2
Eva está dispuesta a no despegarse de mi lado, pero yo no tengo la más mínima intención de pasarme el día libre que la organización nos paga en Atenas haciendo de carabina. Solo tengo que encontrar la ocasión adecuada para darles esquinazo.
—Este Yago es un tarugo —rezonga—. No sé qué bronca tendríais ayer, pero no justifica que te deje plantada.
—Ya se le pasará —contesto—. Tiene mal carácter, pero no es rencoroso.
—¿Se puede saber qué mosca le ha picado? ¿Se decidió por fin y le diste calabazas?
—No exactamente. Me propuso que jugáramos la Siberiana y le dije que no pienso seguir compitiendo.
—¡Hombres! —gruñe Eva—. Siempre tan oportunos.
—A lo mejor proponerte jugar la Siberiana era su forma de declarase —apunta Dani.
—¡Menuda forma es esa! —exclama Eva, enfadada—. Yago tiene los modales de un bulldog.
—Verdad —asiente su marido—. Pero que está loco por Vega lo sabe hasta Julián.
—En eso estoy de acuerdo —concede Eva—. Si él no es capaz de hablar las cosas, quizás tengas que hacerlo tú. A mí no me quedó otro remedio con este tonto.
—No sé —murmuro—. Estoy hecha un lío.
—Pues aclárate, chiquita —afirma Eva—. Pero date prisa, no te lo vayan a levantar.
—¡Venga, Eva! —Salta Dani—. El campeón no tiene ojos para nadie más.
—¡Tú sí que no tienes ojos! —exclama ella.
—Ándate con tiento, Vita —dice Dani, poniéndose serio—. No siembres la semilla de la discordia en el equipo. Ya sabes cómo acaban esas cosas.
—Es cierto —reconoce Eva, sonrojándose—. Soy demasiado susceptible. Pero tú, Vega, decídete pronto, y así todos contentos.
La tableta de Dani zumba y el rostro de Carmona aparece en su pantalla 2D, tan vieja como la mía.
—¿Habéis visitado ya el Partenón? —pregunta, excitado—. ¡Tenéis que filmarlo todo!
—Lo haremos, jefe —responde Dani—. ¿Qué tal el viaje?
—Largo —suspira el viejo—. Pero los perros se están portando bien.
—Podías haberte quedado —interviene Eva—. Esta ciudad es una pasada.
—Era una pasada —corrige Carmona— cuando la visité yo, antes de que implantaran la Ley de Sectores. Ahora es un decorado para turistas.
No le falta razón. Llevamos un par de horas recorriendo monumentos, maravillosamente reconstruidos y a menudo mejorados a base de realidad aumentada. Basta fijarse un poco para darse cuenta de que los barrios que los rodean están tan reconstruidos y arreglados como las ruinas. Hay ratos en los que casi puedo oler la última capa de pintura que les han dado. Reparo también en que no hay gente corriente en esta zona, a no ser que estén trabajando. Hace ya más de un año que la Ley de Sectores les impide a los atenienses pasear por su propia ciudad, confinándolos a la miserable Kolyma, que se extiende más allá del centro, una Kolyma que por supuesto, no nos permiten visitar.
—¿Qué sabéis de Ingrid y Fran? —pregunta el viejo.
—Parece que la recepción de anoche les vino bien —responde Dani—. He hablado con Fran hace un rato, ya están rodando el comercial.
—¿Y Yago?
—Pasa de monumentos —contesta Eva, ahorrándome el mal trago de contestar.
—Típico del campeón —responde Carmona, sin ocultar el orgullo que siente—. Lo suyo no es la arqueología.
—Eso mismo opinábamos nosotros —contemporiza Eva.