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UN pequeño autobús baja por la calle Posillipo bordeando el parapeto de ladrillos grises y las grandes cancelas de las lujosas villas; en el interior van todos los estudiantes del curso. Paolo se ha sentado al fondo con su bloc. Delante, junto al conductor, Valeria habla a través de un micrófono.

—Mientras que los interruptores de atracción de vosotros, los machitos, están calibrados por la buena reproducción, o sea, juventud, buenas tetas, bonitos culos, etcétera, los nuestros, los de las mujercitas, se calibran con la «supervivencia». Por tanto, nos sentimos atraídas por el llamado «hombre alfa», es decir, un hombre capaz de garantizar nuestra supervivencia y la de nuestros hijos. En tiempos, esta se traducía en fuerza física; hoy, sin embargo, hablamos de fuerza social. ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué algunas chicas espléndidas están con viejos improbables? Bueno, mirad la cuenta bancaria o el trabajo del anciano de turno y tendréis la respuesta.

—Es verdad —dice el tipo rubio.

—Prácticamente, ¿estás diciendo que todas las mujeres son unas putas?

Paolo intenta ponerla en un aprieto.

—En cierto sentido —responde Valeria sonriéndole—. Pero no es culpa nuestra. Es la naturaleza.

Paolo niega con la cabeza.

—Desde luego no es el tipo de mujeres que yo frecuento.

Valeria le ignora y prosigue.

—Uno de los principales interruptores de atracción de la mujer es la preselección. Si una mujer ve que un hombre ya ha sido seleccionado por otras mujeres no podrá evitar sentirse atraída por él. Probad a entrar en un local con dos o tres mujeres del brazo, y luego intentad entrar solos y veréis la diferencia de reacción de las chicas presentes.

—Pues, si ya es un problema encontrar una, imagínate tres —dice el cincuentón, que está sentado junto a la ventanilla.

—Ahora llegamos, tranquilos —continúa Valeria—. Y estamos en la primera regla para ligar: «nunca mostrarle interés sexual a una mujer» —dice, destacando cada palabra.

—Pero ¿no has dicho que no tenía que llamarme superficial? —Paolo sigue pinchándola.

—Claro, pero quédatelo para ti. Las mujeres tienen escudos de defensa muy altos. Teóricamente, una mujer que se va a la cama con un hombre lo hace para reproducirse, y arriesga mucho más. Imagínate si una mujer se fuera a la cama con todos aquellos que se le acercan desde los catorce años. Por mucho que lo intentéis, nosotras tendremos una fila detrás de nuestra puerta día y noche. Por tanto, lo que tenéis que aprender es a abatir nuestras defensas, nuestros escudos; ¿queda claro?

—Clarísimo —dicen a coro los estudiantes.

—En primer lugar, vosotros no sois potenciales pretendientes, a vosotros no os interesa el sexo. Vosotros seréis la excepción de la regla, ¡vosotros sois artistas del ligue! Pero, cuidado, el vuestro ha de ser un desinterés activo.

—¿Cómo? —pregunta el chico vestido de negro con el piercing.

El bus disminuye la velocidad.

—Hemos llegado, bajemos. Ahora os enseñaré cómo se conoce y se atrae a una chica.

—Pego son las cinco, ¿no es pgonto paga ig a la discoteca? —pregunta un chico con camisa de cuadros, gafas de cristales gruesos y erre francesa.

—¿Quién ha hablado de discoteca? Las discotecas son trampas. Nunca se debe ligar en una discoteca: la música está demasiado alta y no se consigue comunicar; además, las defensas están aún más altas, pues las chicas se lo esperan. Mejor en un disco-bar. Y lo mejor de todo son los centros comerciales.

El autobús se acerca a la acera y se detiene bajo un gran cartel: «CENTRO COMERCIAL SAN PAOLO. BARRIO FUORIGROTTA»