50 El 11 de septiembre y sus consecuencias
El martes 11 de septiembre amaneció claro y soleado en Nueva York. Los empleados llegaban a sus oficinas, cuando empezaron a circular noticias de que un avión se había estrellado accidentalmente contra una de las torres del World Trade Center, en Lower Manhattan. Poco después, otro avión —un gran avión de pasajeros— surgía del claro cielo azul y se dirigía hacia la otra torre, estrellándose contra ella en un gran estallido de llamas.
Fue a los quince minutos justos después del primer impacto a las 8.46, y quedó claro de inmediato que no se trataba de un accidente. A las 9.40 un tercer avión se estrellaba contra el Pentágono, el cuartel general del Departamento de Defensa en Washington, y en menos de una hora un cuarto avión se había estrellado en la campiña de Pennsylvania. Los pasajeros, sabiendo que el avión había sido tomado por los secuestrados y después de escuchar por los teléfonos móviles los acontecimientos de Nueva York y Washington, se habían lanzado sobre sus captores, teniendo casi la certidumbre de que les iba a costar la vida.
En total, en las Torres Gemelas murieron 2750 personas. 184 más murieron en el Pentágono y cuarenta en Pennsylvania. También murieron los diecinueve secuestradores, la mayoría de ellos de Arabia Saudita. Fue el peor ataque perpetrado en EE. UU. e iba a cambiar el mundo para siempre.
«Los americanos aman la Pepsi Cola, pero nosotros amamos la muerte».
Cartel desplegado por un afgano en Pakistán, septiembre de 2001.
De África oriental a Afganistán. Pronto quedó claro que los secuestrados estaban asociados a al-Qaeda, hasta entonces un oscuro grupo terrorista islámico encabezado por un millonario saudita llamado Osama bin Laden. En la década de 1980 Bin Laden se había unido a los muyahidín respaldados por EE. UU., que luchaban contra la ocupación soviética de Afganistán, pero en febrero de 1998 estaba animando a los musulmanes a «matar a los americanos y a sus aliados, civiles y militares… en cualquier país que sea posible hacerlo». En agosto de ese año, al-Qaeda colocó bombas en las embajadas americanas en Kenia y Tanzania, matando a más de 300 personas. Bin Laden, además de condenar a América por su apoyo a Israel, estaba particularmente enojado por la presencia de fuerzas americanas en suelo de Arabia Saudita: el hogar de los lugares más sagrados del islam, Medina y La Meca. Las fuerzas americanas estaban estacionadas en Arabia Saudita desde la guerra del Golfo de 1991, para prevenir cualquier agresión del Iraq de Saddam Hussein, cuya ocupación de Kuwait había acabado con la intervención de la coalición liderada por EE. UU.
Después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, algunos americanos se preguntaron por qué eran tan odiados en algunas partes del mundo musulmán, pero muchos más apoyaron entusiasmados la llamada de Bush para una «guerra contra el terror» lanzada en su discurso en el Congreso del 20 de septiembre. Esta «guerra contra el terror», diseñada para defender los valores occidentales de libertad y democracia, irónicamente implicada una ignorancia total de los derechos humanos, porque todos los sospechosos de estar implicados en actividades terroristas por todo el mundo quedaban sujetos a detención sin juicio e incluso a torturas.
Los campos de entrenamiento de al-Qaeda se encontraban en Afganistán, que estaba controlado por los musulmanes fundamentalistas de los talibanes desde 1996. En octubre de 2001 EE. UU., encabezando una coalición de la OTAN, iniciaron los ataques aéreos contra Afganistán con el objetivo de destruir las bases de al-Qaeda, y en la campaña terrestre que siguió expulsaron a los talibanes del poder. Bin Laden, junto con la mayor parte de los jefes de al-Qaeda, escapó, probablemente a las regiones sin ley a lo largo de la frontera noroccidental de Pakistán. Aunque se instaló en Kabul, un gobierno democrático prooccidental, resultó ser endémicamente corrupto e incapaz de extender su poder sobre la mayor parte del país. Esto, junto con las divisiones tribales tradicionales y el disgusto por la ocupación extranjera, y el fracaso inicial de Occidente para proporcionar la tan necesaria ayuda al desarrollo, ha permitido una fuerte insurgencia talibán, haciendo necesaria la presencia de muchas tropas de la OTAN.
Cronología
El desastre de Iraq. La guerra del Golfo de 1991 había dejado en el poder a Saddam Hussein en Iraq, un país bastante artificial creado por los británicos a finales de la primera guerra mundial con partes del antiguo imperio otomano. Había kurdos en el norte, sunníes en el centro y chiíes en el sur, una cohabitación incómoda que Saddam había mantenido unida mediante una represión despiadada, usando incluso armas químicas contra sus propios ciudadanos. Además de gas venenoso, se sospechaba que Saddam había adquirido otras armas de destrucción masiva (ADM), como armas biológicas e incluso nucleares, desafiando las resoluciones de las Naciones Unidas.
Fijando las amenazas
Las acciones de EE. UU. y sus aliados en Iraq y Afganistán no parecen que hayan disminuido la amenaza terrorista, como lo demuestran las bombas en Bali, Madrid, Londres, Kampala… Es más, la invasión de países musulmanes por «cruzados» occidentales en realidad ha aumentado el reclutamiento a favor de la yihad global. Ésta ha sustituido a la aniquilación nuclear de la guerra fría como la principal amenaza, aunque opiniones mejor informadas sostienen que el cambio climático representa un riesgo mucho más grande para la seguridad global.
Es posible que nunca se pueda eliminar por completo el terrorismo islámico: suprimes una célula y crece otra; destruyes los campos de entrenamientos en un estado fallido y otros estados fallidos abren sus puertas a los terroristas; eliminas a los líderes y surgirán imitadores por todo el mundo. Una estrategia de seguridad basada en la contención y la inteligencia puede ser el mejor camino, combinado con la determinación para solucionar —política y económicamente— las causa que llevan a abrazar o simpatizar con el terrorismo.
«O están con nosotros, o están con los terroristas».
Presidente George W. Bush, discurso ante el Congreso, 20 de septiembre de 2001.
Tras el 11 de septiembre, la administración Bush empezó a sugerir que Saddam estaba en contacto con al-Qaeda y otros grupos terroristas islámicos. De hecho, Saddam era un nacionalista árabe secular de la vieja escuela y había tratado con dureza a los islamistas en Iraq. Pero aun así, Saddam se convirtió en objetivo de oprobio por parte de los neoconservadores, que creían que era la misión de EE. UU. exportar la libertad y la democracia al Tercer Mundo, respaldadas si era necesario por las fuerzas armadas. El hecho de que Iraq estuviera encima de grandes reservas de petróleo también lo convertía en estratégicamente importante. La consecuencia fue que en marzo de 2003 una «coalición de la voluntad», formada principalmente por Estados Unidos y Reino Unido, montó una invasión de Iraq y derrocó a Saddam. No existía una sanción clara de la ONU para esta acción, que se emprendió desafiando grandes protestas populares por todo el mundo. No se encontró ni una sola ADM, la única justificación para la implicación del Reino Unido.
Las potencias invasoras no tenían planes para la reconstrucción de Iraq después del «cambio de régimen». Las divisiones étnicas y religiosas dentro del país se recrudecieron, conduciendo a una guerra civil y a una resistencia feroz a los ocupantes occidentales. Durante la invasión y la insurgencia que le siguió, decenas de miles —quizá centenares de miles— de civiles iraquíes fueron asesinados. Aunque las últimas brigadas de combate americanas se retiraron en agosto de 2010, Iraq sigue siendo un lugar peligrosamente inestable.
La idea en
síntesis:
¿el inicio de una nueva era de
zozobra?
Cronología