Nada de lo planeado salió como se esperaba... ¿Fue un desastre minuciosamente planificado? Yo así lo creo.
Pero mejor será que arranque por el principio.
Conocí al Che en la Sierra Maestra, en plena revolución. Yo tenía dieciocho años.
Era un guajiro, un campesino. Allí había nacido. Allí perdí a mis padres. Y allí me casé. Mi esposa se llamaba Mami. Era igualmente guajira y muy bella.
Pero un día llegaron unos soldados de la Guardia Rural, al servicio de Batista, y nos acusaron de no sé qué. Arrastraron a Mami hasta el monte y allí la mataron, a tiros. Y la dejaron como un animal, entre las matas. Sólo tenía quince años.
A partir de esos momentos decidí vengarme de Batista.
Pero ¿cómo? Yo era analfabeto. Ni siquiera tenía un arma.
Y supe que unos barbudos andaban por la sierra, en lucha contra Batista, el dictador. Era el mes de enero de 1957.
Me acogieron y me hablaron de la revolución. Pero yo no sabía qué era eso. Yo sólo deseaba vengarme.
Y conocí a Camilo Cienfuegos, uno de los comandantes. Le caí bien y se convirtió en mi tutor. Él me enseñó a disparar. Con él hice muchos combates. Después conocí a Fidel y también al Che. Pero ninguno de los dos se parecía a Camilo. Mi tutor era sencillo. Usaba palabras cubanas y comprensibles. Siempre sonreía. El Che era otra cosa, mucho más serio y de palabras raras.
Con el paso del tiempo me convertiría en uno de sus compañeros y guardaespaldas. Y acompañé al Che a otros frentes guerrilleros. Peleé a su lado en el Congo, durante siete meses, y por último en Bolivia, hasta que le mataron. Sé, por tanto, de qué hablo.