26
—¡ADIÓS, chicos! ¡Nos vemos mañana! —Valeria se despide de sus alumnos, que abandonan el aula.
—¡Adiós, Valeria! ¡Eres un ángel, nuestro ángel! —grita uno desde el fondo.
—Tú también eres el mío —responde ella entre risas.
Paolo sigue sentado, apoyado en el estrado. Cansada, Valeria se sienta a su lado.
—Bueno, somos un buen equipo, ¿eh?
Paolo no da especiales muestras de alegría.
—¿No te habrás enfadado, no? Los chicos han apreciado que te hayas prestado al juego.
—Mira, a mí no me gusta que me metas en medio; yo me ocupo de otras cosas. Antes me dedicaba a la economía, a las bolsas y ahora, sin embargo, ¿tengo que ir tras los bolsitos de inútiles chicas de bar?
Valeria le mira de arriba abajo; luego se levanta, molesta.
—Claro, tú eres un periodista serio. Escribes sobre finanzas, mejor dicho, escribías. —Le da la espalda y se va.
Paolo siente que la sangre le hierve en las sienes, de un salto la alcanza y la agarra de un brazo, obligándola a volverse.
—Mira, yo no estoy jugando; no puedes ponerme en ridículo así, delante de todos.
—Entonces no lo hagas tú tampoco.
Paolo le suelta el brazo.
—¿Qué quieres decir?
—Digo que eres tú el que me mira como si fuera una idiota, como si solo dijera tonterías. Yo les he cambiado la vida a muchas personas, que me lo agradecen; sin embargo, tú me miras por encima del hombro. ¿Eres un periodista? Perfecto. Entonces, haz bien tu trabajo, tómate esto en serio... Para mí es algo serio. Y, si no, lo dejamos.
Paolo no sabe qué replicar, Valeria se da la vuelta de nuevo y se dirige a la puerta.
—¿Todo bien, tesoro? —La asistente se asoma a la sala.
—Sí, Angelica. Está todo bien, ¿cierras tú aquí, por favor?
—Claro, guapa.
Valeria sale del aula sin detenerse. Paolo se pone la bolsa en bandolera y la sigue, ante la mirada torva de Angelica.
—Ándate con ojo, que te vigilo —le dice ella señalándole.
Paolo asiente y corre detrás de Valeria.
—Demonios, y te llamas Angelica —dice murmurando—. ¡Espera! —exclama al salir por la puerta.
—Es tarde, tengo que ir a hacerme las fotos para la portada. —Valeria pulsa el botón de llamada del ascensor.
Paolo la alcanza en el descansillo. Entonces ella se dirige a la escalera y empieza a bajar con paso decidido.
—Me lo ha dicho Enrico —dice él siguiéndola—. Te van a dar la portada del número del aniversario de la revista, ¿no?
—Exacto, es dentro de un mes.
—Organizarán un acto para celebrarlo.
Valeria abre el portal y camina bordeando los parterres y las palmeras de la plaza de San Luigi. Paolo la sigue.
—¿Adónde vas?
—A Licola, cojo un taxi.
—Te llevo yo.
Valeria se detiene, Paolo saca las llaves del bolsillo.
—Así pues, seguimos escribiendo el artículo. —Pulsa el mando a distancia; los faros se iluminan y se levantan los seguros del Punto Star que está aparcado cerca.
Valeria se queda parada con los brazos cruzados, no se decide. El cielo se nubla con rapidez y empiezan a caer gruesas gotas. El aire se impregna inmediatamente de olor a hierba mojada.
—Tengo un chubasquero en la bolsa. ¿Lo quieres? —Paolo saca de la bolsa un impermeable hecho una pelota.
—¿Por qué llevas un impermeable en la bolsa? Hasta hace un minuto hacía sol.
—¡Lo llevo siempre, hay que ser previsor!
Valeria niega con la cabeza y se acerca al coche, abre la puerta y sube. Paolo hace lo mismo, mete la llave, acciona el limpiaparabrisas, mete la marcha atrás y arranca.
—Dele, jefe; dele. —El tipo del aparcamiento le ayuda con la maniobra—. Gire. Gire. Enderece. Enderece. Gire. Ya está. Ya sale.
Paolo mete entonces la primera. «Toc, toc.» El «aparcacoches» le da unos golpecitos en la ventanilla, que está llena de gotas.
—Jefe... —Le extiende la palma de la mano mojada.
Paolo baja el cristal.
—Pero ya le pagué antes. Pagué por el aparcamiento y a usted por la vigilancia.
—¿Y no me va a dar nada por la maniobra?
Paolo, resignado, se mete la mano en el bolsillo y busca unas monedas.
—Hola, Gennaro. Toma. —Valeria se anticipa y le pasa una moneda.
—¡Eh, Valeria! No te había visto —dice el hombre, inclinándose para mirar dentro del habitáculo—. Haberlo dicho antes. Nada, nada, está bien así; no os preocupéis. De ti no lo puedo coger. ¡Cuando recojas el coche ya sabes que tu sitio sigue aquí, Valè! Para ti es gratis, ya lo sabes. ¡Gracias a ti me casé!
—¡Uy!, aún falta para que me den el coche. Me lo destrozaron —responde ella riendo—. Adiós, Gennà.
Paolo mira de reojo al tipo y arranca.