33
—LO de siempre, Mirco, dos copas de vino blanco. —Paolo se apoya directamente en la barra del bar sin pedir el ticket en la caja.
—¡Hombre, Paolo! Ahora mismo te las pongo. —El barman descorcha una botella de Pecorino.
—¿Cómo se te ocurre decirle eso a Elena Di Vaio? Estoy acabado —exclama Ciro, que se lleva las manos a la cabeza.
—¿Por qué? ¿Acaso no es una zorra?
—Eso aparte, me estaba refiriendo a lo de la entrevista con Britney Spears.
—Tranquilo, Ciro. Ya pensaremos en algo.
Paolo se acerca a Giorgia, que todavía no ha advertido su presencia.
—¿Tranquilo? Me has matado, Paolo.
—Mirco, por favor, mira a ver qué desea beber mi amiguita —dice, y apoya una mano en el hombro de Giorgia.
—¿Quién, yo? —pregunta girándose.
Paolo la mira con cara de granuja. Giorgia se percata.
—¡Dios, Paolo! Es que... no te había reconocido.
—¿Qué tomas, nena? Mi amigo Mirco está esperando.
—Ah..., sí, no sé. Vino blanco está bien.
—¿Vino blanco? Como si fueran todos iguales. Hay vinos y vinos. ¿Tú de qué tipo de vino eres?
—No sé... ¿Un Insolia? —se ruboriza.
—¿Insolia? Mm..., un vino joven con aromas de retama. —Giorgia le mira esbozando una sonrisa—. Una planta demasiado común, la retama —prosigue—. Fácil, que se adapta a todo. Se usa para reforestar. —Mira al barman—. Mirco, dale mis copas de Pecorino. Para ella y para su chico.
—¿Pecorino? Pero ¿qué es, queso?
—Qué graciosa. Yo a esta hora me tomo siempre una copa de Pecorino rallado.
Le pasa una mano por la cabeza, como se hace con los niños.
Giorgia se mordisquea el labio. Mirco le pone las dos copas en la barra.
—Es un excelente vino de los Abruzos. Decidido. Paolo tiene buen gusto.
—Pues gracias. —Ella coge las copas en la mano.
—Me debes una. —Paolo se gira hacia Mirco, ignorándola—. Mirco, ponme otras dos.
Giorgia se queda petrificada unos segundos. Luego hace ademán de marcharse, pero, tras un paso, se detiene y se da la vuelta de nuevo hacia él.
—¿Nos bebemos juntos este Pecorino?
Paolo le sonríe y le coge una copa.
—Vuelvo enseguida, Ciro. —Desliza una mano por la espalda de Giorgia y se aleja con ella.
—Oye, ¿ese tío tan guay es amigo tuyo? —Dos chicas se dirigen a Ciro.
—¿Amigo? ¡Es mi mejor amigo! ¡Mirco, ponles de beber a estas niñas!
Paolo y Giorgia se detienen en la orilla. El sol se ha puesto y en el cielo pueden verse ya las primeras estrellas.
Se oyen las notas relajantes de Light Through The Veins, de Jon Hopkins.
Giorgia saca del bolso un paquete de Marlboro Gold y empieza a buscar un mechero entre espejitos, pinturas y monederos.
—¿Has decidido darles una pátina amarilla a tus dientes y tus uñas? Bien, porque te quedará perfecta con los pendientes dorados —se burla Paolo, que da un sorbo a su vino.
Giorgia hace una mueca y le mira.
—¿Y ese collar? Es de mujer —pregunta, y se guarda de nuevo el paquete en el bolso.
—¿Tú crees? Es un collar especial para personas especiales.
—¿Ah, sí? —dice ella maliciosa.
—Sí. Hagamos una cosa: no te lo regalo, pero te lo presto.
—¿Cómo? ¿Solo me lo prestas?
—Sí. Y lo quiero de vuelta, ¿eh? —Paolo se lo quita y se lo pone alrededor del cuello. Los eslabones de plata oscura contrastan con la piel clara de Giorgia.
—¡Eh, Paolo! —Valeria aparece por el horizonte con un ceñidísimo vestido azul cobalto. Su cabello negro se mueve agitado por la brisa del mar. Está guapísima. Se acerca a Paolo hundiendo los tacones en la arena mojada y le abraza por la cintura apoyando la cabeza en su hombro.
—No te encontraba —le dice enfurruñada.
Giorgia cambia de expresión
—Giorgia, te presento a mi amiguita, Valeria.
—Hola.
Valeria la ignora.
—¿Me podrías llevar a casa? —le pregunta mimosa.
—¿Qué pasa, has sido un poco mala y has bebido demasiado? —Paolo la atrae.
—Sí, he sido un poco mala. —Se ríe—. ¿Me vas a dar azotes en el culete?
Giorgia cruza los brazos sobre el pecho, se gira hacia el mar y bebe un sorbo de la copa.
—Claro que te llevo, me despido de mi amiga y nos vamos.
Valeria se pone seria y le coge la cabeza entre las manos.
—Te espero arriba —dice, y le da un largo beso en los labios.
Paolo se queda estupefacto. Luego, cuando justo está a punto de dejarse llevar, Valeria se despega de sus labios y se marcha sin decir adiós.
—¿Quién es? —pregunta Giorgia con una sonrisa forzada.
—Pues... una colega. Trabaja conmigo en la sección que estoy llevando —responde él, fingiendo indiferencia.
—Ah, no sabía que te besabas con las colegas —le responde Giorgia, celosa.
—Era solo un besito de despedida. —Paolo sonríe.
—Mm, es mona.
—Pues sí —dice él con suficiencia.
—¡Giorgia! —les interrumpe la voz de Alfonso.
Está ya todo oscuro y no puede verla de lejos.
—¡Estoy aquí! ¡Ya voy! —grita ella.
—¡Tenemos que irnos a cenar, date prisa!
Giorgia vuelve a mirar a Paolo a los ojos y, tras darle un beso rápido en los labios, se despide.
—Te tengo que devolver el collar —dice antes de irse.
Paolo se queda confuso mirando al mar. Tiene una mano en el bolsillo; la otra sostiene la copa. Oye el rumor de las olas que mueren en la orilla, a pocos centímetros de sus pies. Da un sorbo de vino y, al darse la vuelta para marcharse, se encuentra de cara a Elena Di Vaio. Ella primero le mira con una sonrisa maliciosa y luego se le acerca al oído.
—Adoro a los bastardos como tú. Llámame —dice, y le deja un papel doblado en la mano.