EL TANGO
Y continuaron los problemas...
Nuestro aparato transmisor, instalado en uno de los túneles, era una radio potente —una Zenit Transoceánica—, utilizada habitualmente por la CIA. Podíamos recibir, pero no transmitir. La «llave» que hacía posible las transmisiones había quedado en Cuba, por exigencia de Barbarroja. «No convenía levantar sospechas —aseguró—. El viaje hasta La Paz era largo.» Y la inteligencia cubana nos tranquilizó, asegurando que la «llave» la entregaría Monje, una vez que el Che llegara a Bolivia.
Ahora, al redactar estos recuerdos, comprendo que la maniobra de Barbarroja estuvo minuciosamente planificada.
Mediante «correos» hicimos saber a Monje que nuestra situación era delicada y que necesitábamos la «llave» en cuestión.
No hubo respuesta. Después supimos que Monje demoró la visita a Ñancahuazú con la excusa de una reunión en Bulgaria. En realidad viajó de nuevo a Moscú e informó de nuestra presencia en los montes de Bolivia.
El cerco al Che se iba cerrando...
El Che, furioso, envió a un compañero a La Paz «para traer a Monje por las pelotas».
Papi se presentó en el campamento central el 31 de diciembre. Traía a Monje casi a la fuerza.
El Che y Monje se saludaron con frialdad y se retiraron entre los árboles. Y allí hablaron durante casi tres horas.
Sorpresa: con Monje llegó Tania, la bella rubia de los ojos verdes y azules, según le diera la luz.
Aquello despertó el interés de los hombres.
Mientras Monje y el Che hablaban en la distancia, algunos bolivianos se dedicaron a espiar a Tania. Cada vez que ingresaba en la letrina, los tipos se arrastraban hasta el cajón de madera que la cubría y miraban por los boquetes. Tania los llamaba «malnacidos» y, al punto, se montaba la bronca. Algunos cubanos se liaron a puñetazos con la «resaca», como llamaba el Che a los bolivianos. La verdad es que la mayoría eran vagos y perezosos.
Hacia las 13 horas terminó la charla y el Che y Monje regresaron a la zona de las mesas de madera. Yo me dediqué a preparar la cena de Fin de Año: puerco asado con arroz congrí y yuca.
El Che aparecía muy serio. Se sentó en su hamaca y se puso a escribir su diario.
Monje, por su parte, ni saludó.
El ambiente era tenso.
Pero la cena vino a suavizar a los hombres. Hicieron fila, como era la costumbre, y les fui sirviendo. El Che tenía el número catorce.
Y el vino y las cervezas disiparon en parte las desconfianzas.
Y a eso de la medianoche, uno de los cubanos sintonizó una radio peruana. Y se escuchó un tango.
Entonces, ante la sorpresa general, el Che se hizo con un tronco de medio metro y se puso a bailar el tango.
«No te vayas, guitarrero —cantó el Che con una voz horrible y chillona—, que se me apaga la luz del alma».
Aplaudimos, entusiasmados.
Después, el Che pidió a Tania que le acompañara hasta el riachuelo.
Y la fiesta siguió hasta el amanecer.
El 1 de enero de 1967, Monje se despidió. Prometió renunciar a su cargo en el partido y regresar a Ñancahuazú entre el 10 y el 11 de ese mes «para incorporarse a la lucha, como un simple soldado».
Obviamente mintió. Monje nunca regresó. Y lo que fue peor: no trajo consigo la valiosa «llave» del transmisor. Estábamos perdidos.
Cuando Monje desapareció, el Che nos convocó y explicó —a grandes rasgos— en qué había consistido la conversación con el secretario general del Partido Comunista Boliviano.
Monje exigió el mando político-militar de la guerrilla.
El Che se negó a entregar el mando militar y aceptó compartir con él la dirección política.
Monje, entonces, anunció que el partido se retiraba de la lucha armada en Bolivia.
Fin de la conversación.
En otras palabras: estábamos atrapados. No teníamos conexión con Cuba. Carecíamos del necesario apoyo exterior. No disponíamos de armas y tampoco de comida y medicamentos. Y el Che explicó, con evidente amargura, que teníamos que rehacer los planes. «Manila» no sabía del desacuerdo con Monje y eso complicaba las cosas. Teníamos que encontrar un procedimiento para hacer saber a Fidel lo que estaba sucediendo.
En mi opinión, el Che fue excesivamente confiado. No revisó los planes de Barbarroja o, si lo hizo, la inteligencia cubana lo engañó.
Y una pregunta se propagó entre los cubanos: «¿Qué coño hacemos aquí?». El Partido Comunista de Bolivia se había desentendido de la lucha armada. Los campesinos nos huían. La reforma agraria ya había tenido lugar. No teníamos logística. Éramos un puñado de locos...
Pero nadie se atrevió a hablar con el Che. Le teníamos miedo. Así de simple.
Y el Che cometió un nuevo error.
Conversó con uno de los bolivianos —Moisés Guevara— y le pidió que reclutara veinte o treinta hombres más. Guevara había sido expulsado del Partido Comunista de Bolivia en 1964 por su tendencia pro-China.
Y prometió hacerlo.
Guevara recorrió el país, pero no encontró lo que buscaba.
Desesperado, viendo que no podía cumplir, reunió a una decena escasa de individuos a los que no conocía. Entre éstos, lamentablemente, se hallaba un expolicía, expulsado por narcotráfico.
Y los condujo al campamento central.
Pero, al llegar, el Che y el grueso de los guerrilleros habíamos partido a una larga marcha de exploración por los alrededores. El expolicía que acompañaba a Moisés Guevara no tardó en comprender que se hallaba en un campamento de la guerrilla. Y se las prometió felices. Si desertaba, y avisaba al ejército, quizá pudiera volver a su antiguo puesto como policía.