34 El auge del socialismo
La revolución industrial creó una nueva clase dirigente de burgueses capitalistas industriales. También creó una creciente clase obrera urbana, que trabajaba con frecuencia en condiciones peligrosas por sueldos míseros y que se veía forzada a vivir en la pobreza y en condiciones extremadamente inseguras.
Se produjeron una serie de respuestas ante las condiciones de opresión y pobreza de la clase obrera. Algunos filántropos de clase media y alta lanzaron campañas para una legislación que mejorara las condiciones de trabajo. Muchos obreros intentaron unirse para formar sindicatos, con el fin de conseguir sueldos más altos y lugares de trabajo más saludables. Los intentos de limitar el poder del nuevo movimiento obrero, o para aplastarlo por completo, provocaron muchos llamamientos a la acción política, ya fuera a través de procesos democráticos o de revoluciones violentas.
«Una combinación política de las clases bajas como tales y para sus propios objetivos, es una maldad de primera magnitud».
Walter Bagehot, «La constitución inglesa», 1867.
Sindicalismo. Los sindicatos tuvieron su origen en los gremios artesanales medievales, que eran asociaciones que regulaban el acceso —la calidad— de las diferentes actividades artesanales. Con la llegada de la revolución industrial muchos artesanos, incapaces de competir con las empresas más grandes, se vieron obligados a renunciar a su independencia e ir a trabajar a las fábricas. Cuando intentaron unirse para conseguir sueldos y condiciones mejores, se encontraron con la oposición vehemente de los industriales. Los gobiernos, alarmados por las revueltas sangrientas de la Revolución Francesa, interpretaron todas estas actividades de la clase obrera como una amenaza no sólo contra los derechos de propiedad, sino contra la seguridad de los reinos. En consecuencia, los sindicatos fueron prohibidos por todas partes: en Gran Bretaña, por ejemplo, por los Combination Acts de 1799 y 1800, y en Francia por los códigos penal y civil de Napoleón, que representaron un retroceso de los derechos humanos universales declarados por la Francia revolucionaria.
Sólo gradualmente a lo largo del siglo XIX se fue relajando la legislación contra los sindicatos en una serie de países, y la formación de sindicatos de oficios fue seguida de sindicatos nuevos que organizaban a grandes cantidades de obreros sin cualificación. Sin embargo, en sitios como Rusia los sindicatos debían operar en la clandestinidad, mientras que en EE. UU. los empresarios usaron toda la fuerza de la ley, respaldados por sicarios armados e incluso por tropas, para aplastar las huelgas.
Socialismo democrático frente a socialismo revolucionario. A medida que los sindicatos luchaban por la defensa de los intereses de sus miembros, muchos sindicalistas empezaron a pensar que sólo una transformación completa de la sociedad traería consigo justicia e igualdad. Profundizaron en las ideas del socialismo, una palabra acuñada por el teórico francés Henri de Saint Simon (1760-1825), que imaginaba un estado industrial libre de pobreza, en el que la ciencia sustituiría a la religión. También influyó el filántropo británico Robert Owen (1771-1825), que estableció una comunidad industrial modelo en New Lanark en Escocia, con mejores alojamientos y la primera escuela infantil en Gran Bretaña, y siguió adelante con la formación de una serie de comunidades cooperativas autosuficientes, como la de New Harmony, en Indiana, fundada en 1825.
Para la visión socialista resultaba fundamental que la sociedad y la economía se ordenaran no para que el individuo fuera libre para seguir su propia voluntad, sino para el bien colectivo. Mientras que los liberales del mercado libre pensaban que cada ser humano tenía el poder para mejorar su suerte, los socialistas creían que el destino de los individuos quedaba en gran parte determinado por el ambiente y que el estado debía intervenir para asegurar, como mínimo, la igualdad de oportunidades y una calidad de vida razonable, a través de la provisión de educación, sanidad, salarios mínimos, pensiones, seguros de desempleo, etc.
Cronología
Mejorar las condiciones de trabajo
A medida que el liberalismo económico —con sus conceptos clave de libre empresa y mercado libre— se extendió por la clase media comercial e industrial, cualquier intento por regular los negocios era considerado por muchos como una interferencia tiránica del gobierno. Aun así, en algunos países se aprobaron leyes para terminar con los peores abusos. En Gran Bretaña, por ejemplo, el Factory Act de 1802 consideró ilegal obligara niños menores de catorce años a trabajar más de ocho horas al día. En Gran Bretaña siguieron más leyes sobre horarios de trabajo, salud y seguridad, que fueron seguidas después por otros países (un máximo de doce horas de trabajo diarias fue aprobado en Francia en 1848, por ejemplo), como consecuencia de las campañas de los sindicatos. En EE. UU., por el contrario, existía una fuerte resistencia ideológica a dichas regulaciones, resumidas en el año 1905 por un juez del Tribunal Supremo que afirmó que «limitar las horas que debían trabajar los hombres adultos e inteligentes para ganarse la vida» eran «meras interferencias entrometidas» con los derechos individuales. Hubo excepciones: el industrial del automóvil Henry Ford redujo voluntariamente las horas de trabajo en sus fábricas, argumentando que si los obreros no tenían tiempo libre no iban a comprar sus productos.
Socialistas más radicales, siguiendo a Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895), los fundadores del comunismo moderno, creían que la justicia social sólo se podía conseguir colocando la totalidad de los medios de producción —industria, tierra, carreteras, ferrocarriles— bajo propiedad colectiva. Marx y Engels, que publicaron su Manifiesto comunista en 1848, sostenían que la historia está determinada por las fuerzas económicas y por la lucha entre las clases. La revolución industrial había logrado la desaparición del feudalismo y del poder de la aristocracia terrateniente. A su vez, predecían, la nueva burguesía capitalista que había conseguido el poder sería derrocada de forma violenta por el proletariado urbano oprimido, que establecería el socialismo como una etapa anterior a la «disolución» del estado, que sería reemplazado por el comunismo perfecto. Esta sociedad ideal, donde todo el mundo viviría en armonía, se basaría en la premisa: «De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades».
La forma en la que el movimiento socialista se desarrolló en los diferentes países dependió en gran parte de la actitud de los gobiernos. En lugares como Gran Bretaña, donde la actividad sindical fue cada vez más tolerada y donde a finales del siglo XIX el voto se había extendido a la mayoría de la población masculina, los partidos socialistas —como el Partido Laborista británico (que le debe más al metodismo que a Marx)— consiguieron representación parlamentaria para el movimiento obrero. Pero en países más represivos, como la Rusia zarista y la Alemania imperial, muchos pensaban que el enfoque revolucionario marxista era la única opción.
En la actualidad, aunque la ideología comunista ha sido abandonada hace tiempo en Rusia y en todas partes, los principios del socialismo democrático siguen teniendo influencia en el mundo. Incluso en países con gobiernos de centroderecha, el estado sigue teniendo una gran influencia en la economía y en la sociedad —desde el mantenimiento de carreteras a la regulación de los precios de los servicios y la gestión del sistema educativo— que habría sido inimaginable hace sólo dos siglos.
La idea en
síntesis:
las ideas del socialismo han transformado
incluso las sociedades capitalistas
Cronología