38 La sombra del fascismo
La primera guerra mundial dejó a los países europeos exhaustos, empobrecidos y amargados: un caldo de cultivo perfecto para el extremismo político. Muchos soldados de regreso del frente sentían que los políticos no sólo los habían abandonado, sino que también habían deshonrado a millones de sus compañeros muertos. La guerra había sido para nada, y con el regreso de la paz los políticos no ofrecían seguridad ni esperanza. La democracia había fracasado. Lo que se necesitaba para restaurar el orgullo nacional era un líder fuerte y carismático que pudiera someter a toda la sociedad bajo su voluntad.
Éste fue el ambiente que dio nacimiento al fascismo, una forma extrema de nacionalismo militarista que arraigó en una serie de países europeos en las décadas de 1920 y 1930, en especial en Italia, Alemania y España. El fascismo no es una ideología internacional coherente como el marxismo, sino que tienda a adoptar características locales: por ejemplo, los nazis alemanes eran mucho más antisemitas que los seguidores de Mussolini en Italia o de la Falange en España. Pero en general los fascistas se adhieren al autoritarismo violento, comparten el odio por los extranjeros, las minorías étnicas, los socialistas, los comunistas, los liberales y los demócratas, y ansían las conquistas militares.
El ascenso de Mussolini y Hitler. Después de la toma del poder por parte de los bolcheviques en Rusia en 1917, el temor a la revolución comunista empujó a la clase media europea en brazos de la extrema derecha. En Italia, el más importante de los partidos de extrema derecha era el Fasci di Combattimento —los fascistas—, que tomaba su nombre de las fasces, los haces de varas que envolvían el hacha que llevaban los magistrados en la antigua Roma como símbolo de su autoridad. En 1922, bajo el liderazgo de Benito Mussolini, un periodista y orador brillante, 25 000 fascistas con camisas negras realizan su famosa «Marcha sobre Roma», donde el rey Víctor Manuel II fue persuadido para que pidiera a Mussolini la formación de gobierno. Mussolini fue más allá e impuso una dictadura de partido único, llamándose a sí mismo Il Duce («el líder»).
«La gran masa de la nación… será más fácil que caiga víctima de una mentira grande que de una pequeña».
Adolf Hitler, «Mein Kampf», 1925.
En Alemania, durante el caos que siguió al final de la primera guerra mundial, grupos tanto de la izquierda comunista como de la extrema derecha intentaron sin éxito hacerse con el poder. En 1923, uno de los partidos de extrema derecha, el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes —los nazis— intentó derrocar el gobierno de Baviera en el llamado «Putsch de la Cervecería». El líder nazi, un antiguo cabo llamado Adolf Hitler, pasó un corto período de tiempo en la cárcel como resultado de la acción, donde escribió Mein Kampf («Mi lucha»), en el que afirmaba la superioridad de la raza «aria» rubia y de ojos azules de los países germánicos y escandinavos, por encima de africanos, eslavos, gitanos, judíos y otros Untermenschen («subhumanos»). Hitler declaró que era el destino de la raza germánica crear un Lebensraum («espacio vital») en los ricos terrenos agrícolas de Rusia occidental. Además, Hitler jugó con el resentimiento de muchos alemanes ante la severidad del tratado de Versalles, y fomentó el mito popular de que el ejército alemán, lejos de estar derrotado en 1918, había sido «apuñalado por la espalda» por los políticos democráticos.
Con el inicio de la Gran Depresión —que Hitler atribuía a los banqueros judíos— los nazis experimentaron un aumento de su popularidad. En las elecciones de 1932 se convirtieron en el partido principal en el Reichstag (el Parlamento alemán) y en enero de 1933 Hitler se convirtió en canciller (primer ministro). Cuando el Reichstag sufrió un incendio en febrero, los nazis acusaron a los comunistas y procedieron a arrestar a los opositores políticos. En agosto de 1934 Alemania se había convertido en una dictadura de partido único, con Hitler conocido simplemente como el Führer (líder). El Partido Nazi controlaba todos los aspectos de la vida alemana e imponía su voluntad por medio de la Gestapo (la policía secreta) y los paramilitares de las SS. Además de eliminar a sus enemigos políticos, los nazis iniciaron la persecución de la población judía del país.
Cronología
Sueños imperiales. Mientras Hitler declaraba el advenimiento del nuevo Reich alemán que iba a durar mil años, Mussolini quería crear un imperio para igualar al de la antigua Roma, y en 1935 ordenó a su ejército invadir el reino africano independiente de Abisinia (Etiopía). Una de las provisiones del tratado de Versalles había sido la creación de la Liga de las Naciones, un organismo internacional que se suponía que iba a prevenir agresiones futuras de un estado contra otro, y de esta forma pondría fin a todas las guerras. Sin embargo, la Liga no había hecho nada más que mostrar su desaprobación después que Japón ocupase Manchuria en 1931, y, tras la invasión italiana de Abisinia, no hizo nada excepto imponer unas sanciones económicas inefectivas.
El tratado de Versalles
Tras su derrota en la primera guerra mundial, Alemania se vio obligada a firmar el punitivo tratado de Versalles, en el que tuvo que reconocerse como iniciadora de la guerra. Alemania perdió todas sus posesiones de ultramar y mucho territorio en Europa, incluidas Alsacia y Lorena que volvían a Francia, y un corredor que daba a Polonia acceso al mar Báltico y dividía a Alemania en dos. Renania fue ocupada por las tropas aliadas. Se prohibió el servicio militar y las fuerzas armadas alemanas se limitaron a 100 000 hombres, sin blindados, aviación militar o buques de guerra grandes. Finalmente, Alemania se vio forzada a pagar grandes sumas en reparaciones a Gran Bretaña y Francia.
Alemania había seguido a Japón en su salida de la Liga en 1933. Al año siguiente Hitler desafió el tratado de Versalles al reintroducir el servicio militar e iniciar un programa de rearme masivo. Fue esto más que nada lo que devolvió el pleno empleo al país durante la Gran Depresión. En 1936 Hitler ordenó que el ejército alemán reocupara Renania y formó una alianza con Mussolini conocida como el Eje Roma-Berlín.
Hitler volvió entonces su atención a ampliar las fronteras del Reich alemán. Versalles había dejado a muchos alemanes como minorías dentro de otros estados, y Hitler explotó esta situación. El Anschluss (unión) con Austria había estado prohibido por el tratado de Versalles, pero había muchos simpatizantes nazis en Austria, y cuando en marzo de 1938 las tropas alemanas entraron en el país, fueron muy bien recibidas. Gran Bretaña y Francia protestaron, pero, desesperados por evitar otra guerra, no hicieron nada, una política que se calificó de «apaciguamiento».
«Creo que es la paz para nuestro tiempo».
Neville Chamberlain, sobre el acuerdo de Munich, 30 de septiembre de 1938.
Hitler presionó después por el caso de los alemanes en la zona de los Sudetes en Checoslovaquia, que pedían su unión al Reich. Al profundizarse la crisis, los primeros ministros británico y francés, Neville Chamberlain y Édouard Daladier, se reunieron con Hitler y Mussolini en Munich para encontrar una solución pacífica. El 30 de septiembre de 1938 firmaron el acuerdo de Munich, que —sin consultar al gobierno checoslovaco— transfería los Sudetes a Alemania.
Cuando Hitler procedió a la ocupación del resto de Checoslovaquia en marzo de 1939, Chamberlain se dio cuenta que el apaciguamiento no era la respuesta, y cuando Hitler empezó a pedir la devolución del Corredor polaco y la ciudad libre de Danzig (Gdansk), Gran Bretaña y Francia declararon que proporcionarían ayuda militar si se amenazaban las fronteras de Polonia. El 1 de septiembre de 1939, después de cerrar el pacto de no agresión con la Unión Soviética, Hitler descubrió su jugada y lanzó la invasión de Polonia. Dos días después, Gran Bretaña y Francia le declaraban la guerra.
La idea en
síntesis:
el descontento con el resultado de la primera
guerra mundial pavimento el camino hacia la segunda
Cronología