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Esa tarde del 9 de octubre (1967), de acuerdo con las órdenes del Alto Mando de las Fuerzas Armadas bolivianas, el cuerpo del Che Guevara fue trasladado al hospital de Nuestro Señor de Malta.

Una vez en la lavandería, el cuerpo —sucio y ensangrentado— fue lavado por la veterana enfermera Susana Osinagas.[2] El coronel Selich no se apartó de su lado ni un segundo.

Tras colocar una tabla bajo la cabeza (a efectos de que las fotografías fueran adecuadas), el cadáver quedó listo para su exhibición.

Esas fueron las órdenes: convenía que la prensa y el pueblo de Vallegrande (en realidad todo Bolivia y el mundo) tuvieran acceso a la verdad: al gran triunfo de las Fuerzas Armadas sobre el comunismo de Castro.

Tomaron las huellas dactilares y cortaron velas de esperma. Después procedieron a practicar dos mascarillas con sebo de vela. Con la primera hubo problemas y le arrancaron la piel.

Un médico le abrió la garganta y le inyectó formaldehído, con el fin de frenar la putrefacción.

Y a eso de las 19 horas se permitió el paso de los curiosos, periodistas y compañeros militares por la lavandería.

Se llevaron a cabo cientos de fotografías.

Hubo gente que, más o menos disimuladamente, cortó mechones del cabello del Che y se los llevaron como amuletos.

Otros se apoderaron de la chamarra azul, con capucha, del cinturón y de la camisa sin botones.

La chamarra fue examinada por el director del hospital, doctor Baptista, que confirmó la presencia de varios agujeros de bala. Todos los impactos eran gravísimos. La chamarra, que carecía de cierre, se hallaba ensangrentada. Esto demostraba que el Che no había muerto en combate. La gravedad de los balazos no le hubiera permitido caminar desde la quebrada del Yuro hasta la aldea de La Higuera.

Probablemente, la referida chamarra se la quedó el citado director del hospital.

El coronel Selich, que también posó para los fotógrafos junto al cadáver, se llevó el portafolio de cuero del Che.

El capitán Prado retuvo los Rolex, entregados por el propio Ernesto Guevara, y yo —Saturno— me quedé con la carabina M-1, malograda por un disparo. Y permití a Prado que repartiera entre la tropa y los suboficiales los 8.000 dólares y los pesos bolivianos que cargaba el Che en el momento de su rendición.

Tengo a papá
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