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Lo supe mucho después, cuando conseguimos llegar a Cuba...

Esa madrugada del 8 al 9 de octubre de 1967, mientras el Che permanecía prisionero en la escuela de La Higuera, al sureste de Bolivia, Aleida March, la esposa de Ernesto Guevara, despertó sobresaltada. Un sudor frío la bañaba.

Y supo que su marido estaba en grave peligro.

Cuando los hombres de Fidel llegaron a su casa, en La Habana, con la noticia de la muerte del comandante, ella ya lo sabía.

Tras el combate en la quebrada del Yuro, algunos compañeros logramos huir de los soldados.

Caminamos hacia el lugar que habíamos convenido con el Che, en caso de emergencia, pero no encontramos a nadie. Sólo hallamos una mochila. Alguien la había abierto y desparramado las cosas. Era del Che. Recogimos el plato, la jarra, la radio y la manta y proseguimos la marcha hacia Santa Elena.

Avanzamos durante la noche con grandes dificultades. Y, al amanecer, nos detuvimos.

Sorpresa: estábamos a 200 metros de La Higuera. Nos habíamos perdido de nuevo...

Nos agazapamos entre la maleza y observamos.

La escuela se veía muy bien. Estaba rodeada de soldados. Contamos más de sesenta.

Alguien dedujo que los compañeros estaban prisioneros en dicha construcción de adobe. ¿También el Che?

En los alrededores de La Higuera se movían muchos soldados. Algunos estaban comiendo. Otros dormían.

Creo que nos vieron, pero quizá nos confundieron con otras tropas. O quizá estaban hartos de luchar e hicieron la vista gorda. Quién sabe...

A eso de las siete y media de la mañana oímos el motor de un helicóptero.

Y allí seguimos, en silencio, sin saber qué hacer.

El helicóptero tomó tierra en la aldea y de él saltaron dos individuos.

Al conectar los audífonos de las radios empezamos a recibir noticias, a cual más confusa.

Hablaban de la captura del Che y de la muerte de varios compañeros. Otros periodistas aseguraban que el comandante había caído en el combate.

Discutimos la posibilidad de que el Che estuviera cautivo en la escuela. El despliegue militar parecía confirmarlo.

La idea de liberar al Che fue rechazada de inmediato. Éramos seis contra un centenar, o más, de soldados. Sólo hubiéramos provocado la muerte de todos.

Y, de pronto, hacia las once de la mañana, oímos otra noticia alarmante. El periodista hablaba de una foto del Che con sus hijos, encontrada en el pantalón del comandante. Eso era cierto. La fotografía fue llevada a Bolivia —contra todas las normas— por Olo Pantoja, un compañero cubano. Todos la vimos. En ella aparece el Che con Aleida, su esposa, y tres de sus hijos.

La noticia de la captura del Che, por tanto, era cierta. ¿Qué debíamos hacer?

Y a eso de las 12 horas oímos disparos. Fueron ráfagas de ametralladora.

Nos miramos, perplejos.

Sonaron en el interior de la escuela.

Lo supimos de inmediato: aquellas bestias habían ejecutado a nuestros compañeros; posiblemente al Che.

Tomamos las armas y huimos. Huimos aterrorizados...

Tengo a papá
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