02 Las primeras ciudades

En la actualidad, la mayor parte de las personas en el mundo occidental viven en ciudades, y éste es cada vez más el caso en los países de desarrollo rápido como India, China y Brasil. La urbanización masiva es un fenómeno relativamente reciente, asociado con la industrialización y la mecanización de la agricultura durante los últimos dos siglos.

Antes de esto la gran mayoría de las personas vivían en el campo, trabajando la tierra. Pero las ciudades han existido desde el mismo inicio de la historia humana registrada, hace más de cinco milenios, y fueron desde el principio importantes centros de poder, así como motores del cambio cultural y tecnológico.

«¡Nilo inunda, sé verde y ven! ¡Da vida a la humanidad y al ganado con la cosecha de los campos!».

Himno al Nilo, antiguo Egipto, c. 1500 a. C.

Las ciudades crecieron en su mayoría a partir de pueblos, que a su vez empezaron como aldeas. Las primeras aldeas permanentes aparecieron con el inicio de la agricultura en Oriente Medio hace unos 10 000 años, aunque algunos asentamientos es posible que no se iniciaran como comunidades agrícolas, sino como mercados en la intersección de rutas comerciales. El comercio desempeñó desde luego un papel importante en el desarrollo de pueblos más grandes y ciudades, pero las crecientes poblaciones urbanas no se podrían haber sostenido sin la intensificación de la agricultura, que en muchos lugares sólo fue posible con planes de regadío grandes y complejos.

La importancia del agua. Entre 4000 y 2000 a. C., aparecieron de forma independiente las primeras civilizaciones urbanas en cuatro partes diferentes del mundo: entre los ríos Tigris y Éufrates en Mesopotamia (el moderno Iraq); en el valle del Nilo en Egipto; en el valle del Indo en lo que lo que ahora es Pakistán; y a lo largo del río Amarillo (Huang He) y el Yangtze (Chang Jiang) en China.

Todos estos grandes ríos tienen tendencia a variaciones estacionales del caudal, con inundaciones alternando con sequías. Para maximizar la producción agrícola era necesario construir presas para almacenar como reserva las aguas de las crecidas, y después cavar canales para regar los campos durante la estación seca. En cuanto se desarrolló esta tecnología, los agricultores descubrieron que podían colonizar zonas más áridas, como el sur de Mesopotamia: aunque aquí el depósito de sales a causa del regadío dejó la tierra completamente estéril. El regadío significaba que en lugar de tener una sola cosecha al año se podían conseguir dos o incluso tres.

La construcción de estos planes de regadío requerían un calendario exacto para predecir la llegada de las inundaciones, y un nivel más alto de organización social, necesario para establecer la propiedad de la tierra y reclutar una fuerza laboral más grande. El establecimiento de la propiedad de la tierra no sólo impulsó una medición precisa (es decir, los inicios de las matemáticas), sino también la primera escritura. Además, la gestión de grandes proyectos de construcción requería una jerarquía bien definida que dictase quién debía cavar y quién debía dar las órdenes y quedarse con la mayor parte del beneficio.

Cronología

Organización social y política. El mismo grado de estratificación social y movilización de la mano de obra fue necesario para la construcción de las primeras ciudades, que se edificaron sobre la base de excedentes agrícolas generados por los planes de regadío. Las primeras ciudades eran mucho más que una simple colección de alojamientos y talleres. Contenían grandes estructuras monumentales como templos y palacios, avenidas ceremoniales, almacenes para tributos, tasas y bienes comerciales, murallas defensivas y, relacionados con los sistemas de regadío, canales y acueductos para llevar agua potable a la población. Las grandes ciudades planificadas del valle del Indo, Mohenjo Daro y Harappa, construidas alrededor de 2600 a. C., también tenían sistemas de alcantarillado cubierto para eliminar las aguas residuales.

«¡Creé Babilonia, cuya construcción me pediste! ¡Que se moldeen sus ladrillos de adobe y se alcen altos los santuarios!».

Épica de la creación, datada en el I milenio a. C., que se recitaba cada año ante la estatua del dios babilonio Marduk.

Con frecuencia las diferentes clases —obreros, artesanos, mercaderes, sacerdotes y príncipes— vivían en barrios diferentes de la ciudad, de manera que el tamaño y la calidad de sus casas reflejaban su situación social. Gran número de trabajadores (ya fueran libres o esclavos) era necesario para construir los grandes monumentos religiosos y cívicos: los zigurat (templos-torre) de Mesopotamia, las pirámides de Egipto, los templos y grandes baños rituales del Indo. Los artesanos producían cerámica, telas, joyas, grabados en piedra, metalurgia y otros bienes, tanto utilitarios como de lujo, y éstos, junto con los productos agrícolas, eran intercambiados ampliamente por los mercaderes. El comercio no era sólo local: a finales del III milenio a. C., por ejemplo, las ciudades del Indo comerciaban con las de Sumeria en lo que actualmente es Iraq.

Sobre todos ellos gobernaban reyes, que con frecuencia pretendían descender de los dioses, y que mantenían el poder por delegación de la autoridad divina, respaldada por la fuerza armada cuando era necesario. Los ejércitos no estaban sólo para defender al rey de sus súbditos. Las agresiones y la competición humana alrededor de los recursos en períodos anteriores se habían manifestado en intermitentes escaramuzas intertribales. Ahora se produjo una escalada hacia un fenómeno nuevo: la guerra. En Mesopotamia, las ciudades-estado sumerias del III milenio a. C. como Eridu, Kish, Ur y Uruk combatían constantemente entre ellas, y esto a su vez dio un impulso a la innovación tecnológica en forma de murallas, carros de guerra, escudos, lanzas y yelmos de metal. El período de las ciudades-estado guerreras dio paso a una época de imperios: por ejemplo, los de los acadios, los babilonios y los asirios. La unidad política sobre un gran territorio fue establecida también en Egipto hacia 3000 a. C. y en China a mediados del II milenio a. C. bajo la primera dinastía, la Shang.

En el I milenio a. C., las civilizaciones urbanas surgieron en otras partes del mudo: en Persia, en la India y en el Sureste Asiático, en Grecia y en el imperio romano. En el I milenio d. C., grandes ciudades como Teotihuacán —con una población de unos 200 000 habitantes— florecían en Mesoamérica, y también en la región andina de América del Sur. Aunque surgieron aisladas del resto del mundo, estas ciudades del Nuevo Mundo tenían todas las características de las ciudades del Viejo Mundo: Teotihuacán, por ejemplo, se extendía sobre un plano cuadriculado, y estaba dominada por dos grandes monumentos ceremoniales, la Pirámide del Sol y la Pirámide de la Luna. Y, como muchas otras ciudades del mundo antiguo, todo lo que nos queda son ruinas desnudas, el recuerdo de una civilización perdida.

Los inicios de la escritura

Las primeras formas de escritura se desarrollaron independientemente en las ciudades de Mesopotamia, China, el valle del Indo y Mesoamérica. Los primeros sistemas fueron en general pictográficos —consistentes en símbolos que representan cosas o ideas—, pero en Mesopotamia se desarrolló hacia 2800 a. C. un sistema de escritura silábica más flexible, conocida como cuneiforme. La escritura ayudó a las élites gobernantes a mantener el control, usándose para clasificar y listar las propiedades, y para recitar la sucesión de reyes. Más tarde, la escritura se usó también para recoger acuerdos comerciales, para cartas personales y gubernamentales y, lo más importante, para definir las leyes: un paso importante para moderar el poder absoluto del gobernante. La literatura, sin embargo, siguió siendo un fenómeno oral durante mucho tiempo: una de las primeras obras literarias conocidas del mundo, la mesopotámica Épica de Gilgamesh, no quedó recogida por escrito hasta el siglo VII a. C.

La idea en síntesis:
las ciudades proporcionaron un motor para el desarrollo político, social, cultural y tecnológico

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