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«Cuando llegue a la altura de la casa, apagaré el motor y dejaré el BMW aparcado en la carretera». Bryan repasó la situación. Era aconsejable proceder con prudencia. La última hora le había resultado demasiado agitada.

Y no había avanzado nada.

Un mundo desconocido se había tragado a Laureen y a Petra.

Bryan había hecho muchos descubrimientos terribles durante el repaso del piso de Stich. A pesar de la escasa luz de su encendedor, los testimonios del verdadero yo de Peter Stich no dejaron lugar a las dudas. Un cajón tras otro, estante tras estante, estancia tras estancia, todo evidenciaba que el anciano había seguido viviendo en su feroz pasado. Fotografías de muertos, armas, medallas, banderas, estandartes, relieves, figuritas, revistas, libros y más fotografías de muertos.

Bryan había abandonado el piso de Stich sin llamar la atención. Desde Luisenstrasse se había dirigido al palacete de Kröner, que ya había tenido bajo vigilancia dos veces antes. Estaba convencido de que aquélla sería la última vez.

El enorme jardín de Kröner estaba envuelto en la oscuridad cuando Bryan por fin llegó a la casa, y a punto estuvo de desanimarse por ello. La única señal de vida era la débil luz de una bombilla en el primer piso. Por lo demás, la casa parecía deshabitada.

Después de llamar al timbre un par de veces, Bryan volvió al jardín. Una vez allí, cogió una piedra en el sendero y apuntó. El cristal de la ventana del primer piso apenas tintineó una décima de segundo. Luego arrojó unas cuantas más. Al final bombardeó todas las ventanas y la gravilla rebotada por los cristales cayó sobre el césped.

Y entonces se dio cuenta de lo estúpido que había sido.

Bryan miró por la ventanilla lateral. Todavía no había salido la luna. Los viñedos estaban ocultos en la oscuridad.

Antes de llegar al desvío que llevaba a la hacienda de Lankau, Bryan se dio cuenta de que la luz del patio ya no estaba encendida. Cuando apagó los faros, la oscuridad lo envolvió. Un par de cientos de metros más adelante superó la zanja a tientas y, encogido, bordeó el viñedo. Al abrigo de la primera hilera de vides, llegó a la parte trasera de la casa y se acercó a la ventana del frontis para echar un vistazo al interior del salón en el que había dejado a Lankau atado a la silla.

Estaba a oscuras y en silencio.

Tendría que volver a buscar la verdad en aquella casa. Mientras había estado contemplando la casa de Kröner, apenas veinte minutos antes, se había dado cuenta de que probablemente sólo Lankau podría ayudarlo a seguir adelante. La casona de la ciudad había estado vacía. Kröner había abandonado su nido y seguramente ya se había ocupado de que Petra y Laureen estuvieran controladas.

Bryan permaneció un buen rato escuchando en medio de la oscuridad. Nada parecía indicar que Kröner se le hubiera adelantado. Los únicos sonidos que le llegaron fueron los graznidos de pájaros que tantas veces lo habían acompañado en sus paseos por Dover. Los viñedos les pertenecían.

Alzó la vista hacia el oscuro cielo y luego se deslizó los últimos veinte metros al descubierto, siguiendo el muro que lo separaba del patio.