35 Los derechos de la mujer
En la primera convención por los derechos de la mujer en EE. UU., celebrada en Seneca Falls, Nueva, York, en julio de 1848, Elizabeth Cady Stanton presentó una enmienda necesaria desde hacía tiempo a la Declaración de Independencia americana. «Sostenemos como evidentes dichas verdades», atronó, «que todos los hombres y mujeres son creados iguales».
A lo largo de la historia se han levantado ocasionalmente voces pidiendo más poder para la mujer, pero el movimiento feminista moderno tuvo su origen a finales del siglo XVIII. En 1789, al inicio de la Revolución Francesa, la Asamblea Nacional proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, pero rechazó la extensión de los derechos civiles y políticos a las mujeres. En respuesta, en 1791, la dramaturga Olympe de Gouges publicó una «Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana». Al año siguiente en Inglaterra, Mary Wollstonecraft publicó Vindicación de los derechos de la mujer, un libro que defendía una mejora en la educación de las niñas para permitir que desarrollaran todo su potencial como seres humanos.
La batalla por el sufragio femenino. En la época que escribían Mary Wollstonecraft y Olympe de Gouges, las niñas de clase media y alta recibían una formación que les permitía poco más que leer, escribir, coser, dibujar y cantar, y las mujeres se consideraban como simples adornos, suministradoras de herederos, propiedad de sus padres y esposos, a los que se tenían que someter en todo. Las mujeres solteras podían tener propiedades y gestionar sus negocios, pero en Gran Bretaña, por ejemplo, en cuanto se casaban sus propiedades pasaban al marido. Y en Francia el código napoleónico de 1804 reafirmaba los derechos de maridos y padres a expensas de los de las mujeres.
«Si las mujeres son educadas para la dependencia… y la sumisión al poder, sea bueno o malo, ¿dónde deberemos parar?».
Mary Wollstonecraft, «Vindicación de los derechos de la mujer», 1792.
Como consecuencia del dominio masculino en casi todas las esferas de la sociedad, las mujeres tenían prohibido el acceso a cualquier profesión, a la educación superior y al voto o a ocupar puestos políticos. Para las feministas, había que dar un primer paso importante. Susan B. Anthony, colega desde hacia tiempo de Stanton en el movimiento a favor de los derechos femeninos en EE. UU., lo resumió al escribir: «Nunca existirá una igualdad completa hasta que las mujeres ayuden a redactar las leyes y elijan a los legisladores». Las mujeres debían votar, antes de que se pudiera realizar cualquier cambio, y en 1869 Anthony y Stanton fundaron la Asociación Sufragista Nacional. Se sentían especialmente vejadas porque la decimoquinta enmienda de la Constitución sólo había afirmado que «El derecho de los ciudadanos de Estados Unidos a votar no se puede negar… por razones de raza, color o la condición previa de servidumbre». No se había mencionado el género. En esa época mucho menos ilustrada, una de las seguidoras de Anthony y Stanton se quejaba de que la enmienda otorgaba el voto a «Patrick, Sambo, Hans y Ung Tung» (es decir, trabajadores irlandeses, negros, alemanes y orientales, considerados todos ellos como analfabetos), pero se lo negaba a las mujeres educadas de clase media.
Casi al mismo tiempo, se estaba desarrollando en Gran Bretaña la campaña por el sufragio femenino. En 1866 el filósofo y parlamentario liberal John Stuart Mill presentaba una petición en el Parlamento pidiendo el derecho al voto para la mujer, y al año siguiente se formó la Sociedad Nacional para el Sufragio Femenino, posteriormente sustituida por la Unión Nacional de Sociedades para el Sufragio Femenino, dirigida por Millicent Fawcett. Estas «sufragistas» realizaron campañas pacíficas, en contraste con la Unión Social y Política Femenina de Emmeline Pankhurst, formada en 1903. Para Pankhurst, «el argumento de los cristales rotos es el argumento más importante en la política moderna». Estas sufragistas —que lanzaban piedras contra las ventanas, se encadenaban a las verjas y emprendían huelgas de hambre cuando las arrestaban— provocaron el rechazo de muchas, pero dieron una publicidad enorme a la causa.
El primer país en conceder el voto a la mujer fue Nueva Zelanda, en 1893. Le siguieron país tras país: Australia en 1902, Alemania y Gran Bretaña en 1918, EE. UU. en 1920, España en 1931 (aunque después fue revocado por el franquismo y no se restableció hasta 1977). Francia e Italia esperaron hasta 1945, Suiza hasta 1971, Omán hasta 2003. En las primeras elecciones locales celebradas en Arabia Saudita en 2005, no se permitió votar a las mujeres.
«La falsa división de la naturaleza humana en “femenino” y “masculino” es el inicio de la jerarquía».
Gloria Steinem, en el «Observer», 15 de mayo de 1994.
Cronología
Hacia la igualdad plena. En 1949 la filósofa francesa Simone de Beauvoir publicó El segundo sexo, donde afirmaba que «Una no nace mujer, se convierte en una», en otras palabras, gran parte de lo que la gente piensa sobre la «feminidad» es en realidad una construcción cultural más que un hecho biológico. El libro de Beauvoir tuvo poca repercusión hasta que empezó a surgir la segunda gran oleada de feminismo en la década de 1960, iniciada con el libro de Betty Friedan La mística de la feminidad (1963). En consonancia con el radicalismo de la política juvenil de la época, el nuevo feminismo se unió bajo la bandera del «movimiento de liberación de la mujer». Las nuevas feministas actuaban no sólo por la igualdad de sueldo y oportunidades en el trabajo, sino también por el acceso a la planificación familiar y a las guarderías, y contra la violencia machista y la explotación, y contra todas las formas de discriminación por razones de sexo. Algunas fueron más allá exigiendo un cambio completo en la relaciones entre hombres y mujeres. Unas pocas defendían una separación total del mundo masculino, adoptando un estilo de vida lésbico como gesto político.
Mujer y esfuerzo de guerra
Las mujeres de la clase obrera siempre habían trabajado en los campos y en el servicio doméstico, y desde finales del siglo XVIII muchas estaban empleadas en fábricas. Mujeres solteras de clase media podían trabajar como maestras, pero no fue hasta finales del siglo XIX cuando una pocas mujeres pudieron acceder a la educación superior y a profesiones como la medicina. Durante la primera guerra mundial, y de nuevo durante la segunda, millones de mujeres en Gran Bretaña y América fueron reclutadas para trabajar en sectores tradicionalmente reservados a los hombres, como la ingeniería pesada e incluso las fuerzas armadas. En la segunda guerra mundial, los nazis se negaron a adoptar dicha política, manteniendo que el papel de la mujer se debía limitar a Kinder, Küche und Kirche («niños, cocina e iglesia»); esta política dificultó la productividad industrial, minando de forma significativa el esfuerzo de guerra alemán. Incluso en Gran Bretaña y América, después de la guerra se animó a las mujeres a que dejasen sus empleos a los hombres que regresaban del frente. Se produjo un inmenso «baby boom» y millones de mujeres se encontraron atadas de nuevo a su papel doméstico y maternal. Parecía que se había vuelto a la situación anterior, pero a muchas mujeres la guerra les había permitido vislumbrar la libertad y el poder.
Aunque las mujeres han conseguido victorias como el Equal Pay Act del Reino Unido de 1970, los ingresos medios femeninos en el mundo occidental siguen siendo mucho menores que los de los hombres. Y aunque la representación de las mujeres en la política, el gobierno, los consejos de administración, las profesiones y las fuerzas armadas es mayor que antes, siguen siendo una pequeña minoría en los puestos de poder e influencia. Y fuera de Occidente, miles de millones de mujeres siguen siendo ciudadanas de segunda clase, y luchan para conseguir los derechos humanos más básicos.
La idea en
síntesis:
se han logrado muchas victorias, muchas más
quedan por conquistar
Cronología