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VALERIA aparca el Smart frente a la gran cancela de Villa Maria. Atraviesa el sendero lleno de glicinas, pasa por el vestíbulo y sale a la terraza.

—¡Valeria! ¿Hoy también vienes? —Gaetano está en su acostumbrada mesa.

—Hola, papá. —Coge una silla y se sienta junto a él—. Tenía ganas de verte. ¿Cómo estás?

—Yo estoy bien. ¿Has visto? Hoy ni siquiera he cogido la silla de ruedas. ¿Y tú?

Valeria aparta la mirada y ve a Vincenzo, que está solo, mirando el paisaje. Poco más allá, Carmela charla amorosamente con Pasquale, aspira el aroma de un ramo de rosas y le acaricia una mano.

Valeria vuelve a mirar al mar.

—¿Qué te pasa? —le pregunta Gaetano.

—Nada. —Esboza una sonrisa.

—¿Te has peleado con Paolo?

Ella no responde.

—Escúchame, Valè, yo no sé qué es lo que ha pasado, pero se ve que ese chico te quiere.

Valeria sigue mirando frente a sí.

—Así que no dejes que se te escape, o te pasará como a mí, que he sufrido por un amor toda mi vida.

—Tú nunca quisiste recuperar a mamá. Te dije un montón de veces lo que tendrías que haber hecho.

—Todos esos juegos no hubieran servido. Mamá y yo no volvimos a estar juntos porque, sencillamente, no funcionaba.

Valeria le mira.

—Pero que entre tu madre y yo no funcionara no quiere decir que no pueda funcionar nunca.

Ella empieza a llorar y de nuevo desplaza la mirada hacia lo lejos.

—Y si, por lo que fuera, uno de los dos se tuviera que ir... Bueno, ya no eres una niña de doce años, aunque para mí seguirás siendo siempre mi chiquitina.

Gaetano le coge la barbilla entre los dedos y la obliga a volverse hacia él.

—Por eso, si ese chico te gusta y le quieres, vete a por él antes de que sea demasiado tarde. —Le da un cachete cariñoso en la cara.

Valeria le abraza con fuerza.

—Eres el mejor padre del mundo.

Valeria se seca las lágrimas y sonríe, le da un beso en la frente y sale corriendo.

Luisa llega empujando una silla de ruedas con una señora mayor.

—Os presento a Margherita, una nueva huésped de Villa Maria.

Margherita encoge sus luminosos ojos azules y saluda con una sonrisa.

Vincenzo se da la vuelta para mirarla.

—¡Qué espléndida dentadura!