48 La caída del comunismo
A finales de la década de 1980 —de forma repentina e inesperada— regímenes comunistas de línea dura en Europa oriental, que durante mucho tiempo se creyó que eran inmutables e inamovibles, cayeron como un castillo de naipes, sin apenas disparar un tiro. Incluso la Unión Soviética, la gobernante de este imperio de estados marioneta, no tuvo la capacidad o la voluntad de mantenerse como un único estado soberano, y se derrumbó en un conjunto de estados nuevos.
Esta transformación monumental se produjo por una combinación de presiones externas y de deseos internos de cambio. La invasión soviética de Afganistán en 1979 fue seguida de una intensificación de la guerra fría, en especial después de ocupar Ronald Reagan la Casa Blanca en 1981. Bajo una apariencia amigable, Reagan era un guerrero endurecido de la guerra fría, que designaba a la URSS como el «imperio del mal». Estaba decidido a presionar a los soviéticos, en especial a través de una escalada de la carrera de armamento, que sabía que EE. UU. podían ganar con su superioridad económica y tecnológica. Se desplegaron misiles de crucero en Europa occidental y se anunció un ambicioso y muy costoso sistema de defensa antimisiles con base en el espacio: la Iniciativa de Defensa Estratégica, conocido popularmente como la «Guerra de las Galaxias».
Mientras tanto, la inflexible economía soviética se estaba resquebrajando bajo la presión, incapaz de competir en términos de gastos de defensa, o en cualquier otra esfera. La gerontocracia que había mantenido a la URSS en un estado de estancamiento durante décadas se estaba muriendo, y en 1985 un hombre joven y dinámico, Mijail Gorbachov, se convirtió en secretario general del Partido Comunista Soviético. El reformista Gorbachov impuso dos políticas nuevas: glasnost («apertura»), que permitía una mayor libertad de expresión, y perestroika («reestructuración»), que implicaba un cambio radical del sistema político y económico. Se dio mayor autonomía a las fábricas y a las granjas colectivas, y se permitió cierto grado de empresa privada. Se celebraron elecciones libres multipartidistas en 1989 para un nuevo parlamento, el Congreso de los Diputados del Pueblo, y en febrero de 1990 el Partido Comunista renunció a su monopolio del poder.
«Debemos prestar atención al impulso de los tiempos. Los que se quedan atrás son castigados por la propia vid».
Mijail Gorbachov, hablando en Berlín Oriental, 8 de octubre de 1989.
Agitación en el este. En junio de 1989 Gorbachov había anunciado que la URSS no seguiría interviniendo para «defender el socialismo» en sus aliados de Europa oriental: la doctrina que se había usado para justificar las acciones militares en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968. Esto dio luz verde a los reformadores en toda Europa oriental. El mismo mes, Polonia celebró elecciones multipartidistas, y como consecuencia Solidaridad (un partido dirigido por el antiguo trabajador de los astilleros, Lech Walesa) se unió a una coalición de gobierno con los comunistas. En Hungría, los comunistas fueron completamente derrotados en unas elecciones libres y las manifestaciones masivas en Alemania Oriental provocaron un cambio en el liderazgo comunista, la abertura del muro de Berlín y un empuje irresistible por la unificación con la Alemania Occidental capitalista, lograda al año siguiente. Manifestaciones similares —la llamada «revolución de Terciopelo»— tuvieron lugar en Checoslovaquia hacia finales de año, dando lugar a la formación de una coalición de gobierno que incorporaba al antiguo líder de la disidencia, el dramaturgo Václav Havel. La única revolución violenta fue la de Rumanía, donde, después de la represión sangrienta de un levantamiento por parte de la policía secreta, el ejército tomó el poder en diciembre de 1989 y ejecutó al dictador, Nicolae Ceaucescu, y a su esposa. El cambio fue más lento en Bulgaria, pero en 1990 se celebraron por primer vez elecciones libres.
Cronología
Conflicto étnico y nacionalista
La relajación del puño de acero del gobierno comunista, que había tratado las aspiraciones nacionalistas como reaccionarias y las había aplastado, condujo a la abertura de la caja de Pandora en algunas partes del antiguo imperio soviético. Por ejemplo, en el Cáucaso, los separatistas musulmanes en Chechenia intentaron independizarse de la Federación Rusa, lo que provocó una sangrienta intervención militar, y en venganza actos de terrorismo. En la propia Europa, la ruptura del estado comunista de Yugoslavia en la década de 1990 en repúblicas de base étnica provocó una serie de guerras enconadas y brotes de «limpieza étnica», en las que se usaron tácticas brutales —incluidas grandes masacres— para limpiar de población ciertas zonas. Dichos métodos fueron desplegados por una serie de milicias nacionalistas, la más famosa la de los serbios bosnios, que en Srebrenica en 1995 mataron a sangre fría a más de 7000 hombres musulmanes, la peor de estas atrocidades en Europa desde la segunda guerra mundial.
En la Unión Soviética, las políticas de Gorbachov fracasaron en la mejora de la situación económica, y de hecho aumentó la escasez de alimentos y de bienes de consumo. Aunque era el niño mimado de Occidente, era cada vez más impopular en casa. Algunos preferían a Boris Yeltsin, el recién elegido presidente de la Federación Rusa (la parte más grande de la URSS), que pedía un ritmo de reformas más rápido. En el otro extremo del espectro se encontraban los duros del Partido Comunista, que en agosto de 1991 intentaron un golpe contra Gorbachov. Fracasó al cabo de unos días, principalmente por la oposición popular orquestada por Yeltsin. Gorbachov quedó desacreditado, al igual que la Unión Soviética. Una a una las repúblicas nacionales que la integraban declararon su independencia y el día de Navidad Gorbachov dimitió. La Unión Soviética se disolvió formalmente el 31 de diciembre de 1991.
«Los comunistas somos el último imperio».
Milovan Djilas, antiguo ayudante del líder comunista yugoslavo Josef Broz Tito, hablando en 1992.
Las consecuencias. Económicamente, los países de Europa oriental y la antigua Unión Soviética se encontraban sometidos a una transición rápida y descontrolada hacia un mercado libre capitalista sin restricciones, en el que un número pequeño y con frecuencia sin escrúpulos de emprendedores se volvieron inmensamente ricos, mientras que la mayoría estaba mucho peor que antes. Fue una experiencia traumática para muchos, acostumbrados al pleno empleo, los alquileres subvencionados y la red de seguridad del estado del bienestar socialista, al que, con el paso del tiempo, algunos empezaron a ver con añoranza, una situación que en Alemania se ha llamado Ostalgie (ost de «este» y Nostalgie de «nostalgia»).
Gradualmente, la mayoría de los países de Europa oriental han logrado suficiente equilibrio económico y democratización para ser admitidos en la Unión Europea. La Federación Rusa ha tomado un rumbo diferente: mientras adoptaba el mercado libre capitalista, ha derivado hacia un estilo de gobierno cada vez más autocrático, y también ha intentado recuperar algo del antiguo poder imperial que había ejercido durante la época del imperio zarista y de la Unión Soviética. Esto ha conducido con frecuencia a tensiones con Occidente, pero nada que se pueda comparar con lo habitual durante la guerra fría.
Para algunos en Occidente, la caída del comunismo ha sido «el fin de la historia», el triunfo final de los valores de la democracia liberal occidental. No se han dado cuenta del nacimiento de un fenómeno completamente nuevo, el terrorismo islámico global, que busca la destrucción final de Occidente.
La idea en
síntesis:
la rápida desaparición de un régimen que
había prevalecido desde 1945
Cronología