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DESPUÉS de una cena ligera y con poca sal, un grupo compuesto por tres personas sube al escenario: guitarra, bajo y batería acompañan al piano al gran Peppino di Capri.
A pesar de la osteoporosis, los ancianos se vuelven locos con las notas de Let’s Twist Again, Speedy Gonzales y St. Tropez Twist.
Peppino no ha perdido su agilidad y pulsa con fuerza las teclas blancas y negras.
Vincenzo hace piruetas con la silla dando vueltas alrededor de Carmela cuando el pastillero la avisa de que ha llegado el momento de tomar otra pastilla. Pasquale, cerca de ellos, ayudándose con el bastón, mueve las caderas a todo meter para llamar la atención.
Paolo está sentado a una mesa mirando a Valeria: la sencillez con la que se divierte bailando le encanta.
—¿Es una niña especial, verdad? —Gaetano, sentado junto a él, le apoya una mano en el brazo.
Él se sobresalta, luego sonríe asintiendo y da un sorbo a su copa. Un vino blanco ya caliente se desliza por su garganta. Gaetano vuelve a mirar a la hija.
—¿Sabes cuándo se sabe que una mujer es la mujer de tu vida? Cuando sientes que sin ella estarías muerto.
Paolo le mira.
—Yo dejé de vivir hace diecinueve años. Pero no consigo sentirme culpable. Era la mujer de mi vida. Aunque afortunadamente he tenido dos mujeres de mi vida. —Sonríe indicándole a Valeria, luego se pone serio—. Paolo, me gustaría llegar a presenciar vuestra boda.
Él titubea y luego abre la boca con dificultad.
—Estoy seguro de que lo conseguirás, Gaetano.
—Lo tomo como una promesa. —Le estrecha la mano en torno al brazo.
Paolo asiente, luego desvía la mirada.
Peppino se lanza con una canción del 58 llena de ritmo: Teach You to Rock.
Valeria va a cogerle por un brazo y se lo lleva hasta la pista.
—Valeria, yo no...
—¡Vamos, Paolo, déjate llevar! —Le coge de las manos mientras lanza las piernas a derecha e izquierda.
Paolo la sigue, primero rígido y, luego, poco a poco, cada vez más suelto. Piruetas, vueltas, impulsos, acercamientos. Le coge el gusto y se deja transportar por la música; cuando la pieza llega a su culmen en una rápida sucesión de notas de piano, guitarra y batería, la empuja lejos para luego atraerla de nuevo con fuerza hacia sí en una vuelta.
—¡¡Uuuuh!!
Valeria se le para a un centímetro de la nariz. Se quedan mirándose un instante, luego ella se aparta.
—¡Qué calor! Voy a beber.
Pasquale, en el centro de la pista, quiere también atreverse. Haciendo palanca con el bastón, coge la mano de Carmela y le hace hacer una lenta pirueta, pero tan lenta que, cuando Peppino di Capri se detiene para dar un sorbo al vaso antes de empezar con la pieza siguiente, ella todavía está completando el giro.
—¡Ayúdame, Valeria! —Vincenzo pide socorro.
—Y ahora una canción con la que, modestia aparte, destrocé a Little Tony en el Cantagiro del 63. —Peppino empieza Non ti credo.
En la pista estalla una ovación. Paolo vuelve a sentarse.
Valeria coge a Vincenzo de la mano, le hace girar en la silla de ruedas y, luego, se le sienta encima. Él hace palanca sobre las ruedas de goma, a derecha e izquierda. Carmela observa la escena y se aparta, irritada, del abrazo de Pasquale.
—Vamos muy bien, Valè.
Peppino di Capri se da una tregua y empieza a cantar Roberta, su lenta histórica, y entre los aplausos alguien se conmueve.
—¡Papá, baila conmigo! —Valeria ha vuelto a la mesa.
—Vamos a divertirnos, niña mía. —Gaetano se levanta de la silla de ruedas y estrecha a su hija por la cintura—. Te la devuelvo enseguida —dice a Paolo, que sonríe.
—¡Rápido, Paolo! ¡Ayúdame, dame un consejo!
—¿Qué ha pasado, Vincè?
—¡Carmela me está esperando! Le he dicho que le iba a leer la mano para crear un poco de contacto. ¿Ya sabes de lo que hablo, no?
—¿Y bien?
—Recuérdame cuál es la línea de la vida.
—Vincè, creo que es mejor que te olvides de la línea de la vida; vete directamente a la del amor.