14 Japón, el imperio insular
Se ha dicho que cualquier país es diferente de todos los demás, pero que Japón es «diferentemente diferente». Quizá por su aislamiento geográfico, en un archipiélago de islas frente a la costa oriental de Asia, Japón se ha mantenido alejado del resto del mundo durante la mayor parte de su historia.
Incluso resulta sorprendente que la rápida modernización e industrialización a finales del siglo XIX sólo rozó la superficie de la vida japonesa, y no alteró la fuerte fidelidad del país a sus costumbres, valores y visión del mundo tradicionales.
Las islas de Japón fueron colonizadas por los humanos hace unos 40 000 años, durante la última glaciación, cuando bajó el nivel del mar y se formó un puente terrestre desde el continente asiático. Estos japoneses del paleolítico eran cazadores-recolectores, y hacia 10000 a. C. empezaron a fabricar cerámica, siendo una de las primeras culturas del mundo en hacerlo. Sin embargo, no fue hasta alrededor de 400 a. C. cuando otra oleada de inmigrantes —posiblemente de China y Corea— trajo la agricultura y la metalurgia. Desde luego existían contactos con la muy desarrollada civilización china en el este, que en el siglo I d. C. cobraba tributos de los numerosos clanes de Japón. De China obtuvo Japón su escritura y las creencias confucianas y budistas, que se fundieron con la religión shinto nativa, con su énfasis en el culto a los antepasados y respeto por la tradición y la tierra natal. A pesar de estas conexiones, la lengua japonesa no está relacionada con el chino, y posiblemente con ninguna otra lengua.
«La armonía es que se te valore y evitar una oposición gratuita a que te honren…».
El príncipe Shotoku, que se convirtió en regente en 593 d. C., entrega la ley imperial en la constitución de los diecisiete artículos de 604.
Emperadores y sogunes. A partir del siglo III d. C. Japón fue un mosaico de estados militares, pero alrededor de 400 d. C., uno de ellos, Yamamoto, empezó a dominar a los demás, y desde entonces todos los emperadores japoneses se dicen descendientes de la dinastía Yamamoto. En 607 el «Emperador de la Tierra del Sol Naciente» (es decir, Japón) escribía al «Emperador de la Tierra del Sol Poniente» (es decir, China) como un igual en poder y magnificencia. En el siglo VIII los japoneses establecieron una capital imperial en Nara, siguiendo el modelo chino, y empezaron a adoptar el modelo chino de un gobierno fuerte y centralizado. Se desarrolló un mito nuevo de los orígenes, según el cual el emperador descendía del legendario primer emperador, Jimmu, que, según el mito, había fundado Japón en 660 a. C. y era descendiente de la diosa solar del shinto, Amaterasu. La pretensión de los emperadores japoneses al estatus divino no fue abandonada hasta después de la segunda guerra mundial.
Cronología
En 794 la capital se trasladó a Kyoto. A partir de entonces disminuyeron los contactos con China y el poder de los emperadores fue eclipsado por el poder creciente de la familia nobiliaria de los Fujiwara, cuyos miembros actuaban como regentes. En el siglo XII los Fujiwara se vieron presionados por una serie de familias nobiliarias. Como consecuencia, Japón se hundió en una guerra civil de la que surgió una sociedad feudal descentralizada, con el poder dividido entre una serie de barones regionales (daimyos), que mantenían bandas de guerreros samurái, una casta militar de élite, que se consideraba de rango superior a mercaderes, artesanos y campesinos. En 1159 un señor de la guerra llamado Yoritomo, de la familia Minamoto, tomó el poder supremo, y desde 1185 gobernó desde Kamakura (cerca de Tokio) como sogún (dictador militar), mientras que el emperador, recluido en Kyoto, quedó reducido a una figura representativa.
Los shogunes de diversas familias siguieron siendo los gobernantes absolutos de Japón durante muchos siglos, interrumpidos en el siglo XVI por una serie de guerras civiles. En 1600 Japón estaba reunificado y un noble de la familia Tokugawa, llamado Ieyasu, estableció un nuevo shogunato, centrado en Edo (Tokio), mientras que el emperador seguía sin poder en Kyoto.
Kamikaze
El aislamiento durante la Edad Media llegó a tal punto que los japoneses no estaban acostumbrados a enfrentarse a amenazas desde ultramar. Por eso fue una impresión terrible cuando en 1274 y de nuevo en 1281 los mongoles —que bajo Kublai Khan habían conquistado toda China— intentaron invadir Japón con desembarcos masivos. En ambas ocasiones la flota mongola fue destruida por un tifón, conocido desde entonces por los japoneses como kamikaze, que significa «viento divino». La leyenda resurgió hacia finales de la segunda guerra mundial cuando, en una apuesta desesperada para detener el avance aliado sobre las islas patrias, los pilotos japoneses adoptaron el nombre de kamikaze cuando precipitaban deliberadamente sus aviones cargados de bombas contra los buques enemigos.
Los shogunes Tokugawa ejercieron un control estrecho sobre los daimyos, forzándoles a pasar mucho tiempo en Edo, y lejos de sus bases de poder regionales (de la misma forma que Luis XVI redujo a la turbulenta nobleza de Francia a finales del siglo XVII al exigirles que vivieran en su gran palacio de Versalles). Los shogunes Tokugawa también volvieron la espalda a los contactos europeos. Mercaderes y misioneros cristianos habían empezado a llegar en el siglo XVI, y muchos campesinos se habían convertido. Los shogunes temían que esto anunciase una ocupación europea, y desde 1635 impusieron una política de aislamiento, prohibiendo todo contacto entre japoneses y extranjeros. La única excepción era la pequeña concesión mercantil holandesa en una isla en el puerto de Nagasaki.
Salir del aislamiento. Este aislamiento terminó a la fuerza el 8 de julio de 1853 cuando buques de guerra de EE. UU. bajo el mando del comodoro Matthew Perry entraron en la bahía de Edo. Después de demostrar el poder de fuego de los barcos, Perry exigió que los japoneses abrieran sus puertas al comercio exterior. Como consecuencia, se presionó a Japón para que firmase una serie de tratados con las potencias occidentales, garantizando a éstas derechos comerciales que comprometían la soberanía japonesa.
«Si cualquier japonés intenta ir en secreto a ultramar, debe ser ejecutado… Si cualquier japonés regresa de ultramar, después de residir allí, debe morir».
El shogun Tokugawa Iemitsu publicó un edicto en 1635 cerrando Japón a cualquier contacto con el extranjero.
Estos cambios forzados marcaron el final de la larga Edad Media de Japón. Después de un golpe de los modernizadores en 1868, el shogun dimitió, y en 1869 el emperador, con poderes renovados, fue instalado en Edo, que fue rebautizada como Tokio. Él mismo tomó el nombre de Meiji, que significa «gobierno ilustrado». Le siguió un período importante en el que Japón llevó a cabo en tres décadas un proceso de industrialización que había tardado dos siglos en Europa. No sólo se transformaron las manufacturas, sino que la educación, las fuerzas armadas, la economía y el sistema político fueron modernizados según el modelo occidental.
Al crecer el poder de Japón, los tratados desiguales fueron dejados de lado. Con el objetivo de convertirse en la potencia regional dominante, Japón libró una guerra con China en 1894-1895 y se anexionó Corea y Taiwán. Después, en 1904-1905, disputó a Rusia el control de Manchuria. Japón ganó una victoria naval decisiva contra los rusos en Tsushima: la primera victoria en la época moderna de una nación asiática contra una potencia europea. Al estallar la primera guerra mundial, Japón era tratado como un igual, convirtiéndose en aliado de Gran Bretaña. Durante la guerra atacó bases alemanas en China y ocupó algunas de las posesiones insulares de Alemania en el Pacífico. Después de la guerra los delegados japoneses asistieron a la conferencia de paz de París, y Japón recibió un mandato de la Sociedad de Naciones sobre las antiguas colonias alemanas en el Pacífico al norte del ecuador. Japón había enseñado músculo; iba a venir mucho más.
La idea en
síntesis:
una transformación sorprendente del medievo a
la modernidad
Cronología