09 Las cruzadas

Durante dos siglos, de 1096 a 1291, los gobernantes de Europa occidental organizaron una serie de campañas militares contra los musulmanes de Oriente Próximo en un intento por recuperar los Santos Lugares —en especial Jerusalén— para la cristiandad. Las cruzadas fueron predicadas por la Iglesia católica, que garantizaba la remisión de los pecados para aquellos que jurasen como cruzados.

No cabe duda de que los motivos de muchos de los que «tomaron la Cruz» fueron idealistas, al menos al principio. Pero como ocurre con tanta frecuencia, el fanatismo religioso trajo consigo una crueldad inhumana contra los infieles. Y, como ocurre demasiado a menudo, las guerras que se inician por el más puro de los motivos degeneran con rapidez en una lucha indigna por el poder y el beneficio.

Aunque las cruzadas más conocidas son las que se enviaron contra Tierra Santa, también hubo campañas con motivaciones religiosas organizadas contra los paganos, como los eslavos y los bálticos del noreste de Europa, contra los herejes como los cátaros del sur de Francia, y contra los gobernantes musulmanes de España en un proceso llamado reconquista. Estas campañas también estuvieron marcadas por el fervor, la intolerancia y la ferocidad.

«Hagamos que los bandidos se conviertan en soldados de Cristo…».

El papa Urbano II predica la primera cruzada en Clermont, 1095.

La primera cruzada. La primera cruzada tuvo su origen en un llamamiento de Alejo I, el emperador greco-ortodoxo del imperio bizantino, que pidió ayuda al papa Urbano II para resistir a los turcos selyúcidas musulmanes. Después de la batalla decisiva de Manzikert en 1071, los selyúcidas habían ocupado la mayor parte de Anatolia, y Alejo pedía la asistencia de los mercenarios occidentales para contener la amenaza contra su imperio.

La Iglesia greco-ortodoxa en el este y la Iglesia católica en el oeste se habían ido separando cada vez más, y el papa vio el infortunio bizantino como una oportunidad para afirmar la primacía de Roma sobre toda la cristiandad, y para revertir el avance del islam en tierras que con anterioridad habían sido cristianas. En 1095 pronunció un sermón en Clermont, en su Francia natal, citando las atrocidades cometidas por los musulmanes contra los peregrinos cristianos en Tierra Santa, aunque hablando en términos generales los musulmanes habían sido tolerantes con los peregrinos cristianos al darse cuenta de que eran una fuente de ingresos importante.

Sobre el uso de la propaganda

Baha ad-Din, el amigo y biógrafo de Saladino, cuenta cómo, para elevar el espíritu de los guerreros de la cristiandad para una tercera cruzada, Conrado, marqués de Monferrato, hizo que pintasen un cuadro que mostraba a un caballero musulmán pisoteando la tumba de Cristo en Jerusalén, mientras su caballo orinaba sobre el lugar santo. Esta pintura circuló ampliamente y sirvió como una herramienta efectiva para reclutar un gran ejército.

El impacto del sermón de Urbano resultó ser electrizante. En este período Europa occidental estaba atravesando una etapa de expansión demográfica, prosperidad económica y confianza espiritual, y el sermón de Urbano ayudó a centrar las ambiciones de muchos barones guerreros inquietos —muchos de ellos normandos o franceses—, que vieron una oportunidad para encontrar su lugar en el este mientras ayudaban a sus correligionarios cristianos y salvaban sus almas.

En menos de un año una serie de ejércitos había partido hacia Tierra Santa. En 1098 capturaron Antioquía en Siria de manos de los selyúcidas después de un asedio largo, y en 1099 tomaron Jerusalén y procedieron a asesinar a sus habitantes —hombres, mujeres y niños— musulmanes y judíos. «Si hubieras estado allí», escribía un cronista cristiano contemporáneo, «la sangre de la matanza te hubiera llegado hasta los tobillos». También fueron destruidas todas las mezquitas de la ciudad. Los cruzados establecieron un nuevo reino de Jerusalén, bajo el cual se encontraban tres estados vasallos: los condados de Trípoli y Edesa, y el principado de Antioquía.

Cronología

Las cruzadas posteriores. Se ha dicho que la primera cruzada tuvo éxito porque no estuvo implicado ningún rey, es decir, no hubo rivalidades nacionales. La segunda cruzada fue más un asunto real, dirigida por el rey Luis VII de Francia y por Conrado III, emperador alemán. La provocó la reconquista de Edesa por los musulmanes en 1144, pero tuvo poco éxito: el asedio cruzado de Damasco fue un fracaso, y fue abandonado.

La Reconquista

La campaña cristiana para reconquistar la península Ibérica de manos de los musulmanes ocupó unos ocho siglos, y, a diferencia de las cruzadas en Oriente Próximo, su éxito fue permanente. Los reinos cristianos del norte empezaron a ocupar territorio musulmán muy poco después de la conquista, a partir de 722, pero después de la victoria decisiva en Las Navas de Tolosa en 1212, el proceso se volvió irreversible. Granada, la última posesión musulmana en España, cayó en 1492. Pero mientras los musulmanes habían gobernado sobre una cultura en líneas generales tolerante y pluralista, los reyes cristianos, Fernando e Isabel, abogaban por la unidad religiosa de sus reinos, forzando a la conversión de los judíos y permitiendo sólo la permanencia de comunidades moriscas en la zona de Granada y Levante, que no serían expulsadas hasta el siglo XVII.

En 1187 Saladino, sultán de Egipto y Siria, recapturó Jerusalén, provocando la tercera cruzada, dirigida por el emperador alemán Federico «Barbarroja» (que murió de camino), el rey Felipe II de Francia y el rey Ricardo I («Corazón de León») de Inglaterra. Después de la captura de Jerusalén, Saladino protegió a los cristianos y dejó intactas sus iglesias y santuarios; por el contrario, cuando Ricardo I capturó Acre, asesinó a unos 3000 prisioneros. Los cruzados fracasaron en la toma de Jerusalén, pero antes de abandonar Tierra Santa, Ricardo negoció un tratado con Saladino por el que los musulmanes se comprometían a dejar paso a los peregrinos cristianos.

La cuarta cruzada se convirtió en un ejercicio de cinismo. A instancias de los venecianos, los cruzados distrajeron su atención de Tierra Santa al imperio bizantino, el rival comercial de Venecia en el Mediterráneo oriental. En 1204 fue capturada Constantinopla y profanados sus lugares santos, y se estableció un estado latino que duró medio siglo. Esto marcó la ruptura final entre las ramas oriental y occidental de la cristiandad.

«Jerusalén es para nosotros un objeto de adoración que no podemos entregar aunque sólo quede uno de nosotros…».

Ricardo I a Saladino

«Jerusalén es tan nuestra como vuestra; es más, incluso es mucho más sagrada para nosotros que para vosotros…».

Saladino a Ricardo I. Esta correspondencia está recogida por el biógrafo de Saladino, Baha ad-Din, testigo presencial de la tercera cruzada.

Cruzadas posteriores contra Egipto y Tierra Santa consiguieron poca cosa, mientras que los musulmanes fueron reconquistando las fortalezas cruzadas que quedaban a lo largo de la costa de Siria y Palestina. Aunque Jerusalén fue recuperada mediante un tratado en 1228, se perdió de nuevo en 1244, y en 1291 Acre, el último bastión cruzado en Tierra Santa, cayó ante los mamelucos de Egipto.

Las cruzadas —a las que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche calificó de «nada más que un grado superior de piratería»— dejó en el mundo musulmán un legado de amargura persistente contra Occidente. El uso de la palabra «cruzada» por parte del presidente George W. Bush para describir su «guerra contra el terror» tras el 11 de septiembre causó una gran consternación fuera de EE. UU.; y los islamistas radicales califican deliberadamente a las fuerzas occidentales en Iraq y Afganistán como «cruzados», siendo muy conscientes de cómo la palabra conjura las sangrientas atrocidades cometidas un milenio antes en Jerusalén y Acre.

La idea en síntesis:
las correrías militares europeas en el mundo musulmán dejaron un legado amargo

Cronología