31 Nacionalismo en Europa

El siglo XIX presenció grandes cambios en el mapa político de Europa, de significado comparable a la transformación económica y social provocada por la revolución industrial. En el sureste del continente, surgieron una serie de países nuevos a medida que se desintegraba el imperio de los turcos otomanos, mientras que en Europa central y meridional se creaban dos estados nuevos y poderosos: Italia y Alemania.

Estos nuevos estados se basaban en fundamentos étnicos, y en el siglo XIX cada vez más pueblos se definieron en función de su identidad étnica o nacional, principalmente en la lengua que hablaban. Con el objetivo de delimitar esta identidad, muchos artistas de este período recuperaron un pasado con frecuencia mitificado y estudiaron en profundidad la música y los cuentos populares, de manera que ayudaron a crear lo que con frecuencia fueron nuevas «tradiciones» nacionales.

Aunque en Europa occidental naciones-estado como Gran Bretaña y Francia llevaban largo tiempo establecidas, en otras partes del continente, al finalizar las guerras napoleónicas en 1815, la imagen era muy diferente. Alemania era un conglomerado de principados en su mayoría pequeños y dominados en gran parte por Austria. El propio imperio de Austria incluía a polacos, checos, eslovacos, húngaros, eslovenos, croatas e italianos, así como súbditos de habla alemana. Italia, como Alemania, no disfrutaba de unidad política, siendo simplemente —en palabras del príncipe Metternich, ministro de Asuntos Exteriores austríaco— «una expresión geográfica».

Las revoluciones de 1848. La derrota de Napoleón en 1815, y la restauración de las antiguas monarquías e imperios absolutos, puso fin a las esperanzas que habían nacido de la Revolución Francesa. La clase media creciente, cuya riqueza procedía del comercio y la industria, había esperado mayor poder político a expensas de la antigua aristocracia terrateniente, y por eso muchos abrazaron la causa del liberalismo, mediante el cual el poder de los monarcas absolutos sería sustituido por una constitución y una asamblea legislativa en la que tendrían representación. En aquellas partes de Europa en las que el pueblo se encontraba bajo un gobierno extranjero, las llamadas a la reforma constitucional coincidieron a menudo con demandas del derecho a la autodeterminación nacional.

Después del fracaso de una serie de levantamientos en la década precedente, en 1848 estallaron revoluciones en muchas partes de Europa. El malestar estalló en Francia, donde, como en todas partes, también estuvo implicado un elemento socialista, a medida que el campesinado y la clase obrera urbana no sólo se encontró privada de representación, sino sufriendo hambre y desempleo. El rey francés fue depuesto y se declaró la Segunda República.

Siguieron levantamientos en Alemania, en la Bohemia de lengua checa, Polonia, Italia, Hungría, Sicilia e incluso en la propia Viena. En la Confederación Alemana dominada por Austria, los nacionalistas formaron el Parlamento de Frankfurt, que exigió reformas liberales y la unificación de Alemania. En Prusia, el rey Federico Guillermo IV se vio obligado a aceptar la creación de una constitución y de una asamblea nacional, y a apoyar el objetivo de la unificación alemana, mientras que en el imperio austríaco, los bohemios y los húngaros consiguieron una cierta independencia. También se aprobaron constituciones en una serie de estados italianos. Muchas creyeron que se trataba de «la primavera de los pueblos».

Pero muchos de estos logros tuvieron una vida muy breve. En Francia, la Segunda República fue derribada en 1851 por un golpe del nieto de Napoleón I, Luis Napoleón Bonaparte, que se declaró emperador como Napoleón III. Federico Guillermo rechazó el ofrecimiento de la corona de una Alemania unidad, y se restauró el dominio de Austria sobre la Confederación Alemana. Austria también aplastó las revueltas en Bohemia, Hungría y el norte de Italia, y restauró el gobierno imperial absolutista.

Cronología

Unificaciones italiana y alemana. Después de 1848, los dos hechos más significativos del nacionalismo europeo del siglo XIX, las unificaciones de Italia y Alemania, fueron en gran parte consecuencia de las políticas de los primeros ministros de dos reinos, Piamonte y Prusia.

Las guerras de Bismarck

La primera adquisición territorial de Bismarck para Prusia fue Schleswig-Holstein, cuyo control se disputaba desde hacía mucho tiempo con Dinamarca. En 1864 cerró una alianza temporal con Austria y entonces atacó y derrotó a Dinamarca. Dos años después provocó la guerra de las Siete Semanas con Austria, y la derrota de ésta dejó a Prusia como la potencia principal en el norte de Alemania. El movimiento final de Bismarck fue jugar con la inseguridad sobre la independencia de los estados meridionales de Alemania, que temían caer víctimas de las correrías militares de Napoleón III. Para conseguir su apoyo, Bismarck empujó a Francia para que declarase la guerra franco-prusiana de 1870-1871, que terminó con la derrota francesa y selló la unificación alemana.

Piamonte, una monarquía constitucional del noroeste de Italia, estaba más desarrollado económica e industrialmente que los demás estados italianos, y su primer ministro desde 1852, Camillo di Cavour, se propuso unificar Italia bajo su liderazgo con una mezcla de diplomacia y guerra. En 1859, después de prometer la cesión de Niza y Saboya a Francia, Cavour se aseguró el apoyo militar francés para expulsar a los austríacos de Lombardía. En 1860, el jefe de la guerrilla italiana radical, Giuseppe Garibaldi, emprendió una campaña en la que sus 1000 camisas rojas y él barrieron a la dinastía española que gobernaba en Sicilia y Nápoles. Decidido a mantener el control piamontés sobre el proceso de liberación nacional, Cavour envió tropas a las Estados Pontificios, para coartar las ambiciones de Garibaldi sobre los mismos. En 1861 se estableció el reino de Italia y Garibaldi reconoció a Víctor Manuel II de Piamonte como rey del país unificado. Las piezas restantes del rompecabezas se acabaron de incorporar con rapidez.

Después de apoyar a Prusia en su guerra victoriosa contra Austria en 1866, ésta se vio obligada a entregar Venecia en el noreste, mientras que la capital histórica de Italia, Roma, fue incorporada finalmente en 1870.

«Hemos hecho Italia. Ahora tenemos que hacer italianos».

Massimo d’Azeglio, durante la primera reunión del Parlamento de la Italia unificada en 1861.

Diplomacia, guerra y realpolitik también marcaron la ruta hacia la unificación alemana, que fue pilotada por Otto von Bismarck, primer ministro de Prusia. Bismarck fue —a diferencia de los revolucionarios de 1848— un conservador militarista, que desplegó una estrategia de «sangre y hierro» y desencadenó tres guerras con el fin de que todos los estados alemanes cayeran bajo el dominio de Prusia. En 1871 el rey Guillermo de Prusia fue proclamado káiser del nuevo imperio alemán, que ahora incluía las antiguas provincias franceses de Alsacia y Lorena, muy ricas en recursos naturales.

El nacimiento de un estado alemán nuevo y poderoso —el más poblado y uno de los industrialmente más avanzados de Europa— dio lugar a tres cuartos de siglo de amarga enemistad franco-alemana, que contribuyó al estallido de dos guerra mundiales devastadoras. Sin embargo, la chispa que prendió el primero de dichos conflictos se produjo muy lejos de la frontera franco-alemana. Ocurrió en junio de 1914 al otro lado de Europa, en Sarajevo.

La idea en síntesis:
el crecimiento del nacionalismo contribuyo al estallido de la primera guerra mundial

Cronología