28 La época napoleónica
«¿Qué dirá la historia?», preguntó en su momento Napoleón. «¿Qué pensará la posteridad?». Tanto sus contemporáneos como los que vinieron después están divididos en su juicio sobre Napoleón Bonaparte, el joven oficial de artillería corso que se convirtió en Napoleón I, emperador de los franceses, y gobernante del mayor imperio en Europa desde los días de los romanos.
En Francia, Napoleón sigue siendo muy respetado y su tumba en Les Invalides en París se ha convertido en un santuario del más sagrado de los sentimientos franceses: la gloire. Más allá de las fronteras de Francia, muchos —en especial en el siglo XIX— lo consideraron un coloso, el arquetipo del «gran hombre», que a través de la pura energía y la fuerza de voluntad puso el mundo a sus pies. Otros lo denigran como un tirano vanaglorioso que en nombre de la libertad habría reducido todo el mundo a la esclavitud.
De brigadier a emperador. Las dos décadas y media de conflicto europeo que se conoce como las guerras revolucionarias y napoleónicas tuvieron su inicio en agosto de 1792, cuando Austria y Prusia atacaron a la Francia revolucionaria. Gran Bretaña y otros aliados europeos se unieron al año siguiente, y fue en diciembre de 1793 cuando Napoleón Bonaparte saltó por primera vez a la luz pública, al tener un papel destacado en la reconquista del centro naval de Toulon que estaba en manos británicas. Bonaparte fue ascendido al grado de general de brigada con sólo veinticuatro años.
A partir de ahí, Bonaparte se vio envuelto en levantamientos internos al aplastar una muchedumbre realista en París en octubre de 1795 con su famoso «tufillo a metralla». Condujo una campaña brillante contra los austríacos en Italia en 1796-1797, obligándoles a entregar a Francia los Países Bajos austríacos (la Bélgica moderna). Aunque su campaña en Egipto en 1798 terminó en fracaso ante los británicos, su estrella siguió en ascenso en Francia, y en noviembre de 1799 ocupó el poder como «primer cónsul» con potestades prácticamente dictatoriales. Tras un breve período de paz en 1802-1803, siguió la guerra, y en 1804 Bonaparte horrorizó a muchos de los admiradores republicanos de todo el mundo al proclamarse emperador como Napoleón I. Había calculado con exactitud que sus éxitos militares contra los enemigos de Francia le habían ganado suficiente popularidad interna, y no sólo en el ejército, para dar un paso tan atrevido.
«Así que no es más que un hombre. Ahora también pisoteará todos los derechos humanos y solo servirá a su propia ambición; se situará por encima de todos los demás y se convertirá en un tirano».
Ludwig van Beethoven, al oír que el héroe y defensor de la República francesa se había proclamado emperador, mayo de 1814. Beethoven rompió la portada de su tercera sinfonía, con su dedicatoria a Napoleón, y la rebautizó como «Heroica».
Cronología
Aunque su plan de invadir Gran Bretaña se vio frustrado por la flota de Nelson en Trafalgar en 1805, Napoleón triunfó en el continente europeo, infligiendo derrota tras derrota a austríacos, rusos y prusianos. En 1809 todos ellos habían firmado la paz con Francia, dejando a Gran Bretaña sola en la lucha. La mayor parte de Europa occidental, meridional y central estaba bajo el control de Napoleón, como parte del imperio francés, como reinos gobernados por miembros de su familia (como España y Nápoles), o como estados dependientes, que era el caso de la Confederación del Rin, establecida por Napoleón en Alemania para reemplazar al sacro imperio.
Napoleón como comandante
La efectividad de Napoleón como general radica en una combinación de factores. Entre ellos se incluye su habilidad para mantener al enemigo dubitativo sobre sus intenciones, seguido de un golpe concentrado en el punto débil del enemigo. Dicha táctica requería una maestría en la maniobra y un despliegue rápido, combinado con una logística flexible. Francia había respondido al estallido de las guerras revolucionarias con el reclutamiento masivo de un ejército de ciudadanos, y con una gran reserva de soldados a su disposición, Napoleón podía permitirse el gasto de hombres: «No me pueden parar», había fanfarroneado ante el ministro de Exteriores de Austria, el conde Metternich, «gasto 30 000 hombres al mes». A pesar de esta dureza sus tropas adoraban a l’Empereur, entre otra cosas porque reconocía el talento por encima del privilegio, y promocionaba a muchos hombres de la tropa, siendo el más famoso de ellos el mariscal Ney.
Folie de grandeur. La imposición por parte de Napoleón de su hermano José como rey de España en 1808 resultó ser un error muy caro, implicando a un gran número de tropas francesas en una guerra brutal contra las fuerzas guerrilleras españolas. Napoleón se equivocó aún más en 1812, cuando decidió invadir Rusia. La Grande Armée francesa, aunque derrotó a los rusos en Borodino, estaba mal equipada para enfrentarse al invierno ruso, y descubrió que no podía vivir sobre el terreno como era su costumbre, porque los rusos habían desplegado una política despiadada de tierra quemada en su retirada hacia Moscú. Cerca de medio millón de soldados franceses habían iniciado la campaña; menos de la décima parte regresó.
El desastre ruso persuadió de nuevo a Prusia y Austria para que se aliasen con Gran Bretaña contra Napoleón. Consiguieron una gran victoria en Leipzig en 1813 y al año siguiente el duque de Wellington, que había estado combatiendo a los franceses durante años en la península Ibérica, condujo a las fuerzas británicas que atravesaron la frontera de Francia. Con París en manos de los Aliados, Napoleón abdicó y fue exiliado en la isla de Elba, frente a las costas de Italia. Sin embargo, la restauración de la monarquía francesa no fue popular y Napoleón regresó del exilio para probar suerte de nuevo. El ejército francés se unió a su alrededor y en junio de 1815 se enfrentó a británicos y prusianos en Waterloo. Fue, en palabras de Wellington, «una lucha ajustada», pero Napoleón fue derrotado, capturado y enviado al exilio a la remota isla de Santa Helena en el Atlántico Sur. Nunca regresó.
«Las conquistas me han hecho lo que soy; sólo las conquistas me pueden mantener».
Napoleón Bonaparte, 30 de diciembre de 1802.
El impacto de Napoleón. Maximilien Robespierre, antes de instaurar el Gran Terror, había advertido a sus conciudadanos que alguno de sus generales victoriosos podía establecer una «dictadura legal». Esto es precisamente lo que hizo Napoleón en 1799, aunque declaró en el momento de ocupar el poder que «la Revolución se ha establecido sobre sus principios originales: está consumada». Si bien el gobierno de Napoleón estuvo lejos de ser liberal —creía, por ejemplo, que la libertad de prensa hacía que la tarea de gobierno fuera imposible, y actuó sin piedad contra sus oponentes políticos domésticos— preservó algunos de los valores de la Revolución Francesa, que temía que estaba degenerando en una anarquía. Su legado más duradero fue el Código Napoleónico, un sistema de derecho civil que se extendió por todo su imperio y los estados dependientes y aliados. Recogía muchos de los valores de la Revolución y de la Ilustración, entre ellos la igualdad (aunque, en la versión de Napoleón, no para la mujer), la libertad individual, la separación de Iglesia y estado, y la tolerancia religiosa. Hasta la actualidad, el Código Napoleónico proporciona el modelo para muchos códigos civiles en Europa y en todo el mundo.
Tras la derrota de Napoleón, los Aliados victoriosos intentaron deshacer la nueva administración, restaurando las antiguas monarquías absolutas y los imperios que pasaban por encima de las fronteras étnicas. Después de 1815, las fuerzas de la reacción que ocupaban el poder en toda Europa hicieron todo lo posible para aplastar las aspiraciones radicales y nacionalistas que habían surgido con la Revolución Francesa. Pero tras décadas de represión, de nuevo iban a estallar en llamas en 1848.
La idea en
síntesis:
ya fuera un tirano, o un liberador, Napoleón
transformó Europa
Cronología