35

—EL doctor ha dicho que ha sido un problema respiratorio —se apresura a explicar Luisa, la enfermera—. Ha tenido un ataque fuerte justo después de la cena, hacia las ocho. Te he llamado enseguida.

Valeria mira a su padre desde el umbral. Paolo está junto a ella.

Gaetano está en su cama, tiene un tubo de oxígeno en la nariz y reposa.

—¿Ha perdido el conocimiento?

—No, pero el doctor le ha puesto una inyección y ahora está un poco aturdido. Por el momento debe estar en observación. Si empeora, tendremos que trasladarle al hospital.

Desde el pasillo se asoma Gigi, el amigo de Gaetano.

—Luigi, no puede estar aquí. Gaetano tiene que descansar —le reprende la enfermera.

—Valè, estaba conmigo cuando ha ocurrido. Estábamos jugando a la escoba y, de repente, se ha puesto todo rojo. Yo pensaba que se estaba enfadando porque era la tercera mano que perdía. Y le he dicho: «Gaetà, no te sulfures, que es peor. Cuanto más te enfades, menos te entran las cartas». Luego ha empezado a hacer ruidos raros y he visto que no conseguía respirar, así que he llamado a Luisa de inmediato.

—Sí, está bien, Luigi, pero ahora tiene que ir a ver la televisión, por favor. —Luisa le coge de un brazo.

—¿Me puedo despedir? —pregunta Valeria.

—Claro, entra. Le gustará, sin duda.

Valeria entra despacio.

—¿Papá? —susurra, y se sienta junto al padre.

Gaetano abre lentamente los ojos. Reconoce a su hija y esboza una sonrisa desdentada.

—Hola, cariño —dice con un hilo de voz.

A Valeria se le saltan las lágrimas, pero se arma de valor y las contiene. Le coge una mano.

—Me has dado un buen susto.

—¿Qué vamos a hacer? Me he hecho viejo.

Valeria cede y llora. Le besa la mano.

Luisa irrumpe en la habitación.

—Gaetano, ¿se ha despertado? Está aquí Luigi, que no se quiere ir a su habitación hasta que no le diga una cosa.

Luigi se asoma a la puerta con cara triste.

—Gaetà, tengo que confesarte algo; si no, no estoy tranquilo. —Saca del bolsillo del pijama una baraja de cartas y la pone en la mesita de noche—. He hecho trampas. Están marcadas.

Gaetano le mira, luego vuelve la cabeza hacia el otro lado y cierra los ojos.

—Gaetà, por favor, dime algo. Dime que doy asco, escúpeme en la cara.

Gaetano no responde.

—Está bien, Luigi. Ya se lo ha dicho, ahora déjele descansar. —Luisa le coge de nuevo por el brazo.

—No podía quedarme con ese peso en la conciencia. Gaetà, de verdad, escúpeme en la cara.

—Luigi, ¿quiere hacer el favor de marcharse? —La enfermera pierde la paciencia y le saca a la fuerza de la habitación.

—Escúpame entonces usted, Luisa.

—Pero ¿qué dice? Venga, vamos.

—Joven —se dirige a Paolo—, hágame un favor, ¿querría escupirme usted un poco en la cara?

Antes de que Paolo pueda responderle, Luisa se lo lleva por el pasillo a la fuerza.

—¡Vamos!

—Pues me escupo en la cara yo solo. —Mientras se aleja escupe al aire—. ¡Puah!

Gaetano sigue inmóvil.

—¿Estás bien, papá? —Valeria le acaricia la cara.

Él vuelve a abrir los ojos y sonríe.

—Quería que se sintiera un poco culpable. Desde siempre he sabido que hacía trampas... —dice—. Me alegro de que no estés sola. No me iría tranquilo, lo sabes —le susurra mirando a Paolo, que está fuera, apoyado en la pared del pasillo.

—Papá, tú no te estás yendo.

—¿En qué trabaja?

—Escribe sobre economía.

—Tiene un rostro atractivo, se ve que es un buen chico. ¿Cómo se llama?

—Paolo.