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EN el aula, Valeria está tumbada en una cama de matrimonio boca abajo, apoyada sobre las caderas, con los tobillos cruzados en el aire tras la espalda.
—Si habéis seguido todas las reglas, si habéis creado «atracción» y habéis jugado bien en la fase de conocimiento, entonces ¡ha llegado el momento del sexo!
Se oyen aplausos y silbidos de aprobación.
—Recordad que antes del sexo habéis tenido que crear un buen contacto. Tocaos. Cread juegos, haceos masajes, lo que queráis, pero no lleguéis al sexo sin haber creado un buen contacto antes. Esto hará bajar notablemente sus defensas.
Soy un chino capuchino mandarín, rin, rin.
He llegado de la era del Japón, pon, pon.
Mi coleta es de tamaño natural, ral, ral.
Y con ella me divierto sin cesar, sar, sar.
Al pasar por un cafetín, tin, tin.
Una china me tiró del coletín, tin, tin.
Oye, china, que no quiero discutir, tir, tir.
Soy un chino capuchino mandarín, rin, rin.
Paolo y Giorgia sentados en el sofá del salón juegan a darse palmas cada vez con más fuerza y más velocidad: primero derecha con derecha, luego izquierda con izquierda, después las dos a la vez, y de nuevo desde el principio. Giorgia se está divirtiendo muchísimo; Paolo, algo menos. Por fin ella se cansa.
—¡Ja, ja, ja! ¡Qué recuerdos, Paolo!
—Es verdad. Hacía siglos que no jugaba. —Se pasa una mano por la frente para secarse el sudor.
Toman un poco más de vino.
—¿Qué estás leyendo? —pregunta ella al ver todos esos libros tirados por el suelo.
—Poesía.
—Ah, ¿y este de qué es? —Coge el libro de los masajes y lo hojea.
—Un libro sobre técnicas de masajes orientales realmente fabulosas.
—¿Los sabes hacer?
—Claro. Date la vuelta —dice él seguro.
—Pues...
—Oye, que es solo un masajito a una amiguita, nada más.
Giorgia le da la espalda. Paolo le baja las hombreras del vestido y empieza a tocarle dulcemente la base del cuello.
—Mmm. —Giorgia empieza a relajarse.
—Estás muy tensa, nena. ¿Qué te pasa?
—Mmm, no lo sé...
—¿Estás estresada?
—Sí..., mmm, un poco, mmm.
—Pon las dos piernas en el sofá, quita ese cojín. —Giorgia levanta el cojín y ve el tanga negro—. Parece que otra amiguita tuya se ha olvidado esto. —Se lo pasa sujeto con dos dedos.
—Deja eso. —Paolo sigue masajeándola—. No es de una amiguita.
—¿Ah, no? ¿Y de quién es entonces?
—De una amiga un poco especial.
—Ah, ¿hay también amigas especiales?
—Pues sí.
—¿Y a ellas también les haces masajes?
—No, los masajes son solo para las amiguitas y ya está. Relájate, estás muy tensa.