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CUANDO el transbordador atraca en el muelle y larga ruidosamente las amarras, ya ha anochecido. El chófer de un pequeño autobús privado, después de haber cargado todas las maletas y las dos sillas de ruedas plegadas en el maletero, arranca hacia el hotel Negombo: una estructura maravillosa rodeada de jardines y piscinas termales en la encantadora bahía de San Montano.

Se están entregando las llaves en la recepción.

—¿Señores De Martino?

—Bueno, en realidad yo estoy sol...

Valeria le da un codazo en el costado, Paolo tose.

—¡Aquí estamos! —dice ella.

—Es la 145. Primer piso. ¿Me permiten un documento, por favor?

—Claro. —Valeria coge la pesada llave y deja en el mostrador su carné de identidad—. Entonces, papá, nos vemos mañana para ir a las termas. Buenas noches a todos. —Se despide con una amplia sonrisa.

Paolo deja también su carné y la sigue.

En la oscuridad, Paolo y Valeria comparten la cama. Cada uno rigurosamente en su lado: Paolo, a la derecha; Valeria, a la izquierda.

La habitación, iluminada solo por la luz de la luna, es pequeña y espartana. Una cómoda con un viejo televisor de catorce pulgadas, un armario estrecho con unas cuantas perchas, un escritorio y una silla. El pequeño balcón da a la encantadora bahía.

Rígida, Valeria da vueltas en la cama. Paolo se da cuenta de que aún está despierta.

—¿Y por qué no le has pedido a Fabian que te hiciera de novio?

Valeria se echa a reír.

—¡Ja, ja, ja! ¡Fabian! —No puede parar de reírse.

—¿Qué es tan divertido?

—¡Se habría muerto! Fabian en la cama conmigo...

—No me parece que le des precisamente asco. Os oí el otro día en los vestuarios de la playa.

—¿Ah, sí? ¿Y qué fue lo que oíste?

—Oí que te gustó —le dice punzante.

—Claro que me gustó, me dio un masaje estupendo en la espalda. Tenía todos los nervios agarrotados.

Paolo la mira.

—¡Fabian es homosexual! —dice, divertida—. ¡Está con Enrico desde hace cinco años!

Él se queda callado.

—Perdona, pensaba que...

—Pensabas mal.

—Entonces, ¿por qué está tan antipático conmigo?

—Porque está celoso.

—¿De mí?

—Sí, te teme. Piensa que puedes gustarle a Enrico.

Paolo se da la vuelta y se queda boca arriba, mirando al techo.

—Y tú... ¿cuánto tiempo hace que no estás con un hombre?

—¿En qué sentido? ¿Que no tengo una relación o que no me voy a la cama con alguien?

—Que no tienes una relación.

—No te lo digo.

—Vale, pues ¿cuánto hace que no te vas a la cama con alguien?

Valeria lo piensa un poco.

—No te lo digo. —Alarga la mano, abre una cajita, coge la férula de descarga y se la pone en los dientes.

—Buena nose.

Paolo abre el cajón de la mesita de noche, coge la tirita para no roncar y se la pone en la nariz.

—Buedad doches.