26 La revolución americana

La revolución americana fue algo más que una simple guerra de independencia que libraron los colonos americanos contra el gobierno británico entre 1775 y 1783. Se inició con las quejas expresadas por los colonos contra los impuestos y las restricciones que les imponía los británicos, y continuó a lo largo del propio conflicto hasta los debates posteriores a la guerra en los que Estados Unidos independiente decidió qué tipo de país iba a ser.

La antipatía mutua que surgió entre los colonos y sus gobernantes en Londres tuvo sus orígenes en dos visiones diferentes sobre la finalidad de las colonias. Para el gobierno británico, las colonias existían exclusivamente para el beneficio de la madre patria, y debían contribuir financieramente a su propia defensa. Para los colonos, que no tenían voz en el Parlamento de Westminster, esto era una negación de la justicia natural. La falta de voluntad del rey Jorge III y de sus ministros en Londres para llegar a un compromiso hizo que el conflicto fuera inevitable.

«La revolución estaba en la mente del pueblo… antes que se derramase una gota de sangre en Lexington».

El expresidente John Adams, carta a Thomas Jefferson, 24 de agosto de 1815.

Ecos de descontento. Durante la guerra contra franceses e indios (el componente norteamericano de la guerra de los Siete Años), en su gran mayoría, los colonos americanos se consideraron súbditos leales de la corona, y muchos —entre ellos George Washington— lucharon con los británicos en contra de los franceses. Aunque la guerra terminó en 1763 con la victoria británica, había resultado enormemente costosa, y el Parlamento decidió que los colonos debían pagar a partir de entonces por su propia defensa a través de los impuestos. Así se introdujeron una serie de medidas en tal sentido y también se prohibieron los asentamientos al oeste de los Appalaches, para prevenir cualquier conflicto costoso con los pueblos nativos americanos. Esta prohibición y la Ley del Timbre de 1765 —introduciendo la obligatoriedad de un timbre en todos los documentos legales y otras transacciones— provocaron un malestar particular entre los colonos, que se habían acostumbrado a un sistema de autogobierno a través de las asambleas coloniales. Consideraban que, dado que no estaban representados en el Parlamento británico, sólo sus propias asambleas debían tener el poder de recaudar impuestos, de ahí su lema: «No a los impuestos sin representación». Ante la extensión de la agitación, el Parlamento retiró la Ley del Timbre, pero siguió proclamando su derecho a fijar impuestos sobre los súbditos americanos de la corona, y procedió a imponer aranceles sobre una variedad de bienes importados a las colonias.

Al aumentar la temperatura política, muchos americanos empezaron a adoptar una nueva ideología radical en la que declaraban que sus libertades como «ingleses nacidos libres» estaban siendo amenazadas por una tiranía corrupta. En 1770 el Parlamento retiró todos los aranceles excepto los del té, y en 1773, con el fin de ayudar a la Compañía de las Indias Orientales, destinó una gran cantidad de té —aún con el arancel controvertido— al mercado americano. Esto provocó el famoso motín del Té en Boston, en el que un grupo de «patriotas», como se solían llamar ahora, disfrazados de nativos americanos, abordaron el barco que transportaba el té y tiraron la carga al mar.

Cronología

La guerra revolucionaria. Cuando los británicos impusieron medidas represivas contra Massachusetts (la colonia en la que había tenido lugar el motín del Té), los delegados de las colonias se reunieron en el primer Congreso Continental y aprobaron la prohibición de todas las importaciones desde Gran Bretaña. El enfrentamiento se convirtió en un conflicto militar el 19 de abril de 1775 cuando las tropas británicas que buscaban un escondite de armas fueron atacadas en Lexington, cerca de Boston, por granjeros armados, y se intercambiaron disparos.

«El árbol de la libertad se debe regar de vez en cuando con la sangre de los patriotas y de los tiranos. Es su abono natural».

Thomas Jefferson, carta a W. S. Smith, 13 de noviembre de 1787.

Desde el punto de vista del rey Jorge y de su gobierno, los colonos eran ahora traidores y enviaron una gran fuerza de tropas británicas y mercenarios alemanes al otro lado del Atlántico para aplastar la rebelión. Al iniciarse la guerra abierta, se reunió el segundo Congreso Continental en septiembre de 1775. Al verano siguiente alcanzó una decisión trascendental y el 4 de julio de 1776 aprobó la Declaración de Independencia.

Declarar la independencia no era lo mismo que conseguirla. Los británicos tenían bajo su mando una fuerza disciplinada y bien armada, y un gran número de americanos siguieron leales a la corona. Sin embargo, las milicias patriotas tenían la ventaja de conocer el terreno, y se convirtieron en una fuerza de combate efectiva de la mano de su comandante en jefe, George Washington. También se mantenían sobre el terreno, mientras que los británicos dependían de líneas de suministros mucho más largas. La victoria decisiva de los americanos en Saratoga en 1777 animó a los franceses a unirse a ellos contra su antiguo enemigo, los británicos, y en 1781 una gran fuerza británica, asediada por el ejército de Washington y por una flota francesa en Yorktown, se vio obligada a rendirse. Dos años después, Gran Bretaña reconoció la independencia de EE. UU. en el tratado de París, terminando formalmente con la guerra.

La Declaración de Independencia

La tarea de redactar la Declaración de Independencia fue encargada por el Congreso a un joven hacendado de Virginia llamado Thomas Jefferson, que se convertiría más tarde en el tercer presidente de EE. UU. Sus sentimientos, justificando la rebelión contra la tiranía, siguen resonando a lo largo de los siglos: «Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…».

Crear un país nuevo. Después de conseguir la independencia de Estados Unidos, que integraba a las trece antiguas colonias británicas, surgió el problema de qué tipo de país iba a ser. Al principio no existió un gobierno central fuerte, porque los estados eran reticentes a cambiar una tiranía por otra. El segundo Congreso Continental había esbozado los Artículos de la Confederación destinados a una unión entre estados, pero no fueron adoptados hasta 1781, cuando se reunió el Congreso de la Confederación. Los estados seguían siendo reticentes a entregar cualquier poder a un gobierno central, y el Congreso de la Confederación no tuvo poder para recaudar impuestos. Surgieron dos facciones enfrentadas: los federalistas, que veían la necesidad de un gobierno central fuerte que se pudiera enfrentar a las amenazas externas y al desorden interno, y los antifederalistas, que consideraban el gobierno central como una amenaza a los derechos de los estados y a las libertades de los ciudadanos individuales. Para resolver estas dificultades, se reunión una Convención Constitucional en Philadephia en 1787 para elaborar una nueva constitución federal.

El resultado fue un gobierno central fuerte, pero con sus poderes separados entre el ejecutivo (el presidente), el legislativo (el Congreso) y el judicial, equilibrados y contenidos por los poderes de los estados y del pueblo. La Constitución de EE. UU. fue ratificada en 1788 y para contentar a los antifederalistas fue adoptada la Declaración de Derechos, que recoge las primeras diez enmiendas. Entre otros derechos garantiza la libertad de religión, de palabra y de prensa, sostiene la corrección de los procesos legales y reserva a los estados todos los poderes que no se asignan específicamente al gobierno federal. Sin embargo, ni la Constitución ni la Declaración de Derechos resolvieron el problema que iba a dividir al país durante las décadas siguientes: si se iba a permitir que la esclavitud estuviera legalizada en cualquier parte de la Unión.

La idea en síntesis:
un experimento novedoso, en la formación de una nación

Cronología