ALUCINACIONES

El 13 de agosto (1967) sucede algo que preocupa seriamente al grupo. Uno de los muchachos —al que llamamos Chapaco— regresa a la carrera al campamento y, nervioso, asegura haber visto soldados en una vaguada cercana. Dice que son cinco, pero muy altos. Y visten uniformes blancos. A su lado hay un aparato redondo, «con muchas luces de colores».

El Che envía una patrulla, pero no ven nada.

Chapaco gime y se lamenta. Dice y repite que los vio muy cerca: a cosa de cincuenta metros, o menos. Eran «soldados» de más de dos metros. No llevaban armas. La nave no tenía puertas ni ventanas. Sólo luces de colores. Tampoco oyó ruido.

Los compañeros se ríen del boliviano y piensan que ha sufrido una alucinación, consecuencia del cansancio, del miedo y de la carne de caballo.

El Che pide que no nos burlemos del compañero y revela algo que vivieron los comandantes cuando peleaban en la Sierra Maestra.

Una luz muy intensa y silenciosa descendió sobre el grupo e iluminó el monte como si fuera de día.

—Cuando pensamos en hacer uso de las armas —explicó—, la cosa aquella salió disparada hacia lo alto. No era un helicóptero ni tampoco un avión. Era una esfera enorme.

El boliviano, al escuchar el testimonio del Che, se ha quedado más tranquilo.

El 13 de agosto, el comandante toma tres tabletas al día, pero el asma no remite.

Dos días más tarde, las emisoras locales anuncian otra refriega. Caen dos guerrilleros del grupo de Joaquín. No sabemos dónde.

La moral es bajísima.

Hablamos entre los cubanos sobre la necesidad de evacuar al Che (quiera o no quiera) y trasladarlo a Cuba. Lo mejor sería por el norte, por la frontera de Brasil. Está menos vigilada. Pero ¿cómo hacerlo? Además, sería traición.

Siguen las malas noticias. El 25 de agosto anuncian otra emboscada en la zona de Camiri. Se trata de los guerrilleros de Joaquín, una vez más. No sabemos si hay muertos.

El Che pierde los nervios y golpea a un compañero.

Esto no puede seguir así. Tenemos que tomar una decisión o moriremos todos. El comandante está claramente incapacitado para el mando.

28 de agosto.

Seguimos dando vueltas por los montes y bosques.

El Che se limita a gritar.

Hace días que carecemos de agua. La mitigamos con los higos chumbos que encontramos. Los muchachos han vuelto a beber la orina. Y las consecuencias no tardan en presentarse: empiezan de nuevo las diarreas.

Los bolivianos se presentan ante el Che y solicitan su retirada de la guerrilla.

El comandante dice que lo pensará.

La situación es crítica. No hay respaldo del campesinado. Todo lo contrario. No tenemos conexión con «Manila». No hay suministros de nada. No sabemos realmente dónde nos encontramos. El grupo de Joaquín está tan acosado como nosotros. No hay víveres ni agua. Casi no queda munición y la moral combativa no existe.

Ahora lo veo claro: la trampa urdida por Fidel se está cerrando. El Che caerá, y nosotros con él.