27 La Revolución Francesa

Los disparos en Lexington y Concord que inflamaron la guerra revolucionaria americana en 1775 —en palabras de Ralph Waldo Emerson— es posible que «se oyeran por todo el mundo», pero fue la caída de la Bastilla en París en 1789, y los disturbios que la siguieron, lo que iba a incendiar toda Europa. La Revolución Francesa no acabó sólo con la monarquía de Francia, sino que amenazó a todas las monarquías del Ancien Régime en Europa y provocó una década de guerras cuando las fuerzas de la reacción intentaron derrotar a lo que veían como un monstruo entre ellos.

Las raíces de la Revolución Francesa se remontan a la época de Luis XIV, cuyo largo reinado duró de 1643 a 1715. Durante la minoría de edad del rey, Francia se vio sacudida por guerras civiles entre facciones aristocráticas, y cuando se inició su gobierno personal en 1661 estaba decidido a acabar con el poder de la nobleza y centralizar todo el poder en su persona, con su famoso declaración de «L’État cest moi» («El estado soy yo»). Obligó a la aristocracia a pasar la mayor parte del tiempo en la corte, viviendo en el magnífico palacio nuevo de Luis XIV en Versalles, a las afueras de París. Aquí, lejos de sus bases de poder provinciales, no estaban en disposición de fomentar rebeliones contra el rey. Sin embargo, arropados en su lujoso aislamiento, tanto la nobleza como la familia real se distanciaron del pueblo llano y sus crecientes quejas.

María Antonieta

La esposa de Luis XVI, la princesa austríaca María Antonieta, fue ampliamente criticada por los antimonárquicos por su extravagancia y su falta de simpatía por sus súbditos empobrecidos (aunque no es probable que dijera nunca «Que coman galletas» cuando se le explicó que la gente no tenía pan para comer). Se extendieron rumores insidiosos, en especial los relacionados con su supuesto apetito sexual insaciable, porque al igual que en América, los de tendencias republicanas adoptaron el lenguaje de la «virtud» para recalcar la decadencia y depravación de sus opresores.

Mala gestión económica y descontento creciente. Luis XIV también había querido neutralizar el malestar aristocrático haciendo que la nobleza estuviera exenta de pagar impuestos, cuya carga recayó sobre el campesinado y la burguesía. Esta carga aumentó constantemente a lo largo del siglo XVIII a medida que Francia intervenía más en el panorama mundial, librando una serie de guerras para mantener su posición en Europa y para formar y defender un imperio en ultramar. Esta última ambición fue en líneas generales un fracaso, perdiendo Canadá y la India ante los británicos en la guerra de los Siete Años, que terminó en 1763. La economía también se vio debilitada por la extensión del sistema, establecido por la corona, de patronazgos y monopolios, que dificultaban el comercio y la industria.

El sucesor de Luis XIV, Luis XV, resultó ser un gobernante débil e indeciso, dominado por sus amantes; y, en consecuencia, las facciones, las intrigas y la corrupción que se movían alrededor de la corte provocaron una continua pérdida de prestigio de la monarquía. Las cosas empeoraron bajo el inepto y mediocre Luis XVI, que subió al trono en 1774. Su decisión de proporcionar ayuda militar a los americanos en su lucha por la independencia contra los británicos, aunque tuvo éxito, llevó a Francia al borde de la bancarrota. Los intentos del ministro de Finanzas del rey de introducir reformas económicas fracasaron por la oposición de la aristocracia y de la propia esposa de Luis XVI, María Antonieta.

Cronología

«La fuente fundamental de toda soberanía reside en la nación… La ley es una expresión de la voluntad general».

Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, agosto de 1789.

Los acontecimientos de 1789. La situación llegó a su punto álgido en mayo de 1789, cuando, con el fin de resolver la crisis económica, convencieron a Luis XVI para que reuniera —por primera vez desde 1614— los Estados Generales, la asamblea representativa de los tres estados: el clero, la nobleza y la burguesía. El segundo estado, la nobleza, se mostró contraria a considerar cualquier tipo de cambio, cediendo la iniciativa al tercer estado, la burguesía, la clase media, cuyas ambiciones comerciales se habían visto perjudicadas por impuestos injustos, restricciones en el comercio y mala gestión económica. El tercer estado se erigió en Asamblea Nacional, y cuando el rey envió tropas a París, aparentemente en una acción contra la asamblea rebelde, las masas asaltaron la Bastilla (una fortaleza que tenía la función de prisión política) para apoderarse de armas para su defensa. La Revolución Francesa había empezado.

Los revolucionarios de París y de otras partes establecieron una Guardia Nacional para defender la Asamblea Nacional. Mientras tanto, el ejército estaba dividido y no hizo nada. La Asamblea Nacional abolió los privilegios de la aristocracia y en agosto publicó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que afirmaba la libertad e igualdad de todos los hombres. En octubre, Luis XVI y su familia fueron obligados a abandonar Versalles y a residir en París, donde estarían más cerca del pueblo ante el cual eran ahora responsables.

El baño de sangre. Después de un intento fallido de huir del país en 1791, Luis XVI fue llevado de regreso a París y forzado a dar su aprobación a la nueva Constitución, que limitaba mucho sus poderes. Estos acontecimientos no pasaron desapercibidos en los demás países de Europa, que, en su mayoría, seguían siendo monarquías absolutas. En agosto de 1791 Leopoldo II de Austria y el rey de Prusia declararon que no descartaban una intervención militar en apoyo del rey francés, y en diciembre el propio Luis XVI escribió a una serie de cabezas coronadas sugiriendo una acción militar concertada «como el mejor medio para poner fin a las facciones».

En agosto de 1792, austríacos y prusianos invadieron Francia con el propósito de restaurar a Luis XVI en todos sus poderes. Los invasores fueron rechazados en Valmy y los revolucionarios se volvieron entonces contra sus compatriotas, masacrando a cientos de sospechosos de ser contrarrevolucionarios. En noviembre, Francia fue declarada una República y al año siguiente Luis XVI y la reina fueron condenados por traición y enviados a la guillotina.

«Cuando se cuelgue al último rey con las tripas del último cura, la raza humana tendrá esperanzas de alcanzar la felicidad».

«La Bouche de fer» (La Boca de hierro), un periódico revolucionario, 11 de julio de 1791.

Esto sólo era el principio. Ante la amenaza de más intervenciones extranjeras y revueltas internas, los jacobinos —la facción radical— eclipsaron al partido girondino y establecieron una dictadura virtual bajo el Comité de Salud Pública, dominado por Maximilien Robespierre. En el consiguiente «Reinado del Terror», decenas de miles de sospechosos de ser contrarrevolucionarios fueron guillotinados. Este baño de sangre sólo llegó a su fin cuando el propio Robespierre fue derrocado por un golpe de estado en julio de 1794 y ejecutado.

Los excesos del Terror alarmaron tanto a los gobiernos de los demás países europeos, que cualquier llamamiento a la reforma política o social se consideraba peligroso y una traición, y se aplastaba sin piedad. El espíritu progresista de la Ilustración, que había ayudado a alimentar las revoluciones en Francia y América, fue arrinconado por un ambiente renovado de temor y reacción. En Francia, el caos político continuó durante la década de 1790, hasta que un oficial del ejército, joven y muy ambicioso, llamado Napoleón Bonaparte, restauró un gobierno estable.

La idea en síntesis:
establecimiento de los principios de «liberte, égalité y fraternite», pero a costa de un gran baño de sangre

Cronología