48
PAOLO y Valeria pasean por la arena húmeda a la orilla del mar. La luna está llena y muy próxima. El agua de plata recuerda al papel de regalo de Navidad.
—Tu padre me ha preguntado por lo nuestro.
—¿Y tú qué le has dicho?
—Nada, he seguido el juego.
—Has hecho bien. Espero que no sea un problema para ti.
A lo lejos, Peppino di Capri se prepara para el gran final con Champagne.
—¡Desde luego Peppino quiere matar a estos viejos a golpe de nostalgia! —Paolo se detiene—. ¿Nos damos un toque de vida y nos concedemos esta lenta?
Valeria se ríe y le echa los brazos al cuello. Paolo la abraza por la cintura y empiezan a bailar despacio cerca de la orilla. «Champagne para brindar por un encuentro...»
—Oye, ¿y cuánto tiempo quieres seguir con esa mentira?
—Mi padre ahora es feliz así. Cree que tengo novio y yo se lo dejo creer.
—Pero ¿y un novio auténtico?
—Por ahora no hay ninguno.
Paolo y Valeria se mueven lentamente entre las finas siluetas de las sombrillas cerradas.
—¿Y... desde cuándo? —sonríe él.
—No lo intentes. Ya te lo dije, no te lo voy a decir.
—¿Fue él el que te hizo daño?
—¿Quién?
—El último que tuviste, ese del que no quieres hablar. Valeria echa la cabeza hacia atrás riendo.
—¡No, pobrecito! ¡Éramos pequeños!
—Me quieres decir que hace tantos años que... Valeria se aparta con los ojos desorbitados.
—¡No! ¡Me lo has hecho decir! —Ríe y le da un puñetazo cariñoso en la barriga.
—Al final, no es tan difícil pillarte.
—No es verdad, te he mentido.
Paolo también se ríe.
—¡No! Me has dicho la verdad. No has tenido ninguna historia desde que eras pequeña.
Valeria le responde con una mueca de burla, él le estrecha de nuevo la cintura y se ponen a bailar otra vez.
—Pero ¿cómo es posible?
—Bueno, somos solo animales programados para responder a determinados estímulos. Basta conocer los trucos y no caes en la trampa.
—No creo que lo pienses en serio..., nena.
—No me llames «nena».
—Me lo has enseñado tú.
—Pues por eso precisamente.
Paolo la mira a los ojos, y en ellos ve caer un velo de dolor.
Se paran y él acerca la cara a su melena, inspira su olor. Permanecen así, inmóviles.
—Bueno. —Valeria da un paso atrás—. ¿Volvemos con los demás?
—Espera... —Paolo la retiene. Inspira y, en ese momento, suena el teléfono. En la pantalla aparece «Giorgia» intermitentemente. Busca la mirada de Valeria, que se aparta. Pulsa la tecla verde—. ¿Giorgia?
—Hola, Paolo. ¿Dónde estás? —pregunta ella al otro lado, con voz frágil.
—Estoy en Ischia..., por trabajo.
—La otra noche me marché así...
—Sí...
—Creo que tienes razón, Paolo. Podemos volverlo a intentar.
—Ah... ¿Y Alfonso?
—He cortado con Alfonso. He descubierto que estaba también con otras. ¿Cuándo vuelves?
—Mañana por la mañana.
—Iré a buscarte al puerto, tengo ganas de verte.
—De acuerdo.
—¿Paolo?
—Sí.
—Te echo de menos.
Paolo duda.
—Yo a ti también.
Cuando cuelga, Valeria es solo una sombra lejana. Paolo se deja caer en la arena mojada y Peppino di Capri empieza a cantar Incredible voglia di te, increíbles ganas de ti.
—Joder, Peppino, ¡parece que lo haces a propósito!