22 La Contrarreforma
La Reforma produjo un impacto profundo en la Iglesia católica y la impulsó a reformarse y fortalecerse. Ahora la Iglesia militante pasó a la ofensiva, purgándose de abusos, laxitudes y un clero mal formado, y enviando a sus soldados, tanto espirituales como temporales, para luchar contra los herejes cismáticos que habían levantado su bandera contra la autoridad del papa en Roma.
Iba a ser un negocio sangriento, marcado por el fanatismo inmisericorde por todas partes, que se iba complicando cada vez más por la política secular y la realpolitik internacional. El conflicto entre protestantes y católicos culminó en la sangría horrorosa que fue la guerra de los Treinta Años, que devastó la mayor parte de Europa central. Al final de la guerra, la lucha ya no era tanto entre protestantes y católicos, como entre el poder (católico) en ascenso de Francia y el poder (católico) en decadencia de los Habsburgo, gobernantes de España, Austria y el sacro imperio romano germánico, que entonces incluía a Alemania.
Renovación católica. La rápida extensión por toda Europa de las ideas reformistas de Lutero y Calvino amenazó la misma existencia de la Iglesia católica. Mientras que del lado del papa el emperador Carlos V combatió a los príncipes protestantes alemanes, la Iglesia se dio cuenta de lo lejos que se encontraba de su ideal e intentó renovarse. El agente principal de la reforma dentro de la Iglesia católica fue el concilio de Trento, una asamblea que se reunió en tres sesiones entre 1541 y 1563 en la ciudad de Trento en el norte de Italia, convenientemente cerca de la frontera lingüística entre la Europa de habla italiana y la de lengua alemana.
«Bajo la invocación de los santos, la veneración de las reliquias y el sagrado uso de las imágenes, se deberá eliminar toda superstición, se eliminará toda sucia búsqueda de ganancia y se evitará toda lascivia…».
Decreto de la vigesimoquinta sesión del concilio de Trento, 3-4 de diciembre de 1563.
El concilio publicó numerosos decretos sobre doctrina y práctica, y estableció medidas para asegurar que todos los sacerdotes recibieran una educación adecuada, por no mencionar el celibato. Se estableció un control más firme sobre las órdenes religiosas existentes, cuya decadencia moral había ofrecido muchos argumentos a los reformadores. Se crearon una serie de órdenes nuevas, tanto seculares como monásticas.
La más notables de las órdenes nuevas fue la Compañía de Jesús, cuyos miembros, los jesuitas, juraban un voto especial de obediencia al papa. Esta orden muy disciplinada y efectiva fue fundada en 1534 por el antiguo soldado español, Ignacio de Loyola. Su tarea, según palabras de Loyola, era «combatir por Dios bajo la enseña de la cruz» y «hacer crecer las almas en la vida y la doctrina cristianas, y propagar la fe mediante el ministerio de la palabra, los ejercicios espirituales, las obras de caridad y expresamente mediante la educación de los niños y las personas iletradas en los principios cristianos». La Compañía de Jesús se convirtió en una de las instituciones más poderosas de la Europa católica, y fue la principal orden misionera por todo el mundo.
El Índice
En 1559, conscientes del efecto que la imprenta había tenido en la extensión de las ideas de los reformadores protestantes, el papa introdujo un «índice» de libros que los católicos tenían prohibido leer, provocando que muchos revisasen sus estanterías con ansiedad para ver si tenían algo prohibido. Un estudioso en Roma lo describió como «un holocausto de la literatura». También dañó el desarrollo científico: por ejemplo, Sobre la revolución de los cuerpos celestes de Copérnico, en el que se concluía que la Tierra gira alrededor del Sol y no al revés, permaneció en el índice hasta 1835.
En 1542 la Santa Sede estableció su Santo Oficio: la Suprema y Sagrada Congregación de la Inquisición Romana y Universal, que tenía la responsabilidad de imponer la doctrina católica, y disponía de poderes inquisitoriales sobre todos los países católicos. En algunos ya existía una Inquisición permanente, y en otros se introdujo ahora. La Inquisición española había estado activa desde 1478 contra los conversos judíos sospechosos de judaizar, y con la Reforma trabajó para erradicar el protestantismo en los reinos hispanos y América. Estos organismos juzgaban a los sospechosos de herejía en tribunales eclesiásticos, y después los entregaban a las autoridades seculares para su castigo «no… para la corrección y el bien de la persona castigada», según un manual de inquisidores de 1578, «sino para el bien público de manera que los demás se sientan aterrorizados y se aparten de los males que puedan cometer». Los culpables de herejía en sus diferentes grados eran condenados normalmente en un gran espectáculo público llamado auto de fe. El castigo más grave era la pena de muerte en la hoguera, que sufrieron varios miles de españoles, principalmente sospechosos de judaizar.
Cronología
Europa polarizada. Como en otras épocas, cuando se enfrentan las certidumbres de dos religiones opuestas, se desencadena la violencia. El hijo del emperador Carlos V, Felipe II de España, aunque ansioso por limitar el poder de la Iglesia en sus reinos, se alzó como el defensor más celoso de la Europa católica. Su intento de extirpar la herejía protestante en los Países Bajos españoles contribuyó al estallido de la revuelta holandesa en 1567. El apoyo inglés a los rebeldes holandeses provocó que Felipe enviase la Armada Invencible contra Inglaterra en 1588, que acabó en un fracaso vergonzoso. Felipe también intervino en las guerras de religión en Francia (1562-1598), en las que los hugonotes (calvinistas) franceses lucharon por la libertad de culto, mientras que la nobleza católica y protestante compitió por controlar la corona. El peor exceso ocurrió en 1572 cuando unos 13 000 protestantes fueron asesinados en la Matanza de la Noche de San Bartolomé. La guerra terminó en 1598 con el edicto de Nantes, que garantizaba a los hugonotes la libertad religiosa.
«Fue la mejor y más alegre de las noticias que podía recibir.».
Felipe II, agosto de 1572, al recibir la noticia de la matanza de protestantes franceses durante la Noche de San Bartolomé.
La guerra de los Treinta Años. Aunque para entonces Francia había resuelto sus diferencias religiosas internas, Europa se vio envuelta muy pronto en un conflicto religioso más amplio: la guerra de los Treinta Años. En realidad se trató de una mezcla compleja de conflictos, empezando con una revuelta dentro del sacro imperio de los protestantes bohemios contra el gobierno imperial de los Habsburgo austríacos. Aunque la revuelta fue aplastada, en 1620 los Habsburgo españoles enviaron un ejército para ayudar al emperador Fernando II contra los príncipes protestantes en Alemania. Alarmado por esta situación, Gustavo Adolfo, el poderoso rey de la Suecia protestante, intervino en 1630 y consiguió una serie de victorias hasta que murió en la batalla de Lützen en 1632. Tres años después, Francia se implicó al lado de los protestantes alemanes. A partir de entonces la guerra fue más política que religiosa: Francia era una potencia católica, pero había sido enemiga de los Habsburgo desde principios del siglo XVI, y ahora consideró que su lugar en Europa dependía de contener el poder de España y del imperio. La guerra siguió hasta 1648, cuando la paz de Westfalia reconoció la independencia holandesa, y fijó el mapa religioso de Europa más o menos hasta la actualidad.
El coste fue terrible: sólo en Alemania, la guerra y sus compañeras constantes, las enfermedades y el hambre, costaron la vida de unos siete millones de hombres, mujeres y niños: las dos terceras partes de la población. Fue un desastre del que Alemania tardó muchas generaciones en recuperarse.
La idea en
síntesis:
el mapa religioso de Europa no se fijó hasta
después de un siglo de conflicto violento
Cronología