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AL día siguiente empieza el recorrido termal. Después de una sesión de aerosoles controlada por el director sanitario y el personal especializado, de diez minutos de sauna y quince de baño turco, llega el turno de los baños termales: una serie de piscinas de formas y dimensiones diversas, rodeadas de parterres de rosas, cactus y helechos tropicales.

—Aquí tenemos una piscina cuya agua está a veinticinco grados. Libera las vías respiratorias; al lado está la de cuarenta grados, que hay que alternar con la de catorce. —El director sanitario, un hombre de unos cuarenta años, bronceado y atractivo, camina por el borde de las piscinas—. Naturalmente les aconsejo utilizar solo la de veinticinco grados. —Mira a Paolo—. Sobre todo si no están acostumbrados —concluye, y, dejándole atrás, sonríe a Valeria.

—¡Vale, pues vamos entonces a la de veinticinco grados! —Gaetano se sumerge seguido por Gigi, Vincenzo, Valeria y todo el grupo.

Paolo hincha el pecho.

—Yo voy a probar la de cuarenta. —Sin embargo, apenas mete un pie dentro se siente cocer—. Está calentita —dice tratando de mantener el tipo.

Al entrar completamente en el agua se vuelve hacia otro lado para esconder una mueca de disgusto.

—Felicidades, muy bien, lo ha conseguido. —El director sanitario, sarcástico, aplaude.

Paolo hace intención de salir.

—No, tiene que quedarse diez minutos. Es lo ideal para los trastornos ginecológicos.

En la piscina de al lado Valeria se echa a reír.

—El próximo recorrido es el Kneipp, muy bueno para la circulación.

Paolo, seguido por el resto, camina con el agua hasta la rodilla por una piscina circular que tiene el fondo cubierto de piedras; Valeria prefiere quedarse en la tumbona mirándolos.

A cada paso, Paolo siente las piedras clavándosele en la planta de los pies y avanza tambaleándose y contorsionándose por el dolor.

—Vamos, Paolo. —Vincenzo, seguido por la encantadora Carmela, le adelanta.

—¡Vincè, ¿hasta ayer estabas en la silla de ruedas y ahora te haces el chulito?!

—Ánimo, que eres joven —le alienta Carmela.

—Justamente, vosotros ya tenéis callos, pero yo aún tengo la planta blanda.

El pastillero que Carmela lleva al cuello se ilumina y la canción de Carosone le recuerda que ha llegado el momento de la píldora para la tensión; saca una, se la traga y sonríe a Vincenzo, que le guiña un ojo, orgulloso.

El director sanitario los acompaña a la piscina siguiente.

—Bien, el próximo recorrido...

Paolo le interrumpe.

—¿No le gustaría ahora hacernos caminar sobre cristales? ¿Qué le parece? ¿Quiere darnos golpes de fusta de vez en cuando?

Valeria se muere de risa.