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EL siguiente lunes por la tarde, en la zona azul de la plaza San Luigi, Paolo encuentra un hueco entre un Opel Corsa y un viejo Skoda. Tiene la ventanilla abierta y el olor salobre que viene del mar se mezcla con el de la hierba de los parterres. Mete la marcha atrás, apoya el brazo en el asiento del pasajero y, tras alguna maniobra, consigue aparcar su Fiat Punto Star. Apaga el motor y con la mano busca la manecilla de la puerta, la abre, apoya el pie izquierdo en el asfalto y, justo cuando está a punto de hacer fuerza sobre la pierna para levantarse, todo a su alrededor empieza a dar vueltas y pierde el equilibrio. Le sudan las sienes y se le acelera el corazón por un fuerte vértigo. Se abandona en el respaldo, respira profundamente para calmarse y, al levantar la mirada, se queda petrificado. Solo en ese momento se da cuenta de que se encuentra frente a la gran pared de toba por la que se tiró pocos meses antes. Recorre con la mirada el largo vuelo desde la barandilla del Miranapoli hasta el punto preciso donde habría podido despedazarse: el asfalto bajo su zapato. Traga. A estas horas podría no existir. Un estremecimiento recorre su cuerpo y, para sentirse todavía vivo, mueve los dedos de las manos. Baja del coche haciendo un esfuerzo, va al parquímetro de al lado y busca unas monedas en el bolsillo del pantalón. Dos euros serán suficientes, piensa. Los mete en la ranura y pulsa la tecla verde. Deja el ticket en el salpicadero y cierra la puerta del coche.
—¡Eh! ¡Jefe! ¡Por favor! —Un tipo alto y delgado se le acerca.
Paolo le mira sin entender.
—¡Por favor! —le dice de nuevo.
—¿Qué pasa? —pregunta Paolo.
—Por el coche.
—Ya he pagado.
—Pero, perdone, ¿a quién le ha pagado?
Paolo le indica el ticket en el salpicadero.
—Y qué tiene eso que ver. Eso es del Ayuntamiento, es otra cosa.
—Ah, entonces, ¿tengo que pagar dos veces?
—No, no es dos veces. Usted ahora ha pagado solo el suelo, no la vigilancia del coche. Así no está usted custodiado. Si luego pasa algo, yo no quiero saber nada —dice, y levanta las manos.
Paolo comprende y, resignado, se mete la mano en el bolsillo y saca otros dos euros.
—Gracias, jefe —responde el tipo, que se va corriendo para cobrarle a un Toyota Yaris que acaba de aparcar.
Paolo llega frente al portal verde de un edificio señorial estilo liberty, saca una tarjeta del bolsillo de la chaqueta y comprueba el número. «Once», dice para sí. Luego lee también el nombre de la empresa a la que tiene que llamar: Pick Up Artist. Busca rápidamente entre todos los nombres del telefonillo y lo encuentra.
Pulsa y espera unos segundos.
—¿Diga? —responde una voz que Paolo no consigue definir si pertenece a un hombre o a una mujer.
—De Martino —dice él tímidamente.
El tipo o la tipa, al otro lado, se toma unos instantes.
—Sube. Es el último. —Un ruido abre la puerta.
Paolo entra en el portal y llama al ascensor.
Podía imaginárselo todo, pero no esa situación ridícula. Pick Up Artist es verdaderamente un nombre improbable: ‘Artista del Ligue’. «Solo me faltaba esto», piensa. No eran suficientes los artículos sobre la depilación, acerca del gel y sobre el alargamiento de pene; ahora tiene que escribir también sobre un curso para ligar con mujeres. Otro que se ha inventado una cosa absurda para sacarles el dinero a cuatro pobres chavales salidos.
Enrico, su jefe, se había enterado del curso por uno de sus contactos.
—Es un seminario sobre el ligue, Paolo. El artículo es tuyo, querido —le había dicho unas horas antes.
—¿No puede hacerlo Fabian? —había sugerido él.
—Imposible tesoro, Fabian está trabajando en «Abdominales perfectos en siete días». Los de Men’s Health han salido con «Abdominales perfectos en ocho días». Nosotros teníamos la primacía con diez, pero esos tipos nos están desafiando, y nosotros, grábatelo, no podemos darnos por vencidos.
—Pero ¿de qué se trata? —preguntó, resignado.
—Muy sencillo, cielo; desde hoy se puede aprender a ligar con las mujeres. Es una comunidad secreta que actúa en la sombra. Y parece que hay un tipo que ha llevado el arte del ligue al nivel de una ciencia exacta. Ya te he inscrito en el curso. Me has costado doscientos euros, tesoro. Mucho cuidadito con decir que eres periodista. Estarás de incógnito. Aquí tienes, querido —concluye, y le pasa la tarjeta con la dirección, el número y el nombre de la sociedad.
Paolo sale del ascensor y mira las placas de las puertas. Pick Up Artist. Ahí es. Llama al timbre y espera.