30 La revolución industrial

En el siglo y medio después de 1750, las economías y las sociedades de la mayor parte de Europa y América del Norte se vieron completamente transformadas. Donde la riqueza se había basado predominantemente en la posesión de la tierra, empezó a surgir cada vez más de la industria, ya fuera la minería o la manufactura, que sufrieron una gran revolución a causa de las nuevas tecnologías.

Los pueblos y las ciudades crecieron de forma extraordinaria cuando empezaron a llegar personas desde el campo para trabajar en las nuevas fábricas. Al hacerlo, muchos cambiaron la pobreza rural por la degradación y la miseria urbanas, un fenómeno que aún se puede comprobar en los países de industrialización reciente de todo el mundo. Pero la transformación también creó una nueva clase media de gestores y emprendedores, que ganaron cada vez más poder político a expensas de la antigua aristocracia terrateniente.

La revolución industrial empezó en Gran Bretaña y se extendió a otras partes de Europa y a EE. UU. Varios factores contribuyeron a que Gran Bretaña se convirtiera en el primer país en producirse una extensión de la industrialización. En primer lugar, existía una gran acumulación de capital para invertir en empresas nuevas. Éste procedía tanto de los terratenientes ricos que habían mejorado sus propiedades y así habían aumentado sus beneficios, como del creciente dominio británico del comercio mundial, en especial el comercio atlántico, en el que las fortunas se basaban en los esclavos, el azúcar, el tabaco y otras materias primas. A mediados del siglo XVIII, Gran Bretaña había adquirido un gran imperio comercial de ultramar, que no sólo proporcionaba esas materias primas, sino también un mercado creciente para bienes manufacturados. También tuvo importancia en el crecimiento industrial de Gran Bretaña su geografía física, con sus extensas costas plagadas de puertos naturales que permitían el acceso a los mercados de ultramar, sus muchos ríos navegables y las reservas de carbón y mineral de hierro en las cercanías.

La mecanización y el sistema fabril. La mecanización fue la clave que desencadenó la revolución industrial. En la época preindustrial, las manufacturas se realizaban en casa de individuos autoempleados, o en talleres pequeños en los que un maestro artesano supervisaba el trabajo de jornaleros y aprendices. Habitualmente, una persona realizaba todas las tareas necesarias para la producción de un objeto, desde el principio hasta el fin. Sin embargo, en La riqueza de las naciones (1776) el precursor de la economía Adam Smith señalaba las ineficiencias de este enfoque artesanal. Tomando el ejemplo de una fábrica de alfileres, Smith decía que un hombre trabajando solo debía afanarse para completar un alfiler al día, mientras que si diez trabajadores diferentes se encargaban cada uno de una fase del proceso, la fábrica podía producir 48 000 alfileres al día. Esta división del trabajo, argumentaba Smith, también animó el desarrollo de maquinaria nueva.

Cronología

En Gran Bretaña la industria textil (basada en la lana local y el algodón importado de América) fue testigo de una serie de innovaciones que mecanizaron el hilado y el tejido. Los tejedores manuales autoempleados no podían competir con las nuevas fábricas con su maquinaria nueva, y se vieron obligados a renunciar a su independencia para ir a trabajar para propietarios de fabricantes a cambio de un sueldo mísero. En algunos lugares, tejedores descontentos, conocidos como luditas, destruyeron las nuevas máquinas. Cuando detenían a los líderes de estos disturbios, eran ejecutados o enviados a Australia.

«La raza que vive en estas chabolas ruinosas… o en sótanos oscuros y húmedos, entre la mugre y el hedor insoportables… esta raza realmente debe haber alcanzado el nivel más bajo de la humanidad».

Friedrich Engels, en «La condición de la clase obrera en Inglaterra», 1845, describe la vida de muchos en Manchester, una de las grandes ciudades industriales de Gran Bretaña.

La revolución agrícola

Otro tipo de revolución estuvo en marcha junto con la revolución industrial. En el siglo XVIII se empezaron a organizar de una forma más racional todos los métodos para la producción de alimentos, en parte por la influencia del pensamiento ilustrado. Sin embargo, la mejora de la agricultura tuvo un coste humano. En Gran Bretaña grandes extensiones de tierras comunales fueron «cercadas» por los terratenientes ricos, que obtuvieron el derecho para hacerlo a través de sus amigos en el Parlamento. Las personas que habían trabajado estas tierras comunales fueron expulsadas, provocando sufrimientos terribles en regiones como las Highlands escocesas, donde la gente fue echada de la tierra para dejar sitio a un animal más provechoso: la oveja. Situaciones similares a ésta se produjeron por toda Europa. Ahora con grandes extensiones de terreno bajo su control, los terratenientes ricos pudieron introducir mejoras científicas, como la rotación de cultivos, la cría selectiva (en especial de animales) y la implantación de cultivos nuevos como los nabos para alimentar a los animales durante el invierno, en lugar de sacrificar a la mayoría a finales de otoño. La tecnología, en especial la mecanización, también desempeñó un papel clave: las innovaciones más notables fueron desde la sembradora de Jethro Tull en 1730 al arado de acero de John Deere en 1837, que hizo posible por primera vez el cultivo de los suelos duros del Medio Oeste de EE. UU. El aumento en la producción de alimentos que fue el resultado de estas mejoras hizo posible alimentar a un número creciente de personas, en Europa y América del Norte, que trabajaban en fábricas en lugar del campo.

La era del vapor. Al principio, la maquinaria nueva se movía con molinos de agua, pero con la mejora del motor de vapor, el carbón se convirtió en la principal fuente de energía. El carbón (en la forma de coque) también proporcionaba el calor necesario para fundir el mineral de hierro, y la demanda creciente de carbón condujo a la explotación de vetas cada vez más profundas.

«Aplanamos montañas y convertimos los mares en nuestras carreteras; nada se nos puede resistir».

Thomas Carlyle, dando un giro positivo a los adelantos tecnológicos en «Signs of the Times», 1829.

Uno de los efectos más importantes del carbón y el vapor se produjo en el transporte. Durante siglos, los bienes más grandes se habían movido en barco por ríos y aguas costeras más que por carreteras, que tenían un mantenimiento muy deficiente y con frecuencia, en especial en invierno, eran intransitables. El siglo XVIII presenció una extensión del transporte naval, en la forma de una red nueva de canales enlazados con las vías de agua naturales ya existentes. Aunque al mismo tiempo se implantó también un gran programa de mejora de carreteras, la revolución más significativa en el transporte iba a ser el ferrocarril, iniciado con la inauguración de la línea entre Stockton y Darlington en 1825. Muy pronto las redes de ferrocarriles se extendieron por toda Europa, América del Norte y otros lugares. El ferrocarril hacia posible el transporte barato de grandes volúmenes no sólo de bienes, sino también de pasajeros, dando origen a la posibilidad de desplazarse al ir creciendo las ciudades, y a ampliar los horizontes, a medida que la gente pudo viajar cada vez más lejos. Un efecto similar se produjo cuando se aplicó el vapor a los barcos, haciendo que, por ejemplo, los viajes transatlánticos se convirtieran casi en una rutina.

A su vez, el vapor empezó a ser sustituido por la electricidad y el motor de combustión interna. A finales del siglo XIX, los rivales económicos de Gran Bretaña, Alemania y EE. UU., fueron más efectivos a la hora de adoptar estas nuevas tecnologías, permitiéndoles tomar la delantera. A principios del siglo XX, EE. UU. se habían convertido en la primera potencia industrial del mundo.

La idea en síntesis:
la revolución industrial creó una prosperidad nueva, pero con un gran coste humano

Cronología