8 DE OCTUBRE
Al amanecer observamos sombras en lo alto de los riscos que forman el cañón en el que nos encontramos.
Son soldados.
Están muy cerca.
Nos rodean por todas partes.
El Che organiza la guerrilla en tres pelotones. Tomamos posiciones pero los soldados siguen llegando. Cuento más de cuarenta.
Hay que romper el cerco. El Che señala el fondo de la quebrada, a cosa de trescientos metros.
Caminamos entre las piedras y la maleza, agazapados.
El Che indica silencio. Nada de disparar.
Las horas pasan lentas. El sol abrasa.
Los soldados continúan rastrillando la zona. Buscan minuciosamente, palmo a palmo. Nos están cercando. Si no abrimos fuego no saldremos del agujero.
Le hago señas al comandante, pero no hace caso.
Se quita la gorra y se abanica. No parece preocupado. De vez en cuando hace señas a la gente para que no asomen las cabezas.
Nadie entiende nada.
¿Por qué no abrimos fuego?
Así transcurren ¡seis horas!
Finalmente, hacia la una del mediodía, los soldados descubren a dos de los compañeros. Y se registra fuego de morteros y de ametralladoras.
Veo caer al boliviano Reinaga.
Disparamos sin saber hacia dónde. Los soldados están ocultos en las alturas. Es muy difícil acertar.
El Che cambia de posición y se parapeta detrás de una gran roca.
La lluvia de proyectiles es tal que no hay forma de asomarse y de comunicarse. Veo caer a otros compañeros.
El Che maldice.
Una bala ha inutilizado su carabina. Trata de disparar pero la M-1 no responde. Al quedar ligeramente al descubierto, otro proyectil le quita la gorra. De pronto veo que se lamenta y lleva la mano a la pierna derecha. Parece que lo han herido.
A su lado se encuentra Willy, otro boliviano. Hablan y señalan una chimenea en la pared de la quebrada.
El comandante casi no puede caminar. Willy lo carga y escalan la chimenea muy despacio.
Quise acompañarlos, pero el tiroteo era tan infernal que no fue posible moverse del sitio. Y los vi desaparecer entre la maleza.
Minutos después el fuego cesó, momentáneamente, y pudimos cambiar de posición.
Fue así como rompimos el cerco y escapamos lejos de la quebrada del Yuro o Churo, como la llaman los bolivianos.
De los diecisiete guerrilleros, sólo seis quedamos con vida.
Del Che no supimos nada. Y lo dimos por muerto.