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Desde que Bryan había abandonado a Lankau atado a la silla del refugio, se había hecho unas cuantas preguntas. En primer lugar, en algún momento tendría que volver a interrogar a Lankau. Las circunstancias que envolvían la desaparición de James seguramente eran correctas, pero si quería encontrar la paz interior, tendría que obligar a Lankau a contarle algo más. Aunque aquel gigantón aún mordía, Bryan había detectado que también las defensas de Lankau tenían sus puntos débiles. Si era capaz de encontrarlos, los elementos de su relato formarían una imagen completa de lo acontecido hasta la fecha. Y entonces dejaría que se marchara.
Mientras tanto, tendría que buscar a Kröner. Se acercaría a él sin rodeos y le haría las mismas preguntas. Tal vez estaría más dispuesto a colaborar. Bryan se pasó la mano por la cintura de los pantalones, donde todavía escondía la pistola. Y a lo mejor conseguía más información acerca de la persona misteriosa a la que llamaban el Cartero. Posiblemente, Kröner le desvelaría dónde estaba Petra.
Cuando todo hubiera concluido, llamaría a Canterbury. Si Laureen seguía estando fuera, llamaría a Cardiff, donde posiblemente la encontraría. Si así era, le pediría que hiciera la maleta, que tomara el rápido a Londres y, desde allí, la línea de Piccadilly hasta el aeropuerto de Heathrow, donde debería tomar un avión a París. Un par de días en el hotel Meurice, en la Rue de Rivoli, un domingo en los parques y una misa en Saint-Eustache a su lado sin duda la tentarían y aplacarían.
La casa de Kröner era la única de la calle que no estaba iluminada. En otras casas, una luz en el zaguán o en el jardín podían indicar que había alguien en casa, pero no en aquélla.
Y, sin embargo, sí había alguien.
Allá, delante de la verja, estaba totalmente expuesto. A escasos veinte metros del lugar, divisó a un anciano que acababa de abandonar la puerta principal y se dirigía hacia él. Bryan podía escoger entre pasar de largo o quedarse allí y jugar el juego, ahora que ya había empezado. El anciano se detuvo un instante mirando en su dirección, como intentando recordar si había cerrado la puerta con llave o no. Entonces dio un paso hacia adelante, se repuso y miró fijamente a Bryan. Casi como si ya se hubieran encontrado antes, le sonrió y abrió los brazos.
—Suchen Sieetwas? —dijo, deteniéndose a un par de pasos de él. Carraspeó.
—¡Perdone!
Bryan había pronunciado las palabras mecánicamente. El anciano era el mismo hombre que había visto junto a Kröner en el Kuranstalt St. Úrsula; el hombre que luego había seguido; era el hombre que vivía en la casa descascarillada de Luisenstrasse. El anciano se sorprendió levemente al oír el idioma extranjero, pero se apresuró a cambiar al inglés con una sonrisa en los labios, como si fuera la cosa más normal del mundo.
—Le he preguntado si busca a alguien.
—¡Pues sí, así es! —dijo Bryan mirándolo directamente a los ojos—. Estoy buscando a Herr Hans Schmidt.
—¡Vaya! Me gustaría poder ayudarlo, ¿Herr…?
—Bryan Underwood Scott.
Bryan aceptó la mano que le tendió el anciano y tomó nota de su piel fina y helada.
—Sí, lo siento, pero estará fuera un par de días con su familia, Herr Scott. Acabo de regarles las plantas. También hay que hacerlo, ¿no es así?
El anciano le sonrió y le guiñó el ojo, amablemente y mostrándose ligeramente familiar.
—A lo mejor puedo ayudarlo yo…
Tras la máscara de barba blanca se escondía un rostro que agitó el subconsciente de Bryan. La voz le resultaba extraña y desconocida, pero los rasgos de su rostro despertaban en él un desasosiego y unos sentimientos que no supo decir de dónde provenían.
—¡Oh, no sé! —dijo Bryan, vacilante, No volvería a tener una oportunidad como aquélla—. En realidad, no quería hablar con Herr Schmidt, aunque sin duda sería muy interesante, sino con uno de sus conocidos.
—¡Vaya! Pero aun así es posible que pueda serle útil. La verdad es que no hay nadie en el círculo de amistades de Hans Schmidt que no conozca yo tan bien como él. Sin ánimo de entrometerme, ¿a quién busca?
—A un viejo amigo común. No creo que lo conozca. ¡Se llama Gerhart Peuckert!
El viejo lo miró por un momento, como queriendo examinarlo. Entonces apretó los labios y, pensativo, entrecerró los ojos.
—Pues sí —respondió finalmente frunciendo el ceño—. Creo que recuerdo a ese hombre. Estaba enfermo, ¿no es así?
Bryan no se esperaba aquel giro en la conversación. Miró al viejo y se quedó sin habla un instante.
—Sí, supongo que sí —consiguió balbucear.
—Creo que lo recuerdo. Incluso me parece que hace muy poco que oí hablar de él a Hans. ¿Puede ser?
—¡No lo sé!
—¿Sabe qué le digo? Puedo averiguarlo. Mi mujer tiene una memoria extraordinaria. Sin duda podrá ayudarnos. ¿Tiene mucha prisa? ¿Vive en la ciudad?
—¡Sí!
—Pues siendo así, ¿a lo mejor le apetece cenar con nosotros? ¿Qué le parece a las ocho y media? ¿Le iría bien? Hasta entonces, intentaremos averiguar dónde puede estar este tal Gerhart Peuckert. ¿Qué me dice?
—¡Me parece fantástico!
La cabeza le daba vueltas al ver la ocasión que de pronto le brindaba el destino. La mirada del anciano era dulce.
—¡Desde luego no puedo negarme ante tal invitación! Es muy amable por su parte.
—Bueno, pues quedamos así. En casa. —El anciano sacudió la cabeza—. Como podrá entender, será una cena sencilla. Somos gente muy mayor, mi esposa y yo, Pero no se preocupe, usted venga a casa hacia las ocho y media y ya nos apañaremos. Vivimos en Langenhardstrasse, 14. No le resultará difícil encontrar la calle. Le recomiendo que atraviese el parque de la ciudad. ¿Conoce el parque, Herr Scott?
Bryan tenía la boca pastosa y tuvo que tragar saliva. Sabía que el viejo vivía en Luisenstrasse; acababa de darle otra dirección. Bryan intentó sonreír evitando mirar al viejo a los ojos. Le resultaba desagradable enfrentarse a una mentira, precisamente cuando la esperanza empezaba a abrirse camino, y notó una picazón en los ojos. Su estómago se encogió. De pronto le sobrevino una necesidad irreprimible de ir al baño.
—¡Sí, de acuerdo! Quedamos así.
—Así, es imposible que se equivoque. Tome Leopoldring y cruce el parque de la ciudad por detrás del lago, así saldrá a Mozartstrasse. Siga por esa calle hasta cruzar dos calles y doble entonces a la derecha, y estará en Langenhardstrasse. Recuerde, el número 14. Pone Wunderlich en la puerta.
El anciano sonrió y volvió a tenderle la mano. Antes de que hubiera doblado la esquina y desapareciera, tuvo tiempo de darse la vuelta y de decirle adiós con la mano varias veces.