07 La caída de Roma
Desde la época del Renacimiento, si no desde antes, los estudiosos contemplan la caída de Roma como una gran discontinuidad en la civilización occidental, marcando el triunfo de la barbarie y el inicio de lo que se ha llegado a conocer como la «Edad Oscura». Pero el colapso del poder romano no fue ni tan repentino ni tan universal como lo describe este cuadro.
El imperio romano de Oriente, centrado en Constantinopla (la moderna Estambul), prosiguió durante mil años más bajo la forma de imperio bizantino. En el oeste una serie de reinos heredaron el manto del poder romano, mientras que la Iglesia de Roma mantuvo viva tanto la fe como la cultura.
Durante siglos, los escritores usaron la caída de Roma para extraer una moraleja o adornar un cuento. Para algunos, los romanos y sus emperadores cada vez más tiránicos se volvieron decadentes y amanerados, rodeándose de lujos y olvidando las sencillas virtudes militares. Para otros —en especial Edward Gibbon en Historia de la decadencia y caída del imperio romano (1776-1788)—, la descomposición se inició cuando los romanos abandonaron los valores seculares e ilustrados que habían heredado de los antiguos griegos y abrazaron el culto supersticioso, intolerante e irracional del cristianismo. Pero el consenso en la actualidad es que las razones de la decadencia romana no fueron internas, sino externas, como lo ha expresado un historiador moderno: «El imperio romano no cayó, lo empujaron».
Los bárbaros a las puertas. El imperio había alcanzado su máxima extensión en 200 d. C. Desde mediado del siglo III, las fronteras del Rin y del Danubio se vieron cada vez más presionadas por grupos de tribus germánicas, como los francos, los alamanes y los godos. Los romanos se referían a estas tribus como «bárbaros», pero de hecho estaban en parte romanizadas, disfrutando de relaciones comerciales con el imperio y sirviendo cada vez más como mercenarios en el ejército romano. Sus incursiones territoriales en las provincias romanas no eran tanto el resultado de ambiciones expansionistas, como una respuesta a la presión de guerreros nómadas a caballo procedentes de las estepas del este, como los hunos.
«Bajo la autoridad de Dios libramos con éxito la guerra, acordamos la paz con honor y mejoramos las condiciones del estado».
El emperador Justiniano I, c 530, afirma la sanción divina para sus poderes terrenales.
Cuando las exigencias financieras para la defensa del imperio no se pudieron cubrir con los impuestos romanos, las autoridades respondieron con la devaluación de la moneda, provocando casi el colapso de la economía. Las dificultades para el comercio y la agricultura provocaron hambrunas y desórdenes, mientras un emperador sucedía a otro en una serie de revueltas, guerras civiles y asesinatos. Cierto grado de estabilidad se pudo restaurar a finales del siglo III bajo el emperador Diocleciano, y después a principios del siglo IV bajo Constantino. Constantino convirtió el cristianismo en la religión oficial del imperio, y trasladó la capital desde Roma a la antigua ciudad griega de Bizancio, que rebautizó como Constantinopla. Desde entonces hubo emperadores separados en Oriente y Occidente.
A principios del siglo V las tribus germánicos atravesaron las fronteras y se extendieron por la Galia (la Francia moderna), España, el norte de África e Italia, estableciendo reinos y obligando a los emperadores occidentales a reconocerlos como aliados. Sin embargo, los nuevos aliados del emperador no se quedaron quietos: la ciudad de Roma —respetada por las invasiones extranjeras desde hacía unos ocho siglos— fue saqueada por los visigodos de Alarico en 410, y en 476 el último emperador romano de Occidente fue expulsado por el general germano Odoacro, que se proclamó rey de Italia.
Cronología
¿Cómo de oscura fue la Edad Oscura? Las tribus «bárbaras» que establecieron reinos en lo que había sido el imperio romano de Occidente —los visigodos en España, los vándalos en el norte de África, los ostrogodos en Italia y los francos en la Galia y el oeste de Alemania— abandonaron por lo general sus viejos dioses y adoptaron el cristianismo, en una forma u otra. Sin embargo, al perderse el contacto con los grandes centros culturales del Mediterráneo oriental, como Alejandría, declinó la alfabetización y la educación, preservadas sólo en los monasterios.
Cristianismo: de culto judío a religión imperial
El cristianismo era sólo una de una serie de sectas mesiánicas judías que surgieron durante la ocupación romana de Israel, en parte como una forma de resistencia espiritual al opresor extranjero. Al principio, sólo los judío se convertían en cristianos, hasta que san Pablo empezó a evangelizar a los gentiles en Chipre, Asia Menor, Grecia y por todas partes. Pablo no sólo convirtió las enseñanzas de Jesús en un conjunto de doctrinas teológicas, sino que también inició la obra de establecimiento de una Iglesia universal, con una organización fuerte y centralizada.
El cristianismo, con su llamamiento a los pobres y a los oprimidos, se extendió con rapidez por todo el imperio romano, pero también se encontró con fuertes antipatías entre los que consideraban la negativa de los cristianos a adorar a los dioses «oficiales» romanos como una traición contra el estado. El emperador Nerón usó a la comunidad cristiana como chivo expiatorio del incendio de Roma en 64 d. C., ajusticiando a muchos de formas muy poco agradables; pero la mayor parte de las primeras persecuciones fueron estallidos espontáneos de violencia de las masas. Sin embargo, las presiones que empezaron a crecer en las fronteras del imperio a lo largo del siglo III condujeron a una serie de fuertes persecuciones oficiales, siendo la más destacada la de Diocleciano a principios del siglo IV. Al generar tantos mártires, estas persecuciones sirvieron sólo para reclutar más conversos.
Fue el emperador Constantino quien reconoció que el cristianismo, con su organización jerárquica y control de la lealtad de la población, podía convertirse en una herramienta útil para el ejercicio del poder, y en 313 proclamó un edito de tolerancia religiosa. A partir de este momento el cristianismo se convirtió en la religión oficial del imperio romano, y la Iglesia en una extensión del estado.
En el oeste los francos, mediante la fuerza de las armas, se convirtieron en el poder dominante, y bajo el más famoso de sus reyes, Carlomagno, construyeron un imperio que cubría no sólo Francia, sino también Italia y la mayor parte de Alemania. El día de Navidad del año 800, Carlomagno fue coronado «emperador de Occidente» por el papa en Roma. Su capital en Aquisgrán (Aix-la-Chapelle/Aachen) se convirtió en un gran centro cultural, y él y sus sucesores hicieron mucho por preservar el legado de griegos y romanos en el arte, la literatura y todas las ciencias.
«Cuando escuché que la luz más brillante del mundo se había extinguido… entonces “me quedé mudo, me humillé y guardé silencio de las buenas palabras”».
San Jerónimo, prefacio a su «Comentario a Ezequiel», recordando su reacción al escuchar la noticia del saqueo de Roma en 410.
En Oriente, el imperio bizantino experimentó una gran revitalización en el siglo VI bajo el emperador Justiniano, que reconquistó Italia y partes de España y el norte de África. Pero su éxito duró poco y en los siglos siguientes el imperio bizantino se fue diluyendo poco a poco, primero a mano de los árabes y después de los turcos. Pero aun así, durante todos estos largos siglos de decadencia, los bizantinos, aunque hablaban en griego, se consideraban como los verdaderos herederos del manto de Roma.
La idea en
síntesis:
el legado de Roma sobrevivió a su
caída
Cronología