
Mi nombre de guerra es Saturno. Soy coronel del ejército boliviano y jefe de la Octava División.
Desde el mes de abril (1967), en el que tuvimos la certeza de que Ernesto Guevara de la Serna, alias Che, se encontraba en Bolivia al frente de un grupo de rojos, he trabajado sin descanso en las operaciones de búsqueda de estos comunistas.
Desde ese mes de abril, los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas fueron infiltrando decenas de agentes secretos, de paisano, que convivieron con los campesinos y fueron reuniendo una información preciosa.
En esos meses —entre abril y junio—, los agentes infiltrados contactaron con un campesino llamado Honorato Rojas.
En su día, tanto Honorato como su hijo Lucio habían servido de guías a los subversivos del Che, facilitándoles víveres e información de la zona.
Los amenazamos con meterlos en prisión y Honorato cambió de actitud. Fue fácil «darle la vuelta». Si volvía a ver a los barbudos avisaría al ejército. Y con esa condición quedaron libres. Fue un excelente trabajo del capitán Mario Vargas.