57

VALERIA conduce como una bala por la ciudad, saltándose todos los semáforos en rojo. Junto a ella, Enrico va sentado encima de Fabian; su cabeza sobresale casi totalmente por la capota abierta.

—Fabian, tú saca el pañuelo. Yo fingiré que me encuentro mal. —Enrico se tira sobre el pecho de Fabian, como desmayado.

Fabian saca un brazo fuera de la ventanilla, sacudiendo un pañuelo.

—¿Cuánto falta? —Valeria se desespera mirando el espejo retrovisor, la calle, de nuevo el espejo.

Fabian mira el reloj del salpicadero.

—¡Faltan siete minutos para las seis!

Cogen la circunvalación en plena hora punta.

—¡Vamos ya!

El coche que va delante no se mueve a la derecha.

Valeria toca ininterrumpidamente el claxon y grita a los que conducen despacio.

Enrico se recupera del coma.

—A ver, cielo mío. Antes de que nos matemos, llámale y dile al menos que te espere. Cogerá el siguiente vuelo.

Ella hurga con la mano derecha en el bolso que tiene en las piernas y coge el teléfono, pasa la agenda y encuentra: «Paolo De Martino». Un coche pita. Valeria levanta la mirada del teléfono, da un volantazo y el teléfono vuela y aterriza en la alfombrilla, debajo del asiento.

—¡Coño, he perdido el teléfono! —Valeria vuelve a entrar en la calzada y acelera—. ¡Coge el tuyo, Fabian!

Él se contorsiona tratando de pasar los brazos alrededor de Enrico, pero no logra alcanzar su bolsillo.

—¡No llego!

—Coge el mío del bolsillo del pantalón. —Enrico se pone de pie. El viento de la carretera le infla los carrillos—. ¿Lo encuentras? ¡Date prisa, que se me está estropeando el restyling y se me caen los tejidos!

Valeria adelanta a un camión que le toca el claxon.

—Espera. —Fabian rebusca en los bolsillos de Enrico.

—Si no nos matamos antes, nos van a arrestar por actos obscenos, tesoro mío. Date prisa.

—Aquí está, lo tengo. —Fabian busca rápidamente en la agenda—. ¿Cómo lo tienes guardado? No lo encuentro.

—Santo cielo, es verdad. Le llamaba siempre Danila desde la oficina.

Valeria se inclina para buscar el teléfono en la alfombrilla. El Smart da un bandazo y pasa a un centímetro del quitamiedos.

—¡Cuidado, Valeria!

Ella gira bruscamente y adelanta a otro coche, a un centímetro de su guardabarros.

—¡Aaaah! —gritan Enrico y Fabian, que se estrujan contra la puerta.

—¡Aquí está! —Valeria consigue cogerlo, repasa de nuevo la agenda y encuentra el número de Paolo. Al fin pulsa la tecla verde.

Mira la carretera y espera. Le responde la voz del operador: «El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura».

Valeria da un golpe al volante con la palma de la mano.

—Noooo, ya lo ha apagado. Claro, con lo ansioso que es, lo habrá apagado antes de subir al avión, por miedo a olvidarse luego.

El Smart Cabrio llega a toda velocidad frente a la puerta de las salidas de vuelos nacionales. Valeria echa el freno de mano y baja. Antes de cerrar la puerta, un guardia llama su atención con un silbato.

—Señorita, no puede dejar ahí el coche.

—¡Por favor! —Ella le implora con las manos en oración.

—Es una emergencia, tenga paciencia. —Enrico baja del coche.

—¡No puedo tener ninguna paciencia, señor! —El guardia se mantiene firme—. ¡Aquí no se puede dejar el coche!

—Ya aparco yo. —Fabian se pone en el asiento del conductor.

—¡Pero ¿cuántos van en ese coche!?

Valeria echa a correr hacia la entrada y choca con las puertas de cristal en plena cara. Cae hacia atrás como un palo de madera.

—¡Virgen santa! Pero, cielo, ¿cómo quieres llegar frente a ese chico, como un pequinés?

Las puertas automáticas se abren, ella se levanta y entra. Enrico la sigue.

—Perdone, ¿el vuelo para Milán? —pregunta a una azafata.

—Puerta A7, pero está a punto de salir.

Valeria sale disparada hacia la puerta.

—Perdone, la tarjeta de embarque, por favor —dice la chica que está de guardia.

—Mire, no tengo tarjeta de embarque, pero es que se trata de una emergencia.

—Lo siento, sin tarjeta de embarque no puede pasar.

—Pero le prometo que no voy a viajar. Solo tengo que ver a una persona antes de que se suba al avión.

—Lo siento, señora, no se puede entrar sin tarjeta.

—Escuche, querida, déjela entrar; es un asunto del corazón. Tiene que decir a un joven que le ama antes de que se vaya para siempre —interviene Enrico.

La azafata cambia de expresión.

—¿Y adónde va ese joven?

—A Milán, puerta A7 —dice Valeria con voz suplicante.

—¿No será un tipo alto, guapo, muy simpático y que lleva un collar de mujer?

—¡Sííí! —responde Valeria saltando como una niña.

—Entren —y se aparta—, pero como se les ocurra pasar de la puerta les hago arrestar.

Valeria y Enrico vuelan adentro.

—Para una vez que pasa uno que está bien, ya está cogido —se lamenta la chica de uniforme, que vuelve al control de pasajeros.