7 DE OCTUBRE (1967)
Hemos tenido que prescindir de las mulas. La presencia de los animales puede delatarnos.
Nos arrastramos por otra quebrada.
Según mis cálculos nos encontramos a una legua de La Higuera (3 kilómetros). El desfiladero es muy angosto.
Estamos sedientos y hambrientos. Las provisiones se terminaron hace tres días. Para colmo de males, el Chino ha perdido las gafas y hay que guiarlo constantemente. Algunos hablan de abandonarlo a su suerte.
Nadie se atreve a preguntar. ¿Hacia dónde nos dirigimos?
Los soldados están por todas partes. Pasamos más tiempo ocultos que caminando.
Hoy se cumplen once meses del inicio de la guerrilla. El balance no puede ser más negativo. Nos han diezmado y no vemos una salida airosa.
A eso de las doce del mediodía, al acampar en un cañón, aparece una vieja con sus cabras. No tenemos más remedio que apresarla.
La interrogamos sobre los soldados, pero dice no saber nada.
El Che asegura que miente.
La amenazamos con pegarle un tiro, pero la vieja se ríe, se levanta las faldas y nos enseña el culo.
En represalia nos quedamos con los chivos.
No podemos hacer fuego. Tenemos que comer la carne cruda. Nos bebemos la sangre de los animales. La vieja sigue riendo. Yo creo que está mal de la cabeza. Y nosotros también...
A eso de las cinco de la tarde, tres compañeros la escoltan hasta su choza. Allí vive con una hija, inválida, y con otra, medio enana.
Insiste en que no sabe nada de los soldados. Le entregan 50 pesos para que no hable. Probablemente lo hará en cuanto nos alejemos.
El Che decide caminar en la noche.
Casi no hay luna.
Nos arrastramos por otro desfiladero, cuesta abajo, y entre sembradíos de papas.
El avance es lento y laborioso. El Chino no puede dar un paso. No ve.
A eso de las dos de la madrugada nos detenemos. Necesitamos dormir y descansar.
El comandante envía exploradores. Necesitamos agua.
De pronto, entre las papas, observamos una luz. Parece un mechero.
Avisamos al Che y, al poco, la luz se apaga. ¿Podría tratarse de un campesino? ¿Nos ha visto?