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VALERIA está en el aula impartiendo una lección a un grupo de estudiantes; su actitud es especialmente provocativa, casi agresiva.
—Bien, ¿habéis elegido vuestro objetivo? ¿Queréis una mujer? ¿Queréis a «esa» mujer? Entonces, para que sea verdaderamente vuestra, os la tenéis que llevar a la cama. Pero para que esto suceda, antes es necesario que ocurra el «conocimiento» —dice, y escribe la palabra con mayúsculas en la pizarra.
—Qué raro —interviene Paolo desde el fondo—. Pensaba que eran suficientes unos músculos.
La clase se gira para mirarle.
—Sin duda pueden ayudar a atraer, pero no es eso lo que hará que una mujer se vaya a la cama con vosotros —dice Valeria desde el estrado.
—¿Y qué es entonces? ¿Saber jugar al voleibol?
—Puede ayudar, pero no creo; además, el voleibol puede ser un deporte peligroso y se corre el riesgo de que te den un pelotazo en la cara.
Paolo encaja el golpe.
Los estudiantes se miran perplejos entre sí.
—En la fase del «conocimiento» una mujer tiene que conoceros y creer que sois el hombre especial que quiere tener a su lado el resto de su vida.
—¿Aunque solo sea para un polvo? —pregunta un estudiante de la primera fila.
La clase se ríe.
—Aunque solo sea para un polvo. ¡Aunque solo sea por un capricho! Ella está programada para tener sexo para reproducirse; así pues, nosotros debemos estimularla desde ese punto de vista.
—Vaya, o sea, que incluso solo para un polvo, ¿tenemos que decirle que nos queremos casar con ella y tener hijos? —sigue diciendo el mismo estudiante llevándose las manos a la cabeza.
—¡¡¡Piiiii!!! ¡Error! ¿De verdad nos consideras tan estúpidas? Si hablaras ya de boda al cabo de unas cuantas citas, sería evidente que nos quieres tomar el pelo y nosotras levantaríamos nuestras defensas. A una mujer hay que estimularla desde un punto de vista emocional y no racional.
—¿Qué tenemos que hacer, entonces? —El estudiante se frota la frente.
—Construíos una vida interesante. Y si no la tenéis, ¡inventadla!
—¿Y cómo?
—Por ejemplo, ¡con una rutina fotográfica! —De nuevo coge el rotulador y escribe en la pizarra—. Coged vuestra cámara digital y enseñadle lo guapos que estabais mientras subíais una pared haciendo escalada libre o mientras dominabais las olas en una tabla de surf. Contadle que os habéis interesado por otras religiones mostrándole las fotos de ese templo de Bangkok y dejadle ver lo mucho que os divertisteis con vuestros amigos en Irlanda.
—¿¡Y cómo voy a enseñárselo, si ni siquiera tengo la foto de clase del colegio!?
—¿Y quién ha dicho que estas cosas las tenéis que haber hecho de verdad? ¡Usad Photoshop, simplemente!
—O sea, ¿que nos estás diciendo que mintamos? —interviene Paolo de nuevo desde el fondo.
—¿Acaso hasta ahora no has mentido? Si prefieres contarle lo insatisfecho que estás siempre, hazlo. Dile que tu trabajo te asquea y déjale ver lo enfadado que estás por cómo se ha comportado. ¿Estás dispuesto a mostrarte tal y como eres realmente?
Paolo no responde, luego su teléfono vibra. Es un mensaje de Giorgia: «Todavía no te he devuelto tu collar. ¿Nos vemos para cenar?»