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PAOLO los llama a todos.

Enzo, de los barrios españoles, le hace un corte de pelo desfilado que cubre con una enorme cantidad de Super Resistent, un gel compuesto de cera, espuma y brillantina.

—Cuando te vayas a la cama, el pelo puede que te agujeree la almohada, pero desde luego no se te va a descolocar ni un milímetro.

Luego llega el turno de Gustavo, que le hace comprar un par de vaqueros rotos, una camisa de seda color antracita, tres camisetas de cuello de pico ajustadísimas y dos chaquetas de piel, una negra y una roja.

Llama a Alessandro Zirpoli, el entrenador personal, para un plan de entrenamiento a medida, y a Adele, que le somete a una serie de sesiones de bronceado.

—Marinero, qué guapo estás. ¡Pareces un tunecino!

Piensa también en llamar al urólogo, pero luego, al recordar las diapositivas del tipo sin posaderas, desiste.

Compra en una librería una serie de manuales sobre seducción, sexualidad, lectura de la mano y juegos de sociedad.

Se ve cien veces Top Gun y American Gigoló, hasta que consigue imitar perfectamente la sonrisa canalla de Tom Cruise y la fanfarronería de Richard Gere.

Da su viejo Fiat Punto Star a cambio de un casco; vende el sofá circular Cappellini a una joven pareja de recién casados y se compra una Ducati Monster Dark 600.

Hace dieta, se deja un hilo de barba y se somete a un curso particular intensivo con Valeria.

—El macho alfa camina con la espalda derecha, el pecho hacia fuera y el cuello erguido, que no se hunda en los hombros. ¡Estírate, Paolo! ¿No te das cuenta? Estás todo jorobado. —Valeria le imita—. ¡Y sonríe a todas las mujeres que veas por la calle!

—¡Es que me siento ridículo!

—Tienes que hacerlo, Paolo. Sonreír a las chicas te ayuda a superar la angustia del acercamiento.

Después de haber recibido varias miradas reprobadoras, como si fuera un pervertido, diversos tacos y el puño amenazante de un novio celoso, con la primera sonrisa que le devuelve una rubita en la sección de congelados de un supermercado, Paolo empieza a sentirse más seguro.

—Invéntate una serie de historias de acercamiento y ensáyalas frente al espejo.

—Pero ¿qué puñetas estoy haciendo? Parezco un cabaretero. —Paolo se derrumba en una silla.

—Paolo, un artista del ligue es también un cabaretero. Diviértete, tómales el pelo, provócalas. ¡Vamos, prueba otra vez!

Valeria le obliga a levantarse.

—Aprende a dirigirte a las chicas llamándolas «muñeca», «tesoro», «nena»; a decir: «Tú eres mi amiguita»; o: «Tú eres mi hermanita». ¡Contacto, Paolo; contacto! ¡Tócalas, no blando, pero tócalas! Abrázalas, juega físicamente. Siéntalas en tus piernas. Solo los desgraciados no las tocan nunca y, luego, cuando las acompañan a casa después de la primera cita, intentan besarlas. Dan pena. Tú eres la excepción. ¡Tú eres un artista del ligue!

Valeria le apremia.

En un descanso, sentados a una mesa de un bar en un centro comercial, Valeria aliña una ensalada de pollo y queso parmesano mientras él bebe un zumo de naranjas rojas.

—¿No tienes hambre? —le pregunta ella moviendo las hojas verdes.

Él niega con la cabeza y mira hacia el escaparate de una tienda de muebles de diseño.

—¿Qué miras?

—Esa tienda, Giorgia se volvía loca con ella. La mayoría de los muebles los compramos ahí.

Valeria le sonríe con ternura.

—Si siguiéramos juntos, sin duda ya habríamos venido a comprar otra pieza.

—¿Qué habríais comprado?

Paolo sigue mirando el escaparate, pensativo.

—No lo sé. Era Giorgia la que tenía gusto para esto —contesta, y toma un sorbo de zumo rojo.

—Estás aprendiendo unas técnicas con las que podrías ligarte a una cantidad indescriptible de mujeres y sigues pensando solo en ella. Mis estudiantes hacen apuestas a ver quién se lleva más a la cama.

Paolo aparta la mirada del escaparate y la mira fijamente.

—Imagínate: cuando era pequeño, mis animales preferidos eran los pingüinos; incluso tenía uno de peluche. Son cómicos, se tiran siempre al agua y son monógamos: eligen una compañera y esa es para siempre.

—Pero tú no eres un pingüino, eres un hombre macho, y los machos normalmente prefieren la novedad, el sexo con mujeres siempre nuevas y diferentes. —Valeria se ríe.

—Yo no puedo.

—Ya verás; cuando seas más dueño de las técnicas, podrás... Vaya que si podrás.

—Sin embargo, yo creo que es muy bonito encontrar a alguien que te gusta y hacer el amor siempre con esa persona. Más aún; cuanto más la conoces, más bonito es. El sexo con alguien que conoces no para de mejorar. Yo soy un pingüino. —Se balancea en la silla y pone las manos como si fueran dos aletas.

Valeria le mira a los ojos y sonríe, pero esta vez no hay ternura en su mirada.

—Vamos, pingüino, sigamos con el entrenamiento. Cuando se colocan el pelo, cuando ríen tus gracias, cuando te tocan el brazo, te están lanzando señales: son los «indicadores de interés». Quiere decir que vas bien y se sienten atraídas por ti.

Paolo se frota la cara, cansado.

—En las conversaciones no hagas preguntas, porque no es estimulante. Por ejemplo, si le preguntas: «¿A qué te dedicas?», y ella te responde: «Soy arquitecta», la conversación no fluye. Si tú le dices: «Me da la impresión de que eres profesora», ella te dirá: «¿Y por qué piensas eso?» «Bueno, porque pareces un poco sabionda...» Así la conversación prosigue. Venga, vamos a probar.

Paolo se entrena día y noche, en centros comerciales y en librerías, en discotecas y en fiestas privadas; se hace amigo de los camareros de los locales más frecuentados y se aprende los nombres de todos los gorilas de los bares musicales de Nápoles.

—Hacerte amigo suyo te da categoría social. Así resultas atractivo y sociable, y, sobre todo, no haces cola y no pagas las copas.

Suena el teléfono de Paolo, en la pantalla aparece el nombre de Giorgia. Valeria le mira seria apuntándole con el índice.

—¡No contestes!

Paolo, con desgana, vuelve a metérselo en el bolsillo.

—Cómprate un accesorio excéntrico. No sé..., unas gafas enormes, una pulsera llamativa, un anillo vistoso, lo que quieras con tal de que llame la atención.

—¿Y para qué?

—Se llama «teoría del gallo». Te hace destacar, crea tema de conversación, se lo puedes poner a ella y luego tiene que devolvértelo. Quizás al día siguiente. Es una buena excusa para volverse a ver. ¿Te acuerdas de aquel alumno que llevaba un sombrero de vaquero cuando nos vimos la primera vez? Juega, juega, juega.

—Vale, juego.

—Ah, y lo más importante: ¡no te masturbes! Te baja la carga sexual.

Paolo baja la mirada, apurado.