.
Tampoco es que los carteles y panfletos sirvan de mucho. Los servicios de limpieza eliminarán los primeros casi tan rápido como los pegan los insumisos, y muy poca gente presta atención a las cuartillas que reparten, muchos ni siquiera las aceptan. La gente está cansada, no tiene tiempo, todo el mundo sabe que nada va a cambiar por manifestarse.
Aunque quizás esta vez el gobierno esté llevando las cosas demasiado lejos, aprobando una ley que permite dividir Madrid en sectores de acceso limitado. En la práctica, las urbanizaciones de la Rublyovka hace ya tiempo que no permiten el acceso más que a los VIP y sus empleados. Pero esto es diferente, la nueva normativa establece que solo los residentes y los turistas pueden permanecer en el sector central de Madrid, incluyendo Atocha, Sol, Castilla, Colón, el Prado y, cómo no, el Retiro, entre las seis de la tarde y las seis de la mañana de cada día. Aún peor, el acceso está restringido durante todo el fin de semana.
Para asegurarse de que la ley se cumple, el gobierno se está gastando una fortuna en detectores automáticos, capaces de delatar a quien no lleve encima la tarjeta de residente, drones que van a controlar cada esquina del centro de Madrid y un ejército de paramil para hostigar a los transgresores.
El gobierno está ya tan seguro de su poder a estas alturas que ni siquiera se ha molestado en maquillar sus razones. Simple y llanamente, los turistas rusos y anglos, que suponen el grueso de los ingresos de la ciudad, no quieren seguir rozándose con los locales, y el gobierno cede a sus pretensiones en aras del negocio. Ya se ha hecho en Atenas y en Roma, aseguran los tubes. A fin de cuentas, todo Eurosur se ha convertido en un gran parque temático, que resulta mucho más agradable si solo se permite el acceso de lacayos y comparsas a los decorados.
Aún queda alguna gente humilde en el centro de Madrid, mis abuelos entre ellos, pero las leyes para subir las tasas ya están en marcha. Y cuando la gente no pueda pagar por vivir en su propia casa, pasarán otras leyes para desahuciarlos. No tardarán mucho en echarnos a todos.