LA CARRERA DEL SOLDADO REA
Y llegó la gran ocasión...
En la mañana del 30 de agosto (1967), el grupo de guerrilleros de Joaquín se aproximó a la casa de Honorato Rojas, cerca del río Grande.
Joaquín envió a tres exploradores para conversar con Honorato. Necesitaban comida y, sobre todo, que los guiara para cruzar el río.
Coincidió que, horas antes, varios soldados se habían presentado también en la vivienda del campesino. Buscaban información. Los mandaba el subteniente Barbery.
Mientras conversaban con Honorato, uno de los soldados —Fidel Rea— se desplazó río arriba con la intención de pescar.
Al ver llegar a los tres rojos, los soldados se ocultaron.
Y la esposa de Rojas, hábilmente, logró enviar a uno de sus hijos al encuentro del soldado Rea, advirtiéndole de la presencia de los subversivos.
Honorato conversó con los exploradores y aceptó el trato: los guiaría al otro lado del río Grande. Pero eso tendría que ser al día siguiente. Por la noche no era conveniente vadear las aguas. Las crecidas eran repentinas y peligrosas.
Los guerrilleros aceptaron y regresaron con el grupo de Joaquín.
Mientras tanto, el soldado Rea había emprendido una agotadora carrera hasta el acuartelamiento del capitán Mario Vargas, a 40 kilómetros de la casa de Honorato Rojas. Cruzó montes y quebradas, y llegó, exhausto, a las seis de la tarde. Una hazaña comparable a la del soldado ateniense Filípides, cuando llevó la noticia del triunfo de los griegos sobre los persas (año 490 a. de C.). El capitán Vargas, en la población de Lajas, movilizó a sus hombres y se trasladó a los dominios de Honorato Rojas. Allí confirmó la noticia de la presencia de los guerrilleros y estableció un plan para emboscarlos cuando cruzaran las aguas del río Grande.
Honorato y su familia —según el capitán Vargas— debían proseguir su vida con absoluta normalidad. Los soldados se apostarían en ambas márgenes del río, muy cerca del punto por el que tenían que cruzar los subversivos.