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A LA salida de los Baños Elena, Valeria espera sentada en la Monster Dark 600 de Paolo, con los tacones apoyados en los pedales y el vestido que se le sube mostrando los muslos bronceados.
Alfonso, Davide Russo, Giorgia y el resto del grupo no pueden evitar mirarla.
Al salir, Paolo le da una palmada al gorila de la puerta.
—Vincè, gracias por echar un ojo a la moto.
—Qué cosas dices Paolo, ha sido un placer, ¡así le he echado también un ojo a la niña!
Paolo se monta en la moto.
—Has hecho bien, Vincè. Esta es una traviesa —responde, y le acaricia una pierna sin malicia.
Luego coge el casco integral apoyado en el manillar y se lo pone. Valeria hace lo mismo.
Alfonso aprieta el paso subiendo por la calle Posillipo; detrás de él va el resto del grupo, entre los cuales está Elena Di Vaio, del brazo de su marido, Davide Russo. Giorgia camina mirando a Paolo, embobada, por lo que no ve un agujero entre los adoquines de la acera. Uno de sus tacones se engancha a él, tropieza y, para no caerse, se agarra al espejo retrovisor de un coche.
—Pero ¿dónde has aparcado mi coche, Alfonso? —pregunta enfadada.
—Más arriba, aquí no había sitio. —Él sigue andando.
—Llevo tacones —dice resoplando.
Paolo pulsa el botón rojo de encendido y la música de los ochenta caballos al arrancar llena el aire. Presiona el pedal del cambio, mete la marcha y, al pasar junto al grupo, reduce.
—Alfò, hazme caso; cómprate una moto, te iría bien. —Mete segunda—. Adiós, Davide. —Le saluda con un gesto de cuernos—. ¡Vamos, nena! —Da gas y sale como una flecha.
Paolo va a toda velocidad por la calle Posillipo; Valeria, detrás, pegada a él.
—¡Has estado magnífica! —Paolo grita por encima del viento y la visera del casco—. ¡La preselección funciona de verdad! ¿Has visto cómo se ha puesto Giorgia cuando me has dado el beso? ¡Estaba muerta de celos! ¡También ella me ha dado un beso!
Valeria se suelta un poco de la cintura de Paolo.
—La regla del gallo ha funcionado también. ¡Ha cogido el collar! —Paolo sigue acelerando—. ¿Ahora qué crees que debo hacer? ¿La invito a cenar? ¿A un sitio romántico? ¿Qué te parece?
—Déjame bajar. —Valeria le da unos golpecitos en los hombros para que se gire—. ¡Déjame bajar!
Paolo reduce la velocidad y se gira.
Ella se levanta la visera.
—No me gusta.
Paolo se aproxima a la acera.
—Corres demasiado, déjame bajar.
—Oye, si quieres voy más despacio.
Valeria baja de la moto y se quita el casco.
—Voy andando, casi he llegado. Lo prefiero. —Le pasa el casco y Paolo se lo pone en el brazo.
—¿Pasa algo, Valeria? —le pregunta con suavidad mirándola a los ojos.
Valeria salta.
—¡Sí, claro, invítala a un sitio romántico! ¡Quizás a un bonito restaurante en la playa, a la luz de las velas!
Paolo niega con la cabeza y no entiende.
—Pero ¿qué he dicho, Valeria?
Ella echa a andar. Paolo la sigue, apoyando un pie en el suelo para no perder el equilibrio.
—Valeria, ¿qué pasa?
La chica se detiene y se da la vuelta con ímpetu.
—¡¡Pasa que escribes los artículos, pero no entiendes una mierda!! —exclama, y sigue andando.
—¡Está bien, entonces dime tú! —Paolo continua siguiéndola, desconcertado—. Valeria, párate un momento.
Valeria reduce el paso, respira hondo y se detiene.
—¿Ella es lo que quieres, no? —le pregunta con tono profesional.
Paolo la mira dubitativo.
—No olvides que ha preferido irse con otro, así es que no hagas lo que hubieras hecho antes. Ella quiere al nuevo Paolo. Invítala a salir, pero sorpréndela, rompe los esquemas.
Paolo asiente con la cabeza.
Valeria le toca un brazo.
—Lo has hecho muy bien esta noche. —Sonríe—. Has estado genial.
Valeria comienza a andar de nuevo.
En ese momento, el teléfono de Valeria suena en su bolso. Ella lo coge y mira el número. Su cara refleja preocupación y responde de inmediato.
—¿Qué ocurre? —Escucha—. Voy enseguida —dice, y cuelga con cara tensa.