25.000 PELOS

En aquel verano de 1966, siguiendo las consignas de Barbarroja, un escogido grupo de combatientes cubanos fuimos convocados al despacho de Raúl Castro, entonces ministro del Ejército. Allí llegaron viejos amigos: todos habían luchado con Fidel en la Sierra Maestra. Conté quince.[1]

Raúl fue muy escueto. Nos dijo que habíamos sido seleccionados «para una misión muy importante».

Nos dio la mano y se despidió.

¿Una misión importante?

Ya lo creo que lo era: nos llevaron a una muerte segura y planificada, pero, sobre todo, organizaron la «desaparición» del Che. Los rusos quedaron muy satisfechos.

A partir de ese momento nos metieron en un camión y nos llevaron a una finca propiedad del Estado, al oeste del país, entre los pueblos de Cabaña y Artemisa, en el arranque de la sierra del Rosario.

Allí nos entrenamos duramente durante 85 días.

Y una mañana sucedió algo poco común...

Nos metieron en el mismo camión y nos trasladaron a un lugar llamado San Andrés de Taiguanabo, en la sierra de los Órganos.

Nos detuvimos frente a una casa señorial, con piscina. Y nos hicieron formar.

Al poco se presentó un tipo muy bien trajeado, con los zapatos brillantes y unos espejuelos (gafas) de cristales gruesos. Era casi calvo.

Caminó despacio hasta nosotros y pasó revista.

Fumaba en pipa; una pipa de plata.

Y pensé: «¿Este sujeto será nuestro comandante? Parece un burócrata o un hombre de negocios».

Tomassevich, que era nuestro comandante en los entrenamientos, se dirigió al personaje de la pipa y declaró:

—Doctor, éstos son los hombres de los que le habló Fidel. A ver qué le parecen.

El individuo continuó observándonos. Su mirada, ahora, era burlona.

Finalmente replicó, de manera que todos pudiéramos oírle:

—A mí me parecen unos comemierdas...

Nos enfadamos, y mucho.

Y el tipo se acercó y nos dio la mano, uno por uno. Al hacerlo comentaba:

—Mucho gusto. Ramón...

Al terminar, Tomassevich volvió a preguntar:

—¿Qué le parecen ahora?

—Siguen siendo los mismos comemierdas...

El silencio fue total. Nos lo comíamos con la mirada. ¿Quién era aquel miserable para insultarnos?

Después se detuvo frente al comandante Sánchez Díaz y le dijo:

—Yo a ti te conozco...

—Es imposible que usted me conozca.

—¿Tú no eres el comandante Pinares?

Estábamos desconcertados. Y el de la pipa de plata prosiguió:

—Tú eres aquel que, cuando la crisis de octubre, andaba por aquí, por Pinar del Río, en un jeep todo destartalado, metiéndoles mentiras a los campesinos.

El comandante Pinares se sintió ofendido y adoptó una pose agresiva, aunque bastante cómica. Y terminamos riendo. El de la pipa también reía. Uno de nosotros —creo que fue el Rubio— se salió de la formación y, enfadadísimo, agarró al tipo por el cuello, al tiempo que gritaba:

—¡Coño, qué bicho eres tú!

Y, de pronto, el Rubio, sin soltar el cuello del doctor, exclamó:

—¡Coño, muchachos, es el Che!

Fue una prueba. La metamorfosis fue tal que no lo reconocimos.

Los especialistas de la inteligencia cubana hicieron un buen trabajo. Para empezar le arrancaron parte de la cabellera, con el fin de simular la calvicie. Necesariamente, el experto en fisonomía tuvo que arrancar pelo por pelo. Los chillidos del Che se oían en todo el edificio. En total fueron arrancados 25.000 cabellos (que fueron religiosamente guardados en una caja fuerte). La operación se prolongó durante diecisiete días. También le sembraron nuevas cejas y le colocaron varias prótesis dentales que deformaron sensiblemente la cara. Además de los espejuelos se redujo la estatura, fabricando unos zapatos especiales, sin tacón.

El resultado, como digo, fue espectacular.

El día de la despedida de sus hijos fue especialmente amargo para el Che. Ninguno de ellos lo reconoció. Él se hizo pasar por el «tío Ramón». La despedida fue fría, sin besos ni abrazos. El Che saludó con la mano y se alejó. Después, Aleida, la esposa, lloró desconsoladamente. Ella supo que no volvería a verlo.

La despedida de Fidel fue extraña. Se abrazaron brevemente y se desearon suerte. Ambos sabían que no volverían a verse.

Fidel es un consumado actor y supo disimular.

Conviene aclarar que el Che no se hallaba al mando de esta nueva operación. Las decisiones capitales, la infraestructura, las comunicaciones, las armas, etc. estaban a cargo del Departamento de Liberación y, más concretamente, bajo la dirección de Piñeiro, alias Barbarroja, la mano derecha de Fidel Castro.

La traición seguía su curso...

Tengo a papá
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