38

EL disc-jockey pincha música house mientras grupos de jóvenes en bañador se mueven sobre la pista de madera; Paolo se sienta en una tumbona junto a la de Giorgia y da el último sorbo a su copa.

—¿Y a mí no me has traído nada de beber? —le pregunta ella.

—Ay, lo siento, pequeña. Me he olvidado. Pero si te das prisa todavía puedes encontrar algo. —Se tumba boca arriba con las manos detrás de la cabeza.

Giorgia se incorpora sobre los codos y le mira.

A lo lejos, Ciro está encantado haciéndose poner crema en la espalda a cuatro manos por Chiara y Manù.

—Esas manitas del cuello son las de Chiara, reconozco el terciopelo de las yemas. Las de Manù son más de lija.

—Pues resulta que son las mías, tonto. —Manù se ríe.

Paolo está moviendo los pies al ritmo de la música cuando siente un golpe violento en la cara y las gafas salen volando hasta la arena. Mira a Giorgia.

—¡Oye! ¿Estás loca?

Ella sonríe y le señala un balón de voleibol que sigue rodando cerca de ellos.

—¡Pelota! —Fabian, con los abdominales esculpidos y perlados de sudor, reclama el balón.

Detrás de él, Valeria mira a Paolo, riéndose y encogiéndose de hombros.

Él se levanta de la tumbona con desgana y recupera el balón, coge impulso con el brazo y lo lanza. Fabian lo coge al vuelo.

—Saco yo —anuncia, y se pone en posición.

—Espera, si no se te va a meter en los ojos. —Valeria le alcanza y le limpia con delicadeza la arena de la cara—. Ya está, fúndelos.

Fabian le sonríe y logra una jugada formidable.

—¡Punto! Eliminados.

Valeria salta a sus brazos gritando:

—¡¡Grande!!

Paolo siente un mordisco de rabia en el estómago.

—¡Levántate, Giorgia! —le ordena.

—¿Qué? —Ella se incorpora sobresaltada—. ¿Qué pasa?

—¡Vamos a jugar, venga!

—¡¡Vamos, Paolino, que eres el mejor!! —Ciro anima a su amigo desde el lateral del campo.

—¡¡¡Uuuuhhh!!! —Chiara y Manú gritan exaltadas, levantando los brazos al aire.

Paolo lanza el balón. Valeria se tira a la arena y, con un toque de antebrazos, pasa la pelota a Fabian, que la lanza al otro lado de la red. Giorgia se la pasa a Paolo con las dos manos, él la levanta, ella tira, pero Valeria la bloquea y marca.

—¡Ja, ja, ja!

Paolo mira a Giorgia.

—Pon un poquito de energía, ¡¿vale?!

Valeria toma impulso y lanza.

—¡Déjala! —Paolo aparta a Giorgia con las manos y devuelve la pelota con un golpe de antebrazos.

—¡Mía! —Valeria se lanza sobre el balón y lo tira con fuerza contra Paolo, que lo coge al vuelo y lo manda de nuevo a la otra mitad del campo.

Valeria vuelve a tirar, Paolo para y la devuelve. Fabian y Giorgia se quedan mirando.

—¡Eeeeh! ¿Quieres pasarla?

Valeria lanza la pelota hacia arriba. Fabian se arquea mandando un tiro violentísimo: Giorgia, asustada, se aparta y el balón golpea con fuerza en la nariz de Paolo, que cae al suelo.

—¡Punto! ¡Ja, ja, ja! —Valeria grita alegre y va a abrazar a Fabian.

Paolo se levanta con la nariz goteando sangre.

—¡Ay, Dios! Paolo, ¿te has hecho daño? —Giorgia le socorre, preocupada.

—Estoy bien, estoy bien —responde, y se pone una mano en la nariz mientras abandona el campo.

En los vestuarios, Paolo se anuda la toalla a la cintura y sale de la ducha. Se mira la nariz en el espejo y con una mueca de dolor se levanta la punta para mirar dentro, luego se palpa el tabique.

—Ah, aah... —Se oyen unos gemidos desde el vestuario de al lado—. Empuja más...

Paolo reconoce la voz de Valeria y, alucinado, se acerca a la pared para pegar el oído.

—Ay, sí, eso es, así... —Se sube en un banco e intenta asomarse, pero la apertura está demasiado alta.

—Date la vuelta..., así, quédate así... —dice una voz masculina.

Paolo abre los ojos de par en par: es la voz de Fabian.

—¡Dios, sí! —Valeria sigue gimiendo de placer.

Paolo encaja, niega con la cabeza y con una sonrisa amarga baja del banco y deja los vestuarios.

—¿Te gusta? —Fabian presiona con fuerza los nervios de los hombros de Valeria.

—Dios, sí..., así. —Valeria, sentada en el banco, con una toalla que le tapa el pecho, se deja masajear la espalda.

—Puede que ahora te haga un poco de daño. Aquí están totalmente montados. —Presiona con vigor.

—¡Ay! —Valeria siente como una sacudida.

Fabian la deja.

—Ya está.

—¡Ay, Dios! —Ella permanece inmóvil, luego se acaricia el cuello y empieza a rotar lentamente la cabeza—. Ah..., gracias, ya me siento mucho mejor.

—Por favor, Valeria. Gracias a ti. Con los consejos que me has dado, Enrico vuelve a estar mucho más cariñoso.

—Te lo dije, te quiere, se ve. Es solo que tiene mucha presión por la revista. Es un momento especialmente comprometido para él.

—Te espero fuera. —Fabian deja el vestuario y sale a la playa seguido de cerca por la mirada de Paolo.