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NÁPOLES está paralizada por el tráfico. Valeria, en su Smart Cabrio, no deja de imprecar a los otros conductores, y adelanta a los coches metiéndose por donde puede.
Llega al 153 de la calle Mergellina, deja el auto delante del portal y sube los escalones de dos en dos. Llama al timbre y la puerta se abre.
Entra corriendo por el pasillo cubierto de moqueta buscando a Paolo por todos los despachos. Al final prueba también en el de Enrico.
—Valeria. —Enrico está sentado en su escritorio, frente a él Fabian tiene la camiseta levantada y la tableta contraída—. Fabian está trabajando en: «Abdominales perfectos en tres días». ¡Esta vez los de Men’s Health no nos alcanzan!
—¿Dónde está Paolo? —pregunta ella a bocajarro.
—Pero cómo, cielo mío; ¿no lo sabes?
—¿El qué? —El corazón de Valeria empieza a latir con fuerza.
—Paolo se ha ido a Milán.
—¿Y cuando vuelve?
—No creo que vuelva, cariño. Ha ido a hacer una entrevista para Il Sole 24 Ore y creo que va a trabajar para ellos.
—Pero cómo... —Valeria se siente desvanecer, da un paso atrás y se apoya en la librería.
—Pensaba que te lo había dicho, cielo mío.
—Necesitaba hablar con él.
—¿Qué tenías que decirle que era tan urgente?
—Que le quiero.
—¡Ay, Virgen Santa! Amor mío, pero ¿por qué no se lo dijiste antes?
—Porque soy idiota.
—¡Rápido, hay que detenerle! Me ha dicho que se iba a las seis. —Mira el reloj—. Tenemos solo veinte minutos. ¡Ay, Dios, que no llegamos!
Valeria se levanta de repente y sale corriendo.
—¡¡Espera, cariño; nosotros también vamos!! —Enrico se levanta—. ¡Fabian, ¿a qué esperas?! ¡Vamos, esto no me lo pierdo!
Fabian se baja la camiseta y los dos corren tras ella.