NUEVE HORAS DE ESPERA
El 31 de agosto (1967), al alba, un total de 41 soldados, al mando del capitán Vargas, se distribuyó a lo largo del río, ocupando 90 metros de playa. El lugar por el que tenían que vadear los rojos no superaba los cuarenta metros de anchura.
Allí, inmóviles y mimetizados, tenían que esperar la orden del capitán para abrir fuego. La señal sería un disparo.
Fueron nueve horas largas de angustiosa espera.
Los soldados no podían moverse, no podían hablar, no podían aproximarse al río para beber, no podían desplazarse para hacer sus necesidades. Si deseaban orinar tenían que hacerlo en los pantalones. Los mosquitos, tábanos y zancudos cayeron sobre ellos como una nube y los abrasaron. Al terminar la jornada estaban irreconocibles. El sol empezó a apretar y la temperatura alcanzó los 35 grados Celsius. Hubo algunos desmayos, pero nadie se movió de su sitio.
A las 17 horas, poco antes de la puesta de sol, vieron aparecer unas sombras. Eran los subversivos.
Caminaron despacio hasta la orilla del río. Parecían muy cansados.
Y se detuvieron.
Uno de ellos, alto y fornido, se adelantó. Llevaba en la mano izquierda una ametralladora Browning, con la banda de munición colgada del hombro. En la otra mano portaba un machete. Se trataba de Israel Reyes, alias Braulio (cubano).
Entre los guerrilleros se hallaba Honorato Rojas, con una inmaculada camisa blanca. Se distinguía a la perfección.
Braulio cruzó el río y permaneció unos segundos contemplando la rivera, a derecha e izquierda. Pero no se movió. Ese fue un error.
Después, convencido de que el terreno estaba despejado, se inclinó hacia el río y metió la mano en el agua, bebiendo en la palma.
Era la señal.
Y el grupo empezó a vadear el cauce. Honorato, el campesino, huyó del lugar.
Tania, que era la última, cambió de pronto su posición (no se sabe por qué) y otro guerrillero cerró la columna. Este último —que logró salvar la vida gracias a ese cambio— era José Castillo, alias Paco.
Fueron instantes de gran tensión.
Los soldados apuntaron sus rifles y esperaron la señal del capitán.
A las 17 horas y 17 minutos, Mario Vargas abrió fuego y derribó a uno de los subversivos.
Acto seguido, los soldados dispararon sobre la columna y liquidaron a los comunistas de Castro.
El único que reaccionó fue Braulio, que se encontraba en la otra orilla. Disparó dos ráfagas y mató al soldado Antonio Vaca.
En cinco minutos todo había terminado. El capitán ordenó el alto el fuego y se hizo un silencio de muerte.
Olía a pólvora.
Algunas bandadas de palomas huían aterradas.
El río se volvió rojo.
Paco, el único superviviente, se había escondido detrás de una roca, pero fue localizado y hecho prisionero.
Y antes de que cayera la noche, los soldados sacaron los cadáveres del agua. El río había empezado a arrastrarlos.
El guerrillero superviviente fue identificando los cuerpos.
Se trataba, en efecto, del grupo de retaguardia que capitaneaba el cubano Joaquín. Inicialmente eran diecisiete. Ahora, al cruzar el río, quedaban diez.
Pero sólo fueron hallados siete cuerpos. Faltaban dos guerrilleros.
Los identificados fueron los siguientes: Juan Vitalio Acuña, alias Joaquín (jefe del grupo), Braulio y Alejandro (cubanos), Moisés Guevara, Apolinar Aquino, Walter Arancibia y Freddy Maymura (bolivianos).
Al día siguiente —primero de septiembre— los cadáveres fueron trasladados a Lajas y, posteriormente, a la sede del Batallón III de Ingenieros, a 60 kilómetros de Vallegrande. Los cuerpos fueron expuestos y, por último, sepultados en secreto. La operación corrió a cargo del coronel Selich, subjefe del Regimiento Pando de Ingenieros Militares con base en Vallegrande.
Dos días después (3 de septiembre), el guerrillero huido —Restituto José Cabrera, alias Negro— fue localizado y muerto. Era un médico peruano.
El 6 de septiembre, en otra operación de rastrillaje en el vado del Yeso, en río Grande, fue encontrado el cuerpo de Tania, la triple espía. Se hallaba a 800 metros del lugar de la emboscada, atorado entre las piedras. Apareció hinchada y con la cara y las manos comidas por los peces. La descomposición del cadáver era muy avanzada. Tenía treinta años de edad.
Al practicarle la autopsia se comprobó que había recibido un disparo en un pulmón. Estaba embarazada de tres meses. ¿Hijo del Che?
Los restos de Tania fueron enterrados en secreto, también por el coronel Selich.
La fosa común en la que fueron sepultados los guerrilleros y la tumba de Tania figuran en los informes confidenciales de las Fuerzas Armadas, juntamente con las correspondientes fotografías y las coordenadas de ambas sepulturas. Dichos papeles nunca han sido desclasificados.