ARGEL: LA MOSCA EN LA SOPA

Poco a poco, tras la victoria de la revolución, las diferencias entre Fidel y el Che fueron aumentando. Todos lo sabíamos en Cuba... Todos lo veíamos. Y todos intuíamos el resultado: uno de los dos sobraba.

Fidel y su hermano Raúl eran prorrusos. Moscú nos daba de comer. En aquel tiempo, las inversiones soviéticas en la isla superaban los cien millones de dólares anuales.

El Che tenía otras ideas y, sobre todo, otros sentimientos.

Su credo era el maoísmo. Predicaba el «hombre nuevo socialista». Un hombre que aplastara al imperialismo norteamericano y que engendrara una nueva sociedad. Y para ello sólo había un camino: la guerra.

La «coexistencia pacífica» defendida por los rusos era un insulto.

Así nació la vergonzosa prisión de Guanahacabibes, en la provincia de Pinar del Río. Allí fueron recluidos los que habían cometido faltas contra la moral revolucionaria y contra el «hombre nuevo». El Che fue un importante defensor del «centro de reeducación», como lo llamaban eufemísticamente. Y encerró a toda clase de artistas, homosexuales, católicos, místicos, santeros, drogadictos e, incluso, seguidores de los Beatles.

Y llegó el 25 de febrero de 1964.

El Che subió a la tribuna, en el II Seminario Económico de la Solidaridad Afroasiática, celebrado en la ciudad de Argel y, sin consultarlo con Fidel Castro, desnudó a Moscú, ante el regocijo de Occidente.

«Los soviéticos —clamó en francés— negocian su apoyo a las revoluciones populares en beneficio de una política ajena, egoísta, alejada de los grandes objetivos internacionales de la clase obrera...».

Y añadió, en mitad de un silencio de muerte:

«... Los países socialistas (Moscú) son cómplices de la explotación imperialista».

Los rusos se sintieron avergonzados e indignados.

Y el Che prosiguió su discurso, calificando a los soviéticos de «ladrones y traidores», entre otras lindezas.

Cuando el Che regresó a Cuba, Fidel Castro y el «rebelde» se encerraron durante tres horas. Los gritos se oían en el jardín.

Fue en mitad de esa bronca cuando Fidel ordenó que hiciera la maleta y abandonara la isla. Podía volver a su mundo irreal de la guerra de guerrillas. Y sugirió el Congo.

La inteligencia cubana, con el célebre Barbarroja al frente, prometió que la aventura en el Congo se prolongaría durante dos años. En ese tiempo, el Departamento de la Liberación (organismo dedicado a la organización de guerrillas revolucionarias en América) pondría a punto la infraestructura necesaria para trasladar al Che a un país de América del Sur.

«La lucha en el Congo —aseguró Piñeiro, jefe de los servicios de inteligencia cubanos— servirá para endurecer a los combatientes que acompañarán en su día al Che a la guerra de guerrillas de Sudamérica.»

Y el mencionado Departamento de Liberación (la cloaca de las cloacas del Ministerio del Interior) puso manos a la obra: el Che moriría como un héroe.

Estábamos en marzo de 1964.

No debemos olvidar esa fecha.

Por encargo de Fidel, Manuel Piñeiro, alias Barbarroja, y sus hombres iniciaron una operación secreta para hacer desaparecer al incómodo Che. Pero había que hacerlo con tacto e inteligencia, de forma que la «caída» lo convirtiera, además, en un mito.

Fidel, naturalmente, informó a los rusos.

La suerte del Che estaba echada... Tarde o temprano caería. Esa fue la exigencia de Moscú para seguir subvencionando a Cuba.

Tengo a papá
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